
Un año que, tristemente, llevará marcado de forma indeleble el nombre de Iván Fandiño y aquella trágica tarde de Aire Sur L´Adour.
No hace falta acudir a una estadística detallada para percibir que la temporada de 2017 ha sido muy dura, con su epicentro en la trágica muerte de Iván Fandiño en una plaza francesa, que ha marcado de forma indeleble y para siempre a este año taurino.
En alguna ocasión se ha escrito en estas páginas que aunque en la historia del toreo no se hubiera producido ni un solo percance --que ha habido muchos--, no por ello necesariamente debiera concluirse que el riesgo es superfluo; cornadas las hay, las ha habido y las habrá.
Con matices colaterales que se quieran, el día que deje de ser cierto que el arte del toreo nace de ese binomio de la emoción creativa y del riesgo del artista, habremos escrito la página final de la Tauromaquia.
Precisamente por eso a cualquier aficionado le nos duele profundamente cualquiera de las tragedia que se viven en los ruedos.
Pero, a la vez, esta verdad incontestable nos reafirma que el toreo es verdaderamente un arte singular, único, que si apasiona lo hace porque cuanto ocurre a su alrededor es verdadero, no es ni una representación, ni un juego.
Ahí radica la concepción mítica y heroica de cuanto hace referencia a este Arte.
Lo vivimos, claro, la tarde dramática de Aire Sur L´Adour.
Pero han sido tantos en este 2017: Gonzalo Caballero, El Fandi, Juan José Padilla, Javier Jiménez, Roca Rey, Rafael Serna, Fernando Tendero, García Navarrete, Pablo Aguado, Miguel A. Pacheco, David de Miranda , Jesús Enrique Colombo, Jorge Isiegas, Antonio Ferreras…..
Detrás de todas ellos, fueran mayores o menores sus percances, encontramos la verdad del toreo.
El día ferial con un cartel de grandes figuras, pero también esa tarde en la que tres muchachos sin más fama que su afición por primera vez visten orgullosos de seda y oro.
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