Por Santi Ortiz.
Cuando enero decía adiós, me topo con un vídeo –en su tiempo, viral–, de hace año y pico, donde la actual presidenta de PACMA, Laura Duarte –entonces candidata al Congreso de los Diputados–, aparecía dándole de comer de su propia mano a “Marius”, un buey castrado y manso, al que, tal vez por su color negro y la conformación de su cuerna, ella presentaba como toro bravo.
La animalista gallega, además de insultar a los toreros llamándolos cobardes y a nuestra inteligencia queriendo colarnos un buey por toro bravo, ponía de manifiesto su profunda ignorancia sobre ese mundo animal que presume de amar, cuando aseguraba que todos los bovinos son absolutamente pacíficos.
En su aserto, hay desconocimiento y hay falsedad. La evidencia de su falsedad la tiene a pocos kilómetros de su casa, pues le bastaría con visitar alguna de las numerosas ganaderías de bravo que circunscriben Madrid, para tomar contacto con un bovino realmente temible: el toro de lidia. Ella lo sabe y podría comprobarlo si quisiera, pues ya Cayetano la invitó a que lo hiciese. Pero admitir esta evidencia le arruinaría el discurso que se ha montado en contra de la tauromaquia, donde los toros se presentan como víctimas inofensivas torturados a manos de los malvados y crueles toreros.
Sin embargo, no es la del toro de lidia la única raza bovina belicosa. Seguramente, el desconocimiento –ahora sí– de la animalista le ha llevado a omitir otro bovino extremadamente peligroso como es el búfalo cafre; para muchos el animal más temible de África: no en balde ciertas tribus africanas lo llaman “la muerte negra”. Este herbívoro, que puede llegar a pesar una tonelada, es uno de los animales más temidos por cazadores y nativos dados su carácter irascible y una acometividad que, de sentirse amenazado o lo suficientemente molesto, lo lleva a arrancarse contra el intruso a casi 60 km/h. Su potencia y tremenda agresividad justifica que sus depredadores sean muy escasos: sólo el león y el cocodrilo, cuando el hambre acucia, se atreven con él.
Pongamos un último ejemplo, pues toro de lidia y búfalo no son los
únicos bovinos prestos a la embestida. Los operarios y personal científico que trabajan en el Coto de Doñana –un lugar donde hay linces, zorros, víboras y jabalíes–, tampoco dudan en calificar a la vaca marismeña, que se cría silvestre, como el animal más peligroso del Parque. Documéntese mejor, doña Laura, y no muestre su incultura fáunica buscando sostener un discurso sin base con el único objetivo de equivocar a los incautos.
Basándose en la docilidad que en el vídeo muestra el buey, la líder de PACMA pontifica que si al toro bravo se le tratara con el respeto y cariño que ella trata a “Marius” respondería de la misma manera que éste (Lo dice, pero dudo que lo piense, porque, como antes señalaba, ya Cayetano la invitó a su finca para que le hiciera lo mismo a un toro de lidia y que yo sepa no ha recogido el guante). Lo cierto es que doña Laura ensalza la plácida existencia que lleva “Marius” en el santuario vegano que lo acoge.
Un “santuario” vegano o animalista es un lugar en el que se ofrece un hogar permanente a los animales que han sido víctimas de abuso, o abandonados, o criados en cautiverio y no es posible devolverlos a su hábitat natural. Sin embargo, en la práctica estos establecimientos han sido diseñados sobre la base de una consideración puramente humana del bienestar –no podía ser de otra forma– y no desde la óptica propia de cada especie animal. Por ejemplo, el llamado “bienestar animal” de un toro bravo según la perspectiva animalista no coincidirá prácticamente en nada con el interés de dicha raza. Cuando en algunos de estos santuarios se separa a las gallinas de los gallos con el pretexto de evitar que aquellas sean “violadas”, no se está atendiendo a la naturaleza de estas aves, sino a los prejuicios de un feminismo radical y desquiciado que muestra en toda plenitud su subnormalidad pretendiendo extrapolar al mundo animal comportamientos humanos tipificados como delitos en el Código Penal. Exceptuando al hombre, los demás animales son seres irracionales que se guían por sus instintos. Y es el del macho cubrir a la hembra para la pervivencia de la propia especie. En este contexto, ni cabe hablar de “violación” ni de nada de lo que abrigan las morbosas mentes de personas cuya patología debería ser objeto de un urgente tratamiento psiquiátrico.
Ya el propio nombre de “santuario” –que significa lugar sagrado– nos pone en la pista de lo que es el animalismo hoy: un conjunto de sectas tan fanáticas y peligrosas como cualquier otra. Sectas de santurrones practicantes de la zoolatría, que, en vez de aunar esfuerzos en favor de los animales, compiten ferozmente entre ellas en pos de una mayor popularidad que le otorgue más donaciones; sectas tajantes en su condena de la explotación animal, pero mucho más laxas y permisivas con la explotación humana, de la que los jefes hacen víctimas a sus adeptos chupándoles tiempo e incluso ahorros, aprovechándose de su buena fe para hacerlos trabajar como negros sin pagarles un céntimo ni darles la menor muestra de agradecimiento. Todos los elementos típicos de las sectas: el “lavado” de cerebro, el fomento y utilización del sentimiento de culpa, el control absoluto sobre los adeptos, la falta total de transparencia en materia de ingresos y gastos –pues sólo los cabecillas saben cuánto dinero entra y en qué se invierte–, la obediencia absoluta, la incuestionabilidad de los dogmas…; toda esa cartografía de deberes y abusos palpita en las asociaciones animalistas y veganas, oprimiendo, asfixiando, a los incautos que entran a formar parte de su voluntariado.
A tenor de las manifestaciones de quienes habiendo padecido este despotismo han sido capaces de abandonar tal entorno, sabemos que la mayoría de los santuarios están gestionados por personas que no tienen ni idea de animales, que carecen de veterinarios y que abundan en ellos las negligencias. Además, un cierto porcentaje de los animales que viven en ellos son lo que la neolengua animalista denomina “liberados”. Ocurre que ahora se ha puesto de moda el asalto a granjas ganaderas por pandillas de niñatos y no tan niñatos, cuyo cometido es “liberar” a los animales de la explotación apropiándoselos por las buenas o por las malas. Pero por más que estos maleantes edulcoren el asunto presumiendo de haber “liberado” a los animales que se llevan, no los liberan: los roban; o sea: los hurtan, los rapiñan, los sustraen, los pulen, los afanan, los trincan, los mangan, los ratean. Elijan el término que quieran, pero los pretendidos liberadores no son salvadores, son ladrones; saqueadores que pueden encuadrarse como abigeos –los que hurtan ganado–, cuatreros –los que hurtan bestias–, almiforeros –los que hurtan caballerías–, lobatones –los que hurtan ovejas o carneros–, gomarreros –los que hurtan gallinas y pollos– o gruñidores –los que roban cerdos–, que de todo hay en este mundo de locos donde la racionalidad se ha convertido en un bien más escaso que el agua. Pero lo peor del caso es que una buena parte de estos animales “liberados” acaban mal cuidados en un santuario, atropellados en una carretera o víctima de algún depredador del bosque.
También este tipo de acciones son alentadas por PACMA, siglas de lo que en un principio fue Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal; ahora, Partido Animalista Contra el Maltrato Animal, y que yo he reconvertido en Pandilla Alentadora de Cuatreros Maleantes y Abigeos. Como nada es arbitrario, justifico lo de “pandilla”: 1º) porque, a mi entender, partido no es, ya que un partido político se caracteriza por estar dotado de un programa de gobierno de la sociedad en su conjunto y PACMA no lo tiene, y 2º) porque una acepción de “pandilla” la define como “confabulación para engañar a otros o hacerles daño”, lo que le viene a PACMA como anillo al dedo. El resto de palabras creo que quedan plenamente aclaradas por lo anteriormente dicho.
Para completar el cuadro, señalar que otra moda animalista cada vez más habitual es la de “apadrinar” a un animal en un santuario aportando el dinero necesario para que lo cuiden y no le falte de nada –hay quien ha estado apadrinando animales que estaban muertos hacía años porque, para no darle una noticia que lo hiciera sufrir (¡Qué cara más dura!), no le informaban del fallecimiento y le seguían cobrando descaradamente su dinero–; pero yo quiero hacer énfasis en otro aspecto de esta cuestión, que nos invite a reflexionar: Con lo que estamos pasando, padeciendo la pandemia más criminal en un siglo, que arroja ya un diario de 500 muertos en esta tercera ola; con el creciente aumento de la desigualdad social; la peor caída del PIB desde la Guerra Civil; la incompetencia criminal de la casta política que, en vez de servirnos, se sirve de nosotros; el imparable crecimiento de la deuda; el paro desbocado; la ruina insostenible de la pequeña y mediana empresa; el naufragio de la economía; la rapidez con que engordan las colas del hambre; la inflación de desahucios, y la proliferación de los “sintecho”; con todas estas penalidades contristándonos el alma, me parece de una inmoralidad absoluta ponerse a apadrinar animalitos.
Que debamos respetar a los animales, cuidarlos y evitarles daños innecesarios, nunca nos puede hacer perder de vista que el hombre es el hombre y el animal, el animal. Y no es que yo lo diga, lo avala el sentido común. Sé que doña Laura Duarte, como presidenta de PACMA, no estará de acuerdo con esta afirmación, pero sus mentiras y esa falta suya de sensatez es lo que está alejando a su formación cada vez más de la sociedad. De hecho, en la corta historia de PACMA, es la primera vez que no puede presentarse a las elecciones catalanas –el próximo 14 de febrero– por no haber conseguido los avales necesarios para que su candidatura sea admitida; esto es: no ha sido capaz de reunir las firmas del 0,1% de los electores inscritos en el censo. Si éste es un dato puntual o una tendencia, el tiempo lo dirá; pero de momento las cosas son como son; esto es: tan rotundas y categóricas como que, por mucho que doña Laura se empeñe en engañarnos, “Marius” no es más que un buey castrado, mientras que un toro bravo es otra cosa.
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