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jueves, 16 de mayo de 2019

TAL DÍA COMO HOY, MORÍA JOSELITO

Por Santi Ortiz.
  Hace ya noventa y nueve años..
 
..El 16 de mayo de 1920.
 Y decían que había que tirarle un cuerno para cogerlo.
 Eran ganas de difamar, porque, los que esto sostenían, interesadamente se olvidaban de que, aunque lo cogieron muy pocas veces los toros, cada vez que le echaban mano era para herirlo.
 En total, dos puntazos, una fractura metacarpiana y dos cornadas sin contar la que en Talavera se lo llevó para siempre, dejándonoslo a su vez instalado en la Historia como el lidiador más poderoso y lúcido y el torero con más afición que ha dado la fiesta de los toros. 
Antes de que la trágica noticia sacudiera con su descarga el corazón de España, nadie podía imaginar que en la tarde pueblerina y alegre, en el compromiso de una corrida sin compromiso, el torero más infalible, el que era capaz de matar toda una ganadería, toro tras toro, sin sudar apenas, aquel que había desvelado todos los secretos de la tauromaquia, el que solamente una vez en toda su carrera se vio aperreado ante el resabio de los toros, fuera a salir del coso en un ataúd.
Lo del aperreo, como singularidad, merece la pena contarlo. 
Ocurrió el día de San Pedro de 1915, con aquel “Platero” de Moreno Santamaría que estuvo a punto de marchársele vivo a los corrales de la plaza de Valencia y que le hizo perder los papeles como nunca más en su vida.
 Como José, por toda explicación a lo sucedido, pensara que el toro estaba toreado, le pidió a don Eduardo Miura –he aquí la extrema afición y soberbia de un soberbio torero– que le encerrara las vaquillas más resabiadas que tuviese para estudiar soluciones al problema del chaqueteo y no verse en ninguna otra tesitura semejante.
 Más gracia tuvo la “solución” encontrada por el célebre crítico Don Modesto, quien en su crónica decía: “En el desolladero se descubrió, con gran asombro de los matarifes, que “Platero” llevaba otro Joselito en la barriga. Siendo así, se comprende lo ocurrido”
La tragedia de Talavera, no obstante, trajo consigo la moraleja de la humildad. Si hasta la cabeza más pitagórica del toreo, la más sabia de todas las monteras, las taleguillas de más facultades, la muleta más dominadora, habían caído rotas para siempre por el certero derrote de “Bailaor”, ningún torero podría presumir ya de estar a salvo del peligro de los toros. 
Si el máximo semidiós de la Tauromaquia había sucumbido víctima de una cornada, las vidas de todos los demás quedaban puestas en almoneda. No hay enemigo pequeño ni plaza insignificante.
 En el más remoto rincón, ante el toro más terciado, la Dama de Negro podía hacerse presente reclamando para sí la savia joven de un torero en flor sin importarle rango, fama o escalafón.
 Así ha sido siempre el toreo y así seguirá siendo.
 De ahí el respeto debido a quienes hacen del arte de la lidia su locura, sus sueños o su oficio. Tengámoslo presente todos los aficionados y, particularmente, esos que desde los tendidos de Las Ventas se encargan de aborrascar las tardes y se permiten la osadía de dictarle, desde la impunidad de su localidad, lo que tiene que hacer al hombre de luces que se arriesga ante las buidas astas de ese toro tremendo que hoy sale por los chiqueros de Madrid.
 Que el minuto de silencio que esta tarde epilogue el paseíllo venteño nos sirva para reflexionar sobre el drama que ejemplifica aquella corrida de Talavera de la Reina y el doloroso epitafio que nos dejó su huella hasta alcanzarnos en las figuras truncadas de Víctor Barrio e Iván Fandiño.
La exigencia debe ser compatible con la consideración.
 Que no se nos olvide.

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