Por Santi
Ortiz
“Los
violentos y los que les alientan nunca podrán hablar en nombre de la Cultura.
Frente a la intolerancia: más democracia. Ni un paso atrás, compañera”.
Así se
despachaba en un tuit, el ahora vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, en
respuesta al escrache sufrido en Toledo por la ministra de Trabajo, Yolanda
Díaz, increpada e insultada por una veintena de profesionales del toreo a los
que la ministra está robando el pan de sus hijos de la manera más arbitraria al
negarle las ayudas por el covid-19 a las que tienen derecho.Iglesias la anima a no dar ni un paso atrás; es decir: a seguir
discriminando canallescamente a un colectivo de trabajadores, de artistas, cuya
única falta es ganarse la vida de una manera no bien vista desde la trinchera
de Podemos. Igual, desde su engreimiento progresista, participa de la ignorante
obnubilación de la periodista Marta Nevod, a quien no se le cayó la cara de
vergüenza al afirmar que “la ministra tiene potestad para decidir a quién da y
a quien no las ayudas”. Vamos, como si lo diera ella de su bolsillo, como si
España fuera una viña sin vallado, como si no estuviéramos en un Estado
democrático, caracterizado, no por el hecho de ir a votar cada cuatro años,
sino por garantizar que el Poder –incluido el de Iglesias y la ministra
Yolanda– está siempre sometido a control.

En
este contencioso, la señora Yolanda no acata la Ley y se comporta como una tiranuela
de la peor estofa, de ahí que se haya visto obligada a soportar la rabia de un
minúsculo bastión del colectivo que ella avasalla. El abuso tiene esos riesgos.
Y no es que yo esté a favor de los escraches, pero la desesperación y la
impotencia que crean la injusticia han sido las semillas de muchos de los que
no han tenido otra salida que echarse al monte para defender sus pisoteados
derechos. Basta repasar la Historia.
Pablo
y Yolanda lo saben bien y bien que lo han defendido, pues era la propia
ministra quien, por abril de 2013, afirmaba en Twitter que “Los escraches son
la única arma que tienen los que sufren la crisis para defenderse”. Más
elocuente se mostraba aún, el señor Iglesias, en uno de sus programas de Fort
Apache, cuando sostenía. “A mí me hace mucha gracia que ciertos partidos
critiquen los escraches y los abucheos organizados a ciertos políticos. ]…[ No
es aceptable que los términos del debate político los tengan que marcar sólo
los que gobiernan y recortan. Hacía falta ya que se viera a la gente en los
medios pidiendo cuentas a las elites]…[ Y eso es lo que han conseguido los
escraches, en una palabra: democratizar los valores políticos, pues al
interpelar a las elites directamente, los escraches han desbaratado el reparto
de papeles entre el político, emisor del discurso, y los ciudadanos, receptores
pasivos. No me canso de decir que los escraches son el jarabe democrático de los de abajo (la cursiva es mía).”
¡Quién te ha visto y quién te ve!, don Pablo.
No
cabe el asombro. Al fin y al cabo, estos bandazos son los que definen su trayectoria
política de unos años a esta parte. ¿Recordará cuando, aprovechando que Luis de
Guindos, entonces ministro de Economía, iba a comprarse una casa de 600.000
euros, preguntaba a la ciudadanía si entregarían la política de un país a quien
se gastaba esa enorme cantidad en una vivienda?¿Recordará cuando hacía notar
lo peligroso que era para un político aislarse de la gente, viviendo en un
chalet de Somosaguas, sin tener un pie en la calle ni saber lo que es el
transporte público y, por lo tanto, sin perspectivas para solucionar los
problemas de quienes viven en barrios atestados y pisos diminutos?
Pues resulta
que, como De Guindos, él se ha comprado un chalet de casi seiscientos mil euros
en una zona residencial de Galapagar, no pisa la calle sino en coche oficial y
parece cada día más aislado del pueblo sencillo al que se jacta de defender. Nada
que ver con los tiempos en los que sostenía lo siguiente: “Todo el mundo tiene
claro que las elites de este país no son una fotografía de España; es decir: no
tienen las mismas condiciones ni se enfrentan a los mismos dilemas a fin de mes
que la mayor parte de los ciudadanos. Y ahí están los datos”. Así radicaba él
la diferencia entre la casta política y el resto de la sociedad, y en su bola
de cristal no sabía que estaba hablando de sí mismo. Tanto criticar a “la
casta” y ahora resulta que se ha hundido hasta las cejas en la misma, de la
única manera posible: limpio de vergüenza y ayuno de escrúpulos.
¡Quién te ha visto y quién te ve!, don Pablo.
Allá
por 2015, ya advertía del peligro que representaba para los políticos “la
seducción de la moqueta”. Entonces era partidario de que la política no se
profesionalizase y que un militar, un juez o un periodista pudieran decidirse a
dedicarse a la política para en un lapso de cuatro u ocho años volver de nuevo
a su actividad habitual. También era riguroso para los límites salariales de
los políticos. La primera propuesta de Podemos en el Parlamento Europeo fue que
todos los eurodiputados se redujeran el sueldo. Ya en Podemos, los cargos no
podían cobrar más de tres salarios mínimos interprofesionales. Sin embargo, en
marzo de este año propuso reformar el código ético de la formación morada,
suprimiendo este tope salarial y haciendo desaparecer el límite de doce años de
mandato.
¡Quién te ha visto y quién te ve!, don Pablo.
Este
es el tipo; el que se ha vuelto ávido de poder y privilegios; el que defendía
los escraches y ahora llama violentos a los que se lo hacen a su camarilla. Y
no es que haya variado de forma de pensar, pues no he oído ni leído una mínima
condena suya a los escraches que los días de corrida seguimos teniendo que
soportar los aficionados a boca de esa jauría de alanos que tan solapadamente
gusta azuzar para que insulten, intimiden y acosen desde las redes sociales.
Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. A Pablo le va como anillo al dedo este título que Miguel Hernández dio
a su primera obra teatral. Miguel Hernández que, por cierto, era comunista;
que, por cierto, era también aficionado a los toros. Miguel Hernánde
z, que
murió en la cárcel por sus ideas y que, estoy seguro, cantaría a los hombres
del toreo que están hoy luchando por defender su pan y sus derechos, como cantó
a aquel Toro de España; ese toro que en nosotros habita partido en dos mitades:
“con una mataría/ y con la otra mitad moriría luchando.”
Ya
lo sabéis, gentes del toreo. Vosotros sí que no debéis dar ni un paso atrás. Y
digan lo que digan los esperpentos, no sólo estáis defendiendo vuestro pan y la
tauromaquia, sino que en esa lucha defendéis la democracia, la cultura, la
libertad y las conquistas que el pueblo trabajador consiguió a lo largo del
tiempo con su sangre y su esfuerzo. Ánimo y adelante.
¡¡Viva el toreo!!