Por Santi
Ortiz
Toda
una vida dedicada a la investigación. La bacteriología fue su campo y, después
de su dolorosa experiencia en la Primera Guerra Mundial, donde hubo de ver
horrorizado cómo la gangrena gaseosa y otras infecciones se llevaban por
delante miles de vidas, su implicación en el estudio de remedios que pudieran
paliar las infecciones fue absoluto y total. Con la fortuna de los que la
suerte sorprende trabajando, Alexander Fleming –el Doctor Fleming, como se le
conocía por aquí– capitalizó dos descubrimientos que revolucionarían los
métodos terapéuticos de las enfermedades infecciosas: el de una proteína
llamada lisozima y el que le daría renombre y fama mundial:
la penicilina.
Descubierta en 1928, no sería hasta la Segunda Guerra Mundial cuando
pondría de manifiesto todo su extraordinario poder antibacteriano, inaugurando
la que se ha dado en llamar “época de los antibióticos”. Nada tuvo de extraño,
pues, que en 1942 le nombraran miembro de la Royal Society, que dos años
después, el rey Jorge VI le nombrara Sir
y que, en 1945, compartiera el Premio Nobel de Medicina y Fisiología, con los
químicos Florey y Chain.
Gracias a su descubrimiento, Fleming pudo presumir de ser el salvador
indirecto de millones y millones de vidas y, por tal, considerado como uno de
los mayores benefactores de la humanidad, al punto de ser considerado por la
revista Time, en 1999, como una de las cien personas más importantes del siglo
XX.
Siempre temerosos del toro de la gangrena, que tanto engordó el
martirologio de la Fiesta, los toreros vieron en el doctor Fleming una especie
de ángel salvador y tuvieron a bien rendirle un agradecido homenaje dedicándole
un monumento, obra del escultor Laiz Campos, que fue descubierto el 14 de mayo
de 1964, en los aledaños de la plaza de toros de Las Ventas, donde fue
levantado. En él, asentado por un alto pedestal de granito, se yergue el busto
del genial científico, frente al cual una figura de torero, con su capote de
paseo terciado al brazo, alza su montera en brindis en honor del investigador.
Este monumento, encarnación del agradecimiento torero al que con su
descubrimiento salvó tantas vidas, es el que amaneció este primero de julio
pintarrajeado con la palabra “ASESINO”.
Hay que ser cafre, inculto, fanático,
ignaro, necio, alcornoque, gamberro, patán, incivil y cerrero, para tachar así
a este benemérito, con el cual la Humanidad siempre estará en deuda. ¿Cómo se
le puede llamar asesino a quien dedicó su existencia a hurtarle vidas a la
muerte? ¿Por qué? ¿Porque su descubrimiento salvó y salva a toreros? Pero, ¿se
puede ser tan subnormal, tan subhumano, para odiar hasta ese punto no ya a los
hombres de luces, sino también a aquellos que los favorezcan salvándolos de la
enfermedad y de la muerte? ¿Adónde hemos llegado? ¿Qué tienen en la cabeza
estos descerebrados? ¡Qué ignorancia tan grande! ¡Qué incultura! ¿Cuándo dejaron
de utilizar el cerebro para que se les haya atrofiado de esa manera?
Para
muestra un botón, vean lo que comenta de la noticia otro de los rocines de Twitter:
“Ni idea de quién es, pero si los toreros le han dedicado una estatua debe ser
un facha de cojones. Pásame el espray que se va a enterar.” He aquí, el
corrosivo consorcio de la ignorancia y los prejuicios. Ignorancia supina, por
un lado, del analfabeto –titulado o no– al que ni le suena el nombre del bacteriólogo
escocés, y prejuicios que le hacen asimilar a los toreros –los taurinos– con
los fachas, como si el toreo se pudiera confinar en la cuadrícula de alguna
ideología política particular.
Estos vándalos, que van por la vida de intolerantes con ínfulas de
izquierdistas, sin saber siquiera lo que es la izquierda, a la que
desprestigian con sus acciones y consignas, son un peligro en potencia, no
tanto para la fiesta de los toros –me parecen simplemente gárrulos chillones y
fantasmas–, sino para la propia convivencia social. Con su atolondrado
maniqueísmo, contribuyen a la polarización de la Sociedad. Y eso sí es
peligroso, pues basta repasar la Historia para comprobar que la crispación de
las dos Españas ha sido la antesala de
tragedias horribles, que no deberíamos revivir jamás.
No
obstante, el ultraje a Fleming es algo que todo debemos conocer para apreciar
con la clase de acémilas que estamos tratando.
Estos buscarruinas son cada día más numerosos y hay que tenerlo en
cuenta. La mayoría no han dado un palo al agua en su vida, pero se creen con
todos los derechos sin que los deberes aparezcan en su hoja de ruta. Se
permiten llamar asesino a quien no ejerció sino el bien y a quien si se le
pudiera tachar así sería por una sola cosa: ser un auténtico asesino de
bacterias.
Gracias a eso vivimos.
No
he querido cambiar ni una coma. Este es el artículo que escribí antes de que me
informaran que todo era un bulo, que la pintada la habían realizado en 2015 y
que no decía “asesino”, sino “asesinos”. Es verdad que la cosa varía, ya que el
plural está dirigido a insultar a los toreros (o a los toreros y a Fleming, que
también podría ser), cosa que parece acallar la conciencia de muchos, pero no
la mía, pues los toreros no asesinan a nadie, al menos en el ejercicio de su
profesión. Según el diccionario, “asesino” se aplica al que asesina. Y asesinar
es matar a una persona con premeditación o alevosía o por dinero, siendo
siempre constitutivo de delito. Ni los toros son personas ni la fiesta brava
está fuera de la legalidad, con lo cual, llamar asesino a un torero es tan
absurdo como llamárselo al carnicero que mata el pollo que después nos vamos a
comer.
De
todas formas, pienso que no desdice nada de lo anteriormente afirmado el hecho
de que sea o no Fleming el principal objetivo de los profanadores de
monumentos. Ahí está el comentario del tuitero (que ese sí es actual) para
darme la razón. Sigo manteniendo, y son muchos los ejemplos que a diario nos
surten las redes sociales, de que tenemos que vérnoslas con fanáticos,
ignorantes, con más odio que entendederas y dispuestos a todo con tal de acabar
con el toreo, como desean hacer con todo aquello que no les gusta. Según su
criterio, el mundo está mal hecho, la Historia es una mierda y aquí están ellos
para salvarnos de nosotros mismos.
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