La recién aprobada normativa nacional de Educación –también conocida como Ley Celaá– anida polémicas en todas sus costuras. Desde dar posibilidad a los licenciados de que impartan clases sin necesidad de haber cursado el Master Oficial en Formación del Profesorado, o la autorización de que los alumnos pasen de curso en la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) sin límite de asignaturas suspensas –un paso más en el viejo sueño de implantar la figura del analfabeto titulado– y la ampliación del número de plazas para alumnos con discapacidad en centros ordinarios, donde realmente no hay personal especializado para atenderlos adecuadamente, hasta la omisión del Castellano como lengua oficial del Estado y vehicular de la Enseñanza. No acaba aquí la cosa. Para colmo, se va a incluir una nueva asignatura a impartir en Infantil, en la Educación Primaria y en 4º de la ESO –aunque advierten que de forma transversal habrá contenidos de la misma en todas las materias–, en la que, por fin, los colectivos animalistas van a lograr su anhelo de introducir su ideología en colegios e institutos.
La fachada, aparentemente, es aceptable, ya que pretenden inculcar valores que propicien el respeto hacia los seres vivos y los (inexistentes) derechos de los animales, y al medio ambiente. Así lo han solicitado en sus enmiendas ERC, BNG, JxCAT y Más País, mostrando la curiosa empatía que existe entre el nacionalismo y los animalistas.
Otra cosa es la trastienda y eso nos puede explicar el júbilo que la inclusión de esta asignatura en la Ley Celaá ha provocado en la Asociación Parlamentaria en Defensa de los Derechos de los Animales, formada por parlamentarios de casi todos los grupos políticos excepto Ciudadanos, quienes, pese a cobrar su sueldo del erario público, tienen por objetivo atacar actividades legales como los toros, la caza, la pesca, los circos o la cría en granjas, así como, implícitamente, incidir destructivamente en el mundo rural.
No ya como amantes del toreo, sino como simples ciudadanos, debería preocuparnos enormemente la influencia que el animalismo pueda ejercer sobre nuestros niños y adolescentes. La piel es de cordero, pero sus entrañas son de lobo. Su apariencia de abnegada defensa de los animales, granjea a sus acólitos muchas simpatías; sin embargo, bajo cuerda, opera bajo el paraguas de una enorme estructura ideológico-económica que fomenta interesadamente el amor animal y el odio humano con fines lucrativos y nada filantrópicos. En su delirante mundo, los animalistas predican la contranaturaleza y están guiados por un profundo sentimiento de odio al ser humano, al que culpabilizan de todo lo malo que le ocurre al planeta.
Tampoco muestran reparo alguno en mentir. Saben que en sí es absolutamente indiferente que algo sea verdadero o no; lo realmente importante es que haya quienes crean que lo es. Entre la verdad y la creencia de que algo es verdadero se abren caminos totalmente divergentes. El animalismo recorre este último, por eso toca la fibra de los sentimentalismos y necesita la fe de sus catecúmenos para que crean en sus dogmas. Ello le obliga a desacreditar la razón, el conocimiento, la ciencia y la investigación; de este modo, el camino que conduce a la verdad se torna camino prohibido.
Es lo que ocurre con los tan cacareados derechos de los animales. Tales derechos son inexistentes en el campo de la Jurispericia. Ningún código jurídico los recoge, sin embargo, los animalistas los esgrimen como si en verdad existieran y hasta tienen la desfachatez de aseverar que han sido votados y aceptados por la ONU, siendo falso. Como hemos dicho antes, importa poco si tales derechos son una patraña. Esto, como es lógico, no lo admitirán los animalistas, quienes jamás reconocerían que, para defender sus puntos de vista, se dedican a falsear y crear ficciones. Pero, como hemos señalado, lo verdaderamente importante para ellos no es tanto la realidad de dichos derechos como el hecho de que un conjunto de individuos crean que tales derechos existen. Ahora bien, si estamos tratando de aclarar ideas, lo prioritario es saber si hay verdad en lo que se cree o no.
La afirmación “los animales tienen derechos porque un conjunto de individuos cree que los tienen” nos conduce a averiguar si tal creencia es verdadera o no; esto es: hay que sopesar si estamos haciendo en serio jurisprudencia aplicada o una tesis sobre la legitimidad del apareamiento de los unicornios. Mucha gente puede creer que existe el monstruo del lago Ness. Allá cada cual. Pero si nos dicen que estos creyentes van a meterse en los colegios para inculcar a nuestros chavales esta creencia, la cosa varía y hay que tomársela en serio.
Qué van a enseñar los animalistas, ¿el mundo real, donde la vida es jerarquía y desigualdad; donde la vida mata a la vida para sobrevivir –hecho del que el propio Darwin se dio cuenta al comprobar que los organismos producen muchos más descendientes de los que se precisan para mantener su tamaño de población, previendo ya la elevada tasa de mortalidad de los individuos inmaduros–; donde no hay especie que pueda subsistir sin pagar su tributo de muerte en alguno de sus individuos; donde la lucha por la vida implica violencia porque así lo disponen las leyes de la Naturaleza, o, por el contrario, van a adoctrinar a los alumnos en su moral “animalista” de liberación animal, fabricando un mundo paradisiaco imaginario, una realidad mutilada a la medida de sus intereses, de la que hagan desaparecer todo aquello que estorbe a sus propósitos, conservando tan solo lo que les es propicio y en la que el torero, el cazador, el pescador o el matarife aparezcan como “asesinos” –con un deplorable uso del término– por el hecho de sacrificar animales?
Un animalista en un aula falsificando incluso la historia de la humanidad para condenar el maltrato del hombre hacia los animales y mostrando la imagen de un mundo irreal –una contranaturaleza– donde la violencia y la muerte se esconden; donde no se trata de conservar especies, sino de salvar del sufrimiento y la muerte a todos los individuos que las componen, obviando, además de este absurdo, las nefastas consecuencias que eso tendría para los individuos que se alimentaran de los anteriores; donde los animales aparecen como inocentes –¡cómo si pudiera aplicársele a un animal el ser inocente o culpable!– y el hombre como personificación del mal, es un auténtico peligro para la salud mental y la comprensión de la realidad de sus alumnos. Tratar de rechazar la relación depredadora y también benefactora del hombre, un omnívoro cazador y recolector que con el tiempo pasó a ser agricultor y ganadero, es negar nuestra civilización de miles de años en aras de un buenismo beato que no soporta el más leve roce con la realidad.
Un animalista en un aula sacando todo el veneno de sus fobias y prejuicios para despotricar de los toros, la caza, la pesca o el circo, sin poseer el mínimo conocimiento exigible de dichos temas ni de sus historias ni de los sentimientos que encierran ni de los motivos que impulsan a un hombre a torear, a cazar, a pescar o a adiestrar animales para sus números circenses, supone una afrenta a la Enseñanza, un desacato a la docencia y un modo de fabricar epsilones idiotizados a la manera de “Un mundo feliz”, la novela de Huxley.
Sólo un insensato, consentiría permitir semejante despropósito, pero con nuestro gobierno Frankenstein hemos topado. Nunca animalistas y nacionalistas iban a encontrar un mejor aliado. Entre otras cosas, porque su debilidad y pordioseo de apoyos lo arroja al chantaje de sus socios con un entreguismo y unas concesiones que están dividiendo el país, polarizándolo hasta extremos altamente preocupantes.
El mismo fanatismo que puso sus huevos en la religión y el patrioterismo, impregna el dogmatismo animalista. Y no hay nada más eficaz que un fanático, pues éstos no sólo evitan toda duda, sino que eliminan cualquier elemento que los desvíe de su objetivo. Para lograrlo se han valido de toda clase de instrumentos: recursos económicos, medios de comunicación y ahora también educación. En eso, parecen una copia del nacionalismo independentista catalán, capaz hasta de inventarse una historia falsificada que ha llegado a introducir en las escuelas y en los libros de texto, y en la que no se ruboriza al sostener que Colón, Cervantes, Hernán Cortés, Pizarro, Bartolomé de las Casas, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, Leonardo da Vinci, Lutero, y otros ilustres prohombres eran catalanes, pero “España se los arrebató a Cataluña en un fraude orquestado durante siglos”. Eso lo afirma un denominado Institut Nova Historia de Catalunya. Es una historia que, como la que se inventó el franquismo para servir de hilo conductor hacia la gloriosa cruzada de la España una, grande y libre, pretende una Cataluña inmemorial que dirige sus destinos hacia la recuperación de su condición de nación independiente. Una historia que crea el mito de la pureza de sangre catalana –el odioso supremacismo–, ocultando la presencia musulmana en Cataluña; que presenta la guerra de Sucesión, con la corona española en litigio entre Felipe de Borbón y el archiduque Carlos de Austria y en la que participaron las grandes potencias europeas, como una guerra de Secesión entre España y Cataluña; una historia que presenta nuestra Guerra Civil como un nuevo conflicto armado de españoles contra catalanes, todo ello embutido en un discurso victimista en el que España siempre juega el papel de tirano opresor.
Con tales maestros, tampoco se puede esperar nada bueno del adoctrinamiento animalista. Si hasta la Asociación Nacional de Editores ha denunciado presiones de los gobiernos autonómicos para modificar los contenidos académicos de los libros de texto, ¿qué podemos encontrarnos en los que se dediquen a hablar de los (inexistentes) derechos de los animales y de cómo son agredidos por la perversidad del hombre? Y más con el animalismo militante que existe dentro del mismo Gobierno.
La situación es cada vez más delicada y con más frentes abiertos en contra de la Tauromaquia. No sé si tal cúmulo de amenazas hará caer de una vez la venda que ciega a las gentes del toro y les obliga a acometer, con el músculo debido, esa unión imprescindible que permita defendernos con éxito. El “ahora o nunca” jamás adquirió mayor sentido. Ellas tienen la palabra
1 comentario:
Enhorabuena Santi, un gran artículo, lo comparto en las RR.SS
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