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martes, 23 de abril de 2019

PARA REFLEXIONAR .




POR SANTI ORTIZ.
 (Si un torero hace cincuenta años realiza en Sevilla lo que hizo con ese toro sexto Roca Rey y lo mata como éste lo mató, le corta las dos orejas sin discusión.)


Resultado de imagen de I Simposio Internacional “Los hombres y los animales: un debate de sociedad y una cuestión de derechos”,     Cuando por una de las ponencias desarrolladas en el I Simposio Internacional “Los hombres y los animales: un debate de sociedad y una cuestión de derechos”, celebrada en el Senado de España, me enteré de que el 75% de la población española (más de 34 millones de personas) convive concentrada en tan sólo 11 grandes ciudades, tomé verdadera conciencia del impacto demográfico y cultural que supone este éxodo del mundo rural hacia el asfalto, la desertización a que condena al campo y las perniciosas consecuencias que de ello derivan.

     En lo que al toreo se refiere, esa pérdida de perspectiva rural, que nos ha acabado alejando tanto de los animales, al punto de confundirlos con mascotas –caricatura y degeneración consumista de la animalidad–, nos ha traído un nuevo enemigo –el animalismo– que, proyectando a la fauna su paradigma urbano y sin sentido, pretende erradicar la caza, la pesca, el circo, el toreo, y, en definitiva, cualquier utilización que hagamos de los animales, amenazando insensatamente con derribar una civilización de milenios, como es la nuestra.


     Sin embargo, el alejamiento del agro no sólo nos ha traído problemas externos, como el del citado animalismo, sino que está influyendo de manera nefasta en el tipo de público –la mayoría urbanita– que suele acudir a las grandes plazas. 

No hablo ya de aficionados, que siempre han sido minoría, sino del gran público, dotado algunas décadas atrás de una especie de sentido común taurino, fruto tal vez del manejo de las bestias, de la proximidad con el ganado y de ese contacto rural que hoy día brilla por su ausencia. Tal carencia se viene manifestando de manera progresiva durante las corridas en reacciones o inhibiciones que, a un aficionado viejo como yo, causan total extrañeza haciéndome sentir como ajeno a la plaza e ignorante de lo que se desarrolla ante mis ojos.


     Sin ir más lejos, me sorprendió pareciéndome ininteligible, la falta de calor, de entusiasmo, de asombro, del público de La Maestranza, ante el arrimón brutal, escalofriante, de Roca Rey ante el sexto toro de la corrida del pasado Domingo de Resurrección. Incluso hubo quien echó al aire sus pititos de reconvención, como si el hecho de que un torero se juegue la vida –su vida, su única vida– de esa manera tan temeraria y descarnada fuera motivo de repulsa y no de admiración.

     ¿Acaso el valor –uno de los pilares fundamentales desde donde se alza el arte del toreo– ha perdido su prestigio para el público urbanita? Ya sabemos que el chauvinismo sevillano perfuma su afición a los toros de cierto sibaritismo y presume de “sensibilidad” poniéndose la medalla de gustarle sólo los toreros “artistas”.
 Allá cada uno con sus gustos, pues todos son respetables; pero eso no puede llevar a la sinrazón de negar la evidencia de la entrega y la verdad torera con ese sambenito moderno de “yo no vengo a los toros a sufrir”. Oiga, pues si es así, ¡quédese en casa! O váyase al teatro, donde todo es pura ficción y nadie mata a nadie, aunque se mueran todos. La fiesta de los toros es drama, por más que se enmascare de arte y elegancia, porque toda la majeza, el garbo, la exquisitez, el donaire, la limpieza, el sentimiento, la estética y el dominio con que aquella se envuelve, podrán esconder, pero no evitar, que en su médula el toreo sea una lucha a muerte entre un hombre y un toro bravo.
 Y eso es una cosa demasiado seria como para salir con martingalas de aficionados a la violeta.


    
El domingo, Roca Rey se pegó un arrimón de infarto, donde el toro no sabía dónde poner los pitones para no llevárselo por delante, ya que a ese grado de dominio y sugestión llegó el diestro en su anulación del animal. Un animal que era un toro cinqueño y con dos pitones astifinos como leznas; un animal al que arrebató el terreno y se montó encima poniéndose los pitones en el pecho, en los muslos y hasta dejándose encunar sin que sus zapatillas perdieran ni por un segundo su asentamiento en la arena.
 Hubo momentos en que sus imágenes me trajeron el recuerdo de aquel Paco Ojeda de sus mejores tiempos. Porque, además, el arrimón se lo pegó a un toro con movilidad, no a un animal agotado y quieto como un marmolillo, de ahí lo extraordinario de su mérito. Yo sufrí, claro que sí, porque la cornada rondaba una y otra vez las carnes del torero, pero al mismo tiempo experimenté una enorme admiración observando la transformación de un chaval de 22 años en un héroe. Porque, encima, el arrimón no tuvo nada de desarbolado, de alocado ni de liarse la manta a la cabeza a lo que salga, salió. No, el arrimón fue concebido y practicado desde la más fría inteligencia, desde el más puro dominio torero, desde la serena grandiosidad que hace al hombre dueño absoluto del instinto de la bestia. Fue el milagro que sólo son capaces de lograr los toreros excepcionales cuando ponen todo su corazón en la balanza y la vergüenza torera les chorrea por todos los poros de su cuerpo. 
 Si un torero hace cincuenta años realiza en Sevilla lo que hizo con ese toro sexto Roca Rey y lo mata como éste lo mató, le corta las dos orejas sin discusión. Lo digo yo que tengo edad para sostenerlo. Sin embargo, el domingo, todo ese desprecio a la muerte, toda esa entrega, esa autenticidad, ese valor sublime, no valió para que se pasara de una leve petición de oreja sin convicción alguna. Así está el patio. Tengámoslo presente porque estas cosas, y no sólo el animalismo, también son nefastas para la pervivencia y continuidad del toreo

    

     Santi Ortiz

     Sanlúcar de Barrameda, 22 de abril de 2019

2 comentarios:

Unknown dijo...

Se jugo su única vida que gallo . Perfect columna santi

Joselito dijo...

No puedo estar más de acuerdo, esos que pitaron a Andrés el domingo pasado y todos los que no sacaron pañuelos, son turistas, les falta sangre en las venas, lo que tienen es cocacola en las venas