A propósito de la figura de Antonio Ordóñez
"El toreo como proyección de ser torero será otra cosa a la que ni el esfuerzo físico ni, probablemente, la gestualización le es imprescindible, independientemente de que estén o no presentes e incluso de la opinión ajena que susciten. Y eso quizás haría que la polémica sobre la existencia de toreros de arte y de técnica, de toreros trabajadores y estilistas, en realidad carezca de sentido profundo, porque solo es posible que existan toreros y no toreros".
En 1999 la Revista de Estudios Taurinos, de Sevilla, publicó un interesante artículo de una pluma experta como la de Antonio García-Baquero González, referido todo él a la figura irrepetible de Antonio Ordóñez.
A modo de advertencia preliminar quiero comenzar aclarando que mi colaboración en este homenaje al maestro Antonio Ordóñez, independientemente de un deber-placer de amistad es, también, el resultado de mi oficio de historiador, oficio que me obliga a no fiarme de las palabras ni de las apariencias y a intentar comprender siempre que es lo que hay debajo de lo que parece evidente.
Estamos acostumbrados a leer multitud de preguntas y respuestas en los medios de comunicación y a suponer que se trata de ejercicios calcados.
Sin embargo tengo la impresión de haber descubierto en una de esas entrevistas una grieta, en la siempre sólida coraza de la dignidad del maestro, por donde se traslucía una importante definición de lo que un torero cree ser y que me va a servir como leiv motiv de este breve escrito.
En efecto, hace algunos años (concretamente en 1987) y en las páginas del número 10-11 del “periódico de arte” Buades, el maestro respondía a unas preguntas, aparentemente inocentes, del común amigo V. Gómez Pin.
Voy a permitirme retomar un fragmento de dicha entrevista y someterla por mi parte a una disección, en este caso nada inocente, en la medida en que sus respuestas me parecieron mucho más inquietantes y trascendentes de lo que en un principio parecían dar a entender.
Reproduciré, pues, su contenido para centrarme en lo esencial de las mismas. V. Gómez Pin pregunta al maestro por los resultados de la operación a que fue sometido por el Dr. Pattel y concretamente si ha asumido ya el «fracaso» que la misma supuso:
– V.G.P.: ¿Hubo un momento concreto de asunción?
– A.O: Hubo momentos de desesperación, pero de asunción total no, aún hoy todavía no renuncio.
– V.G.P: ¿No es quizás en este caso negarse a ver los límites de las propias facultades?
– A.O: Un día voy a torear, estoy convencido.
– V.G.P: ¿Torear donde?
– A.O: En un tentadero, ante un eral (... no importa),
quizá con poco público, reducido a un solo espectador. De todas maneras, si se torea, el público también desaparece, aunque haya miles de personas.
– V.G.P: ¿Alguna fecha en perspectiva?.
– A.O: Día indeterminado, que sigue dando motivaciones.
– V.G.P: ¿Y en espera de ese día, cuáles son las actividades sustitutivas?
– A.O: No tengo ninguna. Todas aquellas a las que me dedico, ganadero, etc., las ejercía ya cuando estaba en activo. Eran actividades de complemento y de relleno, y ahora siguen siéndolo.
– V.G.P: ¿Careces, pues, Antonio de auténtico trabajo?
– A.O: Mientras no se perfile el día del retorno estoy entre paréntesis, como aquél que dice.
Como puede apreciarse, nada hay a primera vista que rechine e incluso puede dar la impresión de que se trata de respuestas sensatas a preguntas igualmente sensatas. Sin embargo, tal como yo lo veo, las dos últimas respuestas están cargadas de significación.
En primer lugar convendría notar que se nos dice que toda la vida real que existe en ese momento para el maestro no es más que un “relleno” y, por lo tanto, algo marginal respecto a otra cosa; en segundo lugar, a esa otra cosa, que ahora no existe, se le concede, no obstante, todo el protagonismo vital y se le convierte en el meollo y en el tronco real. Inconscientemente, se utiliza el verbo estar y no el ser («estoy entre paréntesis»).
Por consiguiente, a través de estas respuestas, nos encontramos con que, sorprendentemente, un hombre, en este caso el maestro A. Ordóñez, se niega a reconocerse como real en lo real, en lo que sólo está, y se presenta como tal en lo que no existe ahora. Aquello que en verdad hace es un relleno y lo que no hace se propone como sustancia, es decir, lo que es.
Como es bastante difícil aceptar que, conscientemente, un hombre se autodefina como siendo nada (definirse como «entre paréntesis» es definirse en vacío y, por lo tanto, como nada o a lo sumo haciendo algo pero no siendo algo) creo que debemos admitir que, en realidad, el maestro estaba aceptando ser algo independientemente de lo que hacía, es decir del ejercicio de esas otras actividades (las de ganadero, por ejemplo) reconocibles como reales.
A partir de aquí sólo hay una respuesta posible a esta especie de adivinanza y es que ese «entre paréntesis» en el fondo no es más que una forma de decir que ser torero no depende de la actividad sino de otra cosa.
De hecho, definirse a sí mismo como «entre paréntesis» es definirse radicalmente como torero, que es lo que se es, lo demás simplemente se hace. Y por eso puede uno autorreconocerse como torero aunque no se toree y, si me apuran, percibirlo de una forma más intensa precisamente cuando no se torea.
Si esto es así (y yo creo que efectivamente lo es), ser torero sólo puede entenderse como una forma de estar en la vida y en el mundo conscientemente, de una manera peculiar (que a eso le llamamos justamente «ser») que, en situaciones limites, no queda afectada por los actos específicos de la tauromaquia, hasta el punto que, si es necesario, puede prescindir de ellos y, de hecho prescinde de ellos.
Lo que acabo de decir no es tan raro como puede parecerlo porque sabemos que sucede también a otras formas especiales de entender el mundo modificando lo que solemos llamar la realidad más evidente; es justamente lo que sucede a la vivencia religiosa, a la científica o a la artística.
Todas ellas tienen en común, precisamente, tomar la realidad convertida en otra cosa y sirviendo, por lo tanto, para objetivos diferentes de los que la apariencia podría sugerir. En efecto, un artista no deja de serlo porque no pueda realizar la expresión plástica de su arte, al igual que un poeta no deja de serlo porque no escriba versos o un místico porque no disponga de espacios o rituales concretos eclesiásticos.
De este modo tenemos cómo a través del guiño inconsciente, que reside en las respuestas que estamos comentando, se plantea un tema de fondo que casi podría considerarse clave en la comprensión de qué sea ser torero.
Porque, efectivamente, si el torero no se define por lo que hace sino por esta otra cualidad profunda, capaz de definir toda la vida de un hombre, el mero trabajo de torear no tiene un sentido definitorio.
Quiero decir que no tiene sentido salvo como puro trabajo, al igual que tantos otros y que debe ser premiado, en consecuencia, con el mismo baremo que a los demás trabajos se le aplica.
El toreo como proyección de ser torero será otra cosa a la que ni el esfuerzo físico ni, probablemente, la gestualización le es imprescindible, independientemente de que estén o no presentes e incluso de la opinión ajena que susciten.
Y eso quizás haría que la polémica sobre la existencia de toreros de arte y de técnica, de toreros trabajadores y estilistas, en realidad carezca de sentido profundo, porque solo es posible que existan toreros y no toreros y lo que permita advertir la diferencia entre unos y otros probablemente no tendrá mucho que ver con la actividad concreta sino con otra cosa que se transparentará en la actividad y también en su ausencia. De este modo me atrevo a corregir al maestro en sus respuestas, sugiriendo que estar «entre paréntesis», lo que filosóficamente hablando es posible, no tiene que ver con ser torero. Con independencia de a qué dedique en concreto su estar, su ser es el de torero. Y así tendrá sentido y verdad que todo lo demás es el “relleno” que caracteriza, justamente, los “estares”.
Mi confianza en que esta interpretación es correcta se apoya fundamentalmente en otra circunstancia relacionada con el propio maestro y que aparece continuamente en cuanto se escribe y se habla sobre él: la nostalgia de Antonio Ordóñez que experimentamos los “otros”.
¿Que será lo que añoramos del maestro? Mi propuesta es que lo que añoramos de Antonio Ordóñez es precisamente lo que sucedía cuando un torero que es torea por serlo, lo que no es fácil de explicar ni de definir y por ello nos vemos obligados a utilizar metáforas continuas para entenderlo.
Y así lo hacemos cuando afirmamos que lo que se añora es una emanación, un empaque especial, una excepcional lucidez para sentir, interpretar y esclarecer las normas clásicas del torero hasta hacerlas inteligibles a cualquier espectador por la vía de la emoción y también de la razón.
A mí me parece que esto no son más que maneras de decir que añoramos ese milagro que se produce cuando torea un torero en el sentido en que acabamos de hablar tan esencial, tan profundo y tan sustancial.
Esta especial forma de ser es lo que los viejos filósofos medievales llamaban un universal, cuya característica era precisamente el que no podía ser definido más que en sus manifestaciones concretas, siendo al mismo tiempo mayor y mejor que cualquiera de ellas e incluso que todas ellas juntas pero que no puede existir materialmente. Tal sucede, por ejemplo, con la blancura o con la belleza, siempre mayores y mejores que cualquier cosa blanca o cualquier cosa bella. Yo no se como llamarle a este universal de ser torero aunque podría utilizar palabras mayores como toreridad o menores como torería.
Quien participa de ese universal, como es el caso del maestro, no necesita especies concretas en que apresarlo ni lo puede agotar en faenas precisas ni tampoco se resiente de errores acotados.
Y cuando se participa de ese universal existen muchas probabilidades de ser inmortal. Yo se que al maestro, como a cualquier hombre inteligente, no le gustaría ser inmortal en el sentido físico del término. Pero mucho me temo que no podrá hacer nada por evitar serlo de otra manera, en la medida que tampoco pudo evitar ser torero de esa forma tan esencial, intensa y definitiva y, en suma, tan difícil de describir que en aquella entrevista le obligó a definirse como un hombre “entre paréntesis”.
Fuente: Revista de Estudios Taurinos, nº 9, 1999, págs. 37-44
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