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martes, 28 de septiembre de 2021

EL LOBO, ESPECIE PRIVILEGIADA

 Por Santi Ortiz


La irracionalidad gana una nueva batalla. Desde el pasado miércoles queda terminantemente prohibido matar lobos en España. De esta forma, el lobo pasa de ser especie protegida a especie privilegiada, con todas las opciones de convertirse en plaga, gracias al desquiciado y antiecológico buenismo animalista encabezado por la Ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Rivera, defensora y auspiciadora de la irracional medida.

¿Acaso está el lobo en peligro de extinción? En la actualidad no, en absoluto. Gracias a las leyes proteccionistas que han venido amparándolo, el lobo se ha expandido por otros territorios aumentando considerablemente el número de individuos y manadas; es más, al parecer, en España tenemos, detrás de Rumanía, la cabaña más importante de lobos de Europa. Desde ese punto de vista, pues, no existía necesidad alguna de llegar a este extremo tan lesivo para los hombres y mujeres que viven de la ganadería extensiva en los territorios amenazados por el lobo.


¿Qué se consigue con esta prohibición? Dejar en total desamparo a los ganaderos afectados por las incursiones lobunas y eliminar al único depredador que tiene el lobo en este país: el hombre. Esto último nos lleva a una ruptura del equilibrio ecológico que convierte al lobo, privado de los potenciales enemigos que podrían controlarlo, en una plaga en potencia. Cosa en la cual, si la ley sigue adelante, y no se frena de algún modo, el tiempo se encargará de darme la razón.

El equilibrio de un ecosistema se basa en una relación entre la vida y la muerte que controla las poblaciones de los distintos animales y plantas que se hallan en interacción. Si ese equilibrio se rompe, como esta ley auspicia, la especie beneficiada pasa a proliferar sin freno alguno convirtiéndose en una plaga, nociva como todas ellas. Recuerden lo que ocurrió en Australia, cuando se soltaron en sus campos algunas parejas de conejos, animal no autóctono de aquel país y, por ello, carente de depredadores que pudieran poner freno a su proliferación. El resultado: la creación de un gravísimo problema nacional, no sólo ecológico, sino económico, que llevó a tener que emplear múltiples recursos para eliminar todos los conejos posibles y pagar precios exorbitantes por cada pieza cobrada.

Aquí ya está pasando con los jabalíes, cuya población supera el millón de ejemplares, aunque no haya cifras oficiales porque el Ministerio de Agricultura hace oídos sordos a las organizaciones agrarias que demandan la creación de un censo exhaustivo de la especie, alarmadas por el daño que provocan en cosechas y masas forestales, aparte de propagar enfermedades a otras especies animales como la peste porcina o la tuberculosis y provocar accidentes de tráfico.

Como ya hemos señalado, prácticamente el único depredador del lobo en nuestro país es el hombre y esta ley lo elimina como tal, con lo cual dicha especie, libre de enemigos naturales, podrá proliferar y matar a un ritmo creciente para quebranto de ganaderos y especies silvestres que entren en su cadena trófica. De hecho, los ganaderos de bravo, como Domingo Hernández –cuya ganadería pasta en tierras salmantinas–, advierten de cómo ha ido aumentando los ataques del lobo desde hace un par de años. De tener un ataque al mes han pasado a sufrirlos a diario. Como el Niño de la Capea, al que atacan y devoran vacas y becerros. O no los devoran, como le ha ocurrido hace poco al ganadero Victoriano del Río, en su finca de Guadalix de la Sierra, que no se comieron casi ninguna de las reses que atacaron y mataron. Porque hay que saber que el lobo mata indiscriminadamente y no sólo para comer, también lo hace para mantener activo su instinto cazador.


Desde el campo enmoquetado de los despachos, donde la recua urbanita dicta sus desquiciados decretos sobre el mundo rural, animales incluidos, se sostienen majaderías como que hay que fortalecer la coexistencia del lobo y el hombre, cuando eso es tan imposible como diluir aceite en agua. Que el lobo debe existir, sí; pero los ganaderos también y ahí está el conflicto porque con el buenismo proteccionista al lobo se está echando a los ganaderos de los pueblos. Muchos de los que practican la trashumancia llevando el ganado desde el norte a las dehesas de Extremadura, se plantean quedarse definitivamente afincados en tierras extremeñas, huyendo del lobo. Otros abandonan su actividad de toda la vida, asqueados y cansados de sostener una lucha estéril. No en vano, organizaciones agrarias de Zamora denuncian haberse llegado a una situación límite donde la superpoblación de lobos ejerce ya una presión sobre la cabaña ganadera –particularmente, terneros y ovejas– que es verdaderamente insostenible. Y es que el sector está dolido y harto de la situación creada y de las complicaciones, pegas e impedimentos para cobrar los daños tarde y mal. O nunca, pues las pérdidas no sólo se cuantifican en las reses masacradas; es que, tras un ataque, el estrés que crean en las supervivientes propician que las vacas u ovejas aborten, que se les vaya el celo y no se queden preñadas, o que se les corte la leche y no amamanten a sus crías. Y esos “daños colaterales” no se contemplan y nadie los paga. Además, a mí particularmente me parece injusto que esas indemnizaciones las paguemos todos. Deberían ser los cofrades del Hermano Lobo, aquellos que los defienden hasta este grado de insensatez, quienes corrieran con los gastos que ocasionan con su animalismo de chichinabo.

Por otra parte, desde que el lobo ha perdido el miedo al hombre se ha envalentonado y ya ataca incluso a plena luz del día, ante la presencia de los ganaderos, en rediles cercanos al casco urbano de los pueblos. O como ocurrió en la abulense Cebreros, donde el ataque que ocasionó la muerte de una ternera recién parida se produjo en el interior del corral donde el ganadero había puesto a resguardo la vaca para que pariera.


Todo esto les da igual a los defensores del lobo, que los hay hasta en las Baleares, comunidad autónoma que votó a favor de esta injusta y desquiciada medida, aunque en las islas no hayan visto un lobo ni en pintura. Estos proteccionistas acusan a los ganaderos de no poner las suficientes medidas en defensa de sus animales; por ejemplo con perros guardianes como los mastines. Pero no se paran a considerar lo que cuesta alimentar a una jauría de mastines que hagan frente a los lobos; que además, con ese “espíritu deportivo” que se gastan los ecologistas de salón, no podrán hacerlo provistos de sus defensivas carrancas, sino sin collar, a pescuezo descubierto, para que no lleven ventaja. He aquí el papanatismo lúdico que estos analfabetos de la vida real introducen en un problema que es de vital importancia para cientos de familias ganaderas. Tan injusta es esta ley, que ha conseguido unir en su indignación contra ella a las cuatro Comunidades Autónomas más perjudicadas con su implantación: las situadas al norte del Duero –donde se encuentran más del 90% de los lobos de España–, pese a estar gobernadas por partidos de distinto signo político. Galicia, Cantabria, Castilla-León y Asturias, secundadas ahora por Andalucía, la Comunidad de Madrid y Murcia, se proponen presentar un recurso contencioso-administrativo ante la Audiencia Nacional para lograr paralizar la orden que impide cazar lobos en España.

Es un despropósito legislar sobre el mundo rural desde un despacho en Madrid. Hacerlo ha llevado a un disparate tras otro; por ejemplo, éste del lobo, o el de no permitir que los animales muertos queden en el campo. Ciñéndonos al ganadero de bravo, toro o vaca que se muera inmediatamente exige al ganadero emitir el parte correspondiente para darlo de baja en el Registro donde están consignadas las reses de lidia y llamar al camión que ha de llevar sus restos a la incineradora. ¿Consecuencia? Que los buitres no encuentran carroña que llevarse al buche y han empezado a atacar a animales vivos, lo que nunca habían hecho, como ocurrió en diciembre pasado en la ganadería de El Montecillo, donde mataron y se comieron seis becerros bravos, seis proyectos de toro, de bravura, de selección ganadera que ya nunca podrán evaluarse. Esto, por ejemplo, no hay subvención que lo pague.


Volviendo a nuestro tema, por mucho que doña Teresa Rivera pretenda engatusarnos con su bla, bla, bla, animalista, blindar al lobo, como se ha hecho desde su Ministerio, supone firmar la extinción de la ganadería extensiva –los que están en peligro de extinción no son los lobos, son los ganaderos– sita en aquellos lugares donde el lobo campa ahora impunemente. Y también pone en peligro de extinción muchas especies autóctonas, como la cabra hispánica y otras, que padecen al lobo como depredador.

Detrás de esta ley se esconde una tragedia y un flagrante acto de tiranía, una injusticia que sume en la indefensión a todo ganadero que padece las tropelías del lobo sin poder defenderse. Tal vez por eso se me ha venido a la mente aquella obra de Lope de Vega, alguno de cuyos versos parafraseo de esta manera:

¿Quién mató al lobo feroz?

Fuenteovejuna, señor.

¿Y quién es Fuenteovejuna?

¡¡Todos a una!!

De vivir, con su defensa del honor del pueblo y su rechazo a la afrenta del poderoso, estoy seguro que el Fénix de los Ingenios hubiera escrito algo parecido.

Yo, ahí lo dejo

1 comentario:

Coronel Chingon dijo...

Muy bueno el analisis que haces de este problema del lobo. Es una más de tantas sinrazones paridas por esta partida de talibanes que nos gobiernan.
Cambiando el tema, ayer lei otra noticia que me dejo frio: Con la que está cayendo con los precios de la luz, el Gobierno ha ordenado la demolición de 12 centrales hidraúlicas por haber vencido la concesión de 75 años a pesar de que todas ellas están en estado operativo. Al mismo tiempo que quitan la central eliminan tambien la presa, con lo que se cargarán agricultura de regadio, instalaciones recreativas y protección contra inundaciones.