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viernes, 17 de mayo de 2019

Una dura papeleta de Valdefresno


Corrida muy ofensiva, tres toros de pésimo trato, tres de otra manera, tarde muy ventosa, terna valerosa. Distinguido Juan Ortega, entregado Galván, firme Galdós. El viento fue protagonista desapacible.
Madrid, 16 may. (COLPISA, Barquerito)
Primaveral, variable, viento racheado. 11.226 almas.
 Dos horas y doce minutos de función.
 Un minuto de silencio en memoria de Joselito el Gallo.
Seis toros de José Enrique y Nicolás Fraile. Todos, con el hierro de Valdefresno, salvo dos -3º y 4º-, con el de Fraile Mazas.
David Galván, saludos tras un aviso y silencio tras un aviso. Juan Ortega, aplausos y silencio tras un aviso. Joaquín Galdós, saludos y silencio.
 Brega buena de Andrés Revuelta y Gómez Escorial. Dos pares de Juan José Trujillo.

LA CORRIDA DE Valdefresno, cinqueña, honda y armada, el cuajo propio de la línea Atanasio, tuvo dos mitades. En la segunda se jugaron tres toros de pésimo trato: un cuarto que, descompuesto, desarrolló mucha violencia, y con el que Galván solo pudo protegerse; un quinto gazapón de genio desapacible que se puso por delante a las primeras de cambio y no tuvo ni una sola embestida completa; y un sexto que, blando en el caballo, pegó cabezazos al aire y, ya sin enmienda, topó en la muleta bruscamente, y entonces Galdós abrevió sin más.

Por tanto, una desoladora segunda mitad. Esos tres toros, abiertos de cuerna, fueron los más ofensivos de un sexteto descarado sin excepción. Los tres primeros salieron de otra manera. Partió plaza uno de 600 kilos. Lámina mastodóntica: corto de manos, largo y ancho, más hondo que ninguno. Toro de exposición. De forma y conductas distintas a las de todos los demás. Suelto y abanto de partida, barbeó las tablas, hizo amago de saltar al callejón dos veces y todo eso sin dejar de ser un toro frío.
Andrés Revuelta, que lidiaba, acertó a sujetarlo después de varas y en banderillas ya era el toro otra cosa, otro tranco, otra manera de venir cabalgando mal que bien. Aunque rebrincándose, metió la cara y hasta repitió descolgado.

 El viento fue protagonista desapacible y ya en ese primer toro bicheó más de la cuenta. No tanto como vino a hacerlo en la segunda parte, pero no poco.
 A pesar del viento, y abierto fuera de las rayas, David Galván se entendió con el toro bastante bien. Lo llevó toreado por las dos manos, se acopló a las embestidas rebrincadas, dominó y templó las casi boyantes, que fueron contadas pero seguras, y con la mano izquierda firmó una tanda de cinco de garbo bueno. Con la derecha se había llegado a enroscar el toro, un toro tan grande y un torero tan menudo. Se pasó de faena el torero de San Fernando, el viento castigó el final, se rindió el toro y sonó un aviso justo cuando una notable estocada hizo efecto casi fulminante.
El segundo llevaba nombre de reata de nota en Valdefresno: Lirio. 
Como el de uno de los toros que mejor ha toreado Ponce en Madrid. Hace unos cuantos años. Las hechuras de uno y otro, muy diferentes. Y el estilo. Aquél de los años 90 atacaba en tromba y este, a menos, duró muy poquito y se acabó aplomando. 
Mucha plaza recorrió el Lirio de ahora, y mucha plaza tenia pese a ser el más liviano de los seis.
 De su brusco fondo dio cuenta con particular primor Juan Ortega en una faena de rico encaje, suavidad distinguida, asiento impecable y composición nada común. Tres tandas en redondo bastaron para dejar sello y huella a pesar de que, implacable, el viento se metió por donde y cuanto pudo.
 El manejo de avíos de Ortega llama la atención. Su colocación y postura natural también. La armonía toreando. Solo que protestó el toro antes de venirse abajo.
 Tras una estocada contraria, tres descabellos. Pareció que no había pasado nada. 
 Pero pasó. 
Y volvió a pasar cuando, con decoro refinado, resolvió la papeleta del quinto, infame aire, el peor de la corrida.
El tercero, del hierro de Fraile Mazas, bufó al tomar engaños, fue muy elástico, humilló y descolgó. Codicia contrarrestada por su tendencia a encogerse cuando se soltaba. Galván le hizo un ajustado quite por chicuelinas.
 Joaquín Galdós, firme, seguro y dispuesto, se atrevió cuando el toro se encogía, se aceleró cuando los viajes por abajo fueron claros, ligó una notable tanda templada, se vio descubierto por el viento, toreó al natural pero de uno en uno y se fue de tiempo cuando estaba todo visto. Una estocada sin puntilla fue rúbrica buena.

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