POR SANTI ORTIZ .
Desde que la caída del muro de Berlín apuntillara la estética revolucionaria y el Supermercado financiero suministrara el sustrato alimenticio del ciudadano consumidor, cada vez más ideologizado en la no-ideología y subsumido en la cultura de masas homologada por el Sistema, la progresía urbana y desclasada vio que el disfraz de izquierdas le venía que ni pintado según el espejo de la nueva política y decidió apropiarse del uniforme con la desfachatez de quien se siente avalado por una realidad totalmente amoral.
Como la subnormalidad es otra pandemia más callada, pero aún más mortífera y extendida que la del Covid, el ideario de los nuevos salvadores del mundo encontró el camino expedito para que sus raíces se fueran robusteciendo con un abono mezcla de postmodernidad y desencanto en un entorno cuyo simplismo pedía pocas credenciales y ofrecía un auténtico paraíso a medradores y crápulas culturales de todo tipo, siempre que fueran capaces de hacer creer al grueso del rebaño que se creían sus propias mentiras.
Vendieron que la biografía del mundo era el relato de un inmenso error y se posicionaron en la parrilla de salida del futuro dispuestos a enmendarle la plana a la política anterior, a la historia, a la geografía, a la lengua, a la biología, a la antropología, a la ecología y a cuantas civilizaciones prologaban la aparición cósmica de su Gran Profeta del Timo, transmutado cual verdugo justiciero, en aras de la animalidad más religiosa, para aniquilar para siempre al decrépito y anacrónico Humanismo, una vez que la reivindicación humana hubiera sido arrojada al desván de los objeto inservibles.
Desde la óptica a la que pertenezco, cuando todavía la vileza tenía carácter peyorativo, las noticias falsas –fake news– desprestigiaban a quienes hacían triles con ellas, la razón y la lógica eran armas dialécticas que exigían del contrario peso intelectual y la ideología no era palabra ni mucho menos muerta, llamar de izquierda al buscón Pablo Iglesias o al trepa Pedro Sánchez, se me hace tan disparatado como meter en el mismo saco la fiesta de los toros y la ablación del clítoris, como lozana y desahogadamente ha hecho hace unos días una interfecta de Adelante Andalucía en la Mesa del Parlamento andaluz.
El extravagante desatino circunstanciaba, junto a apaleamientos por adulterio y combates de gladiadores, un discurso modélico para ilustrar en qué pozo negro ha caído hoy la política, secuestrada por una pandilla de ignaros, cuya ética parlamentaria puede competir sin ventajas con la de un gorila o un tigre de Tasmania. La paparrucha de la señora portavoz era un canto al recorta y pega, o lo que es lo mismo: la apoteosis del hábito de la conciencia no reflexiva. Prácticamente todo el garrapatón antitaurino de su propuesta estaba extraído de otra pandemia: la animalista de internet, donde se extienden a mansalva patentes de corso en el pugilato de ver quién se erige en capitán de las estupideces y las mentiras y donde campan a sus anchas los innumerables ecos que copietean y repiten, repiten y repiten, sin haber gastado ni un solo segundo de su tiempo en verificar la veracidad de lo que afirman sus fuentes.
La interfecta portavoz de Adelante Andalucía o Andalucía adelante o Anda delante que atrás viene Lucía, en su sacrosanto cometido de dar voz a los sin voz no cayó en la cuenta de que era sólo un eco, una mera superficie publicitaria que repetía las mentiras que otros habían ya exprimido. Un poner: reproducía una vez más las mismas frases que, según el oráculo animalista, figuraba entre las pronunciaciones de 1980 de la UNESCO en contra de la Tauromaquia, a la que tachaba de “arte banal de torturar y matar animales delante del público. Algo que traumatiza a niños y adultos, que empeora el estado de los neurópatas que vean el espectáculo y desnaturaliza nuestra relación con el animal”. Aparte de la deplorable sintaxis, lo malo del caso para nuestra aguerrida defensora de la extinción del toro de lidia –que no otra cosa son los antitaurinos– es que podríamos dar un premio multimillonario a quien encontrase el citado documento sin temor a tener que pagarlo, porque la UNESCO NUNCA se pronunció de esa manera. Es una fake news más de las incontables que sazona y condimenta el animalismo, osado en sus devaneos con el engaño al grado de difundir que la UNESCO aprobó la Declaración Universal del Derecho de los Animales, el 27 de octubre de 1978, cuando dicho organismo ni aprobó ni ha aprobado jamás semejante Declaración. Lo que ocurrió ese día fue que, en una de las salas que la UNESCO cedía de vez en cuando a grupos animalistas para sus reuniones, se aprobó por parte de dichos grupos la declaración citada, en la que, claro está, la UNESCO nada tuvo que ver.
No quiero seguir adelante sin detenerme en el calificativo que nos endilgan a los que asistimos a las corridas: neurópatas. Dado que así se designa a quienes padecen de neuritis y es ésta un trastorno producido por la inflamación de un nervio, acompañado generalmente de neuralgia y atrofia muscular, debo pedirle a los aficionados que se vigilen bien y acudan de inmediato al centro de salud más próximo en cuanto detecten el menor síntoma. Lo malo es cuando torea José Tomás, pues, con tantísimo público, los centros hospitalarios se verán sin duda totalmente colapsados.
Deambulando por este paisaje de la mentira, nuestra ínclita portavoz maneja con la habilidad que le permiten sus neuronas los códigos de inculcación y persuasión tratando de convencer a sus colegas para que apoyen su exigencia a la televisión andaluza de que no retransmita corridas en horario infantil, sino que las grabe y emita en diferido en horario nocturno. No importa que el único estudio serio que se ha realizado sobre la influencia de las corridas en los menores concluyera que “con los datos actualmente disponibles, no se puede considerar como peligrosa la contemplación de espectáculos taurinos por menores de 14 años…”, ella y su grupo siguen a lo suyo con la proverbial terquedad de la mula, contribuyendo a la validez de esa norma moral tan burguesa que anima a cambiar algo para que nada cambie.
En este caso, a la joven progresía consumista actual –con la camiseta del Che, pero soñando vivir como Bill Gates o Amancio Ortega– le ha dado por los toros y despilfarran tiempo y esfuerzos buscando su abolición. Es otra demostración del Estado totalitario que nos quieren imponer y en el que no hay cabida para otras ideas y otra visión que las suyas, ya sea en la vida política, social, el ocio o la gastronomía. (“Nosotros solos somos los buenos, / nosotros solos, ni más ni menos.”)
Mientras, segura de su victoria, la interfecta portavoz de Adelante Andalucía, continuaba caminando sobre las enmoquetadas ensoñaciones de su nueva lógica avalada por el consenso del dios Mercado, en tanto que los neurópatas taurinos –pensaba– vamos hundiéndonos inexorablemente víctimas de la marginación acelerada de las culturas minoritarias no homologables a las bendecidas por el Sistema. Para ella estaba claro que el toreo no tiene salvación.
Impasible el ademán e imparable en su decisión, de entre sus valores analfabetos, imaginaba sacar adelante su proyecto de gravar a los ganaderos, por contaminación estratosférica y contribución al cambio climático, con una tasa –la Tasa Iglesias, podría llamarse– que penalizaría cada ventosidad de cuantas vacas, toros y becerros pastaran por el campo. Y salvaría a las gallinas de ser impunemente violadas por los gallos colocándoles un glamuroso cinturón de castidad diseñado por Armani.
Después de haber vendido su alma a San Francisco de Asís –patrón de los animales y los ecologistas–, nuestra portavoz tuvo un sueño profético en el que la Luna aparecía con toda su superficie cubierta de cereales, verduras, frutas y hortalizas, reserva indispensable para hacer factible la aspiración naturista de imponer a todos los humanos la más férrea dieta vegana; en tanto que un cielo sin estrellas garantizaba la erradicación de la violencia en el Cosmos.
Vueltos a su actuación ante la Mesa del Parlamento de Andalucía, cuando la portavoz –disfrazada de vestal de Me Too disfrazada, a su vez, de oveja Dolly– cerró su discurso afirmando que el toro (de lidia) era un animal indefenso, Marx –Groucho– casi se nos muere de la risa, mientras Lenin –el tío abuelo de nuestro goleador David Villa–, sin dar crédito a lo que oía, hacía cábalas admirado del alto grado de subnormalidad alcanzable por los mesiánicos impulsores del mundo nuevo y la nueva política.
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