En la National Gallery of Art de Washington se conserva una curiosa pintura de Edouard Manet. En realidad es media pintura, la otra media está en la Frick Collection de New York. Y es que un día malo lo tiene cualquiera, hasta el mismísimo Manet.
Corría el año 1862, las fuerzas de Juárez derrotaron a los franceses en
Puebla (México) asestando así un duro golpe a sus pretensiones
coloniales, un evento que pudo inspirar esta pintura.
Manet trabaja en
el cuadro para exhibirlo en el Salón de 1864.
Es una escena que describe
la muerte de un matador de toros en el ruedo: en primer plano una
excelente figura de un matador que aun agonizando sujeta con firmeza la
muleta.
En el centro un toro negro y bravo domina la escena; al fondo
los subalternos a los que el astado impide socorrer al diestro.
Pero Manet no debía ser asiduo a las corridas de toros y por lo visto
pintó de oídas al morlaco, no midió bien el tamaño del toro bravo y lo
representó más cerca del tamaño de una cabra que de un toro. Una vez
terminada, Manet exhibió esta gran pintura a la que llamó «Episodio de
una corrida de toros» (Combat de Taureaux) en el Salón de París
de 1864. Fue motivo de burlas durante su exhibición.
Los críticos se
quejaron de que la imagen del matador caído estaba fuera de proporción
con el toro: «Un torero de madera, muerto por una rata con cuernos«,
fue algunas de las frases con las que se burlaron de él. Ya de vuelta
en su estudio, Manet cortó la pintura creando dos obras más pequeñas: El Torero muerto, y La corrida de toros, ahora en la Colección Frick, Nueva York.
Aunque Manet pudo haber actuado en respuesta a las duras críticas, no
era raro que él volviera a trabajar sus composiciones. Volvió a pintar
el fondo, extrajo la figura del contexto de la corrida de toros, y al
hacerlo, cambió la naturaleza de su pintura. El matador caído ya no es
parte de una narrativa sino que se convierte en un icono, una figura
aislada y convincente de muerte súbita y violenta. Con un fondo ahora
sin rasgos cuerpo del torero está en escorzo dramáticamente, empujando
hacia el espectador. Su proximidad y aislamiento son alarmantes. Sólo su
traje nos informa acerca de él, y los rastros de sangre son los únicos
signos de una muerte dolorosa.
Del resto de la pintura Manet eliminó el toro, motivo de las
críticas, y se quedo con la parte superior donde aparece el burladero y
la cuadrilla del matador. Esta obrita, de menor fuerza sin duda, puede
verse en la Colección Frick de Nueva York.
Hay que decir en descargo del gran Edouard Manet, que cuando pinta
este cuadro, aun no ha visitado España ni asistido a una corrida de
toros. Es en septiembre de 1865 cuando visita por primera vez España y
por supuesto asiste a una corrida de toros. Muy impresionado por el
espectáculo, que luego pintaría en varias ocasiones y con más precisión, Manet escribió a su amigo Bauledaire: « Un
des plus beaux, des plus curieux, et des plus terribles spectacles que
l’on puisse voir, c’est une corrida. J’espère, à mon retour, mettre sur
la toile l’aspect brillant, papillotant et en même temps dramatique de
la corrida à laquelle j’ai assisté.».
Además de los toros, a Edouard Manet le gustaban más cosas de nuestro
país, era un ferviente admirador de la pintura de Diego Velázquez. Mira
este cuadro titulado «Soldado muerto» y atribuido a Velázquez (sobre
esto hay dudas) y dime si no se inspiró Manet en él para pintar su
Torero muerto.
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