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martes, 22 de noviembre de 2022

LAS RAZONES

 


50 Razones para defender las corridas de toros , obra del filósofo francés Francis Wolff, es acaso el compendio más elocuente de defensa taurómaca que un pensador no-hispanoamericano haya producido.

 Su validez, entre muchas otras razones, radica en su capacidad de síntesis, en la claridad de ideas y en lenguaje práctico; no en vano el filósofo francés dicta en su introducción que la obra sirve como un resumen  hábil para el aficionado. Se considera que la obligación del verdadero amante de la Fiesta es ser digno de ella, y que la lectura de estas teorías taurófilas es imprescindible. 

En este sentido, se propone un resumen del resumen, esto es, se citan textualmente los puntos más válidos de la obra. Se anota que, oh cosa extraña, ningún antitaurino jamás ha balado nada sobre la presente obra, y que en cualquier caso su incapacidad mental se lo impide de manera natural; también se anota que la relevancia de Francis Wolff es digna de mencionarse, ya que es titular de la cátedra de Filosofía de la prestigiosa Ecole Normal Superieur de París –incluso, llegando a compartir trabajo con genios de la talla de Derrida, Celan, Sartre, entre otros- ,a diferencia de tanto antitaurino aparecido que se arroga la facultad de saber todo sobre Arte y Cultura .


LAS  RAZONES


Sólo hay un argumento contra las corridas de toros y no es verdaderamente un argumento. Se llama sensibilidad. 
Algunos  pueden no soportar ver o (incluso imaginar) a un animal herido o muriendo. Este sentimiento es perfectamente respetable.
 Y no cabe duda de que la mayor parte de los que se oponen a las corridas de toros son seres sensibles que sufren verdaderamente cuando imaginan al toro sufriendo
Es difícil de creer y sin embargo es absolutamente cierto:
 el aficionado no experimenta ningún placer con el sufrimiento de los animales
La sensibilidad no es un argumento y sin embargo es la razón más fuerte que se puede oponer contra las corridas de toros. 
El problema consiste en saber si es suficiente: ¿la sensibilidad de unos puede bastar para condenar la sensibilidad de otros?
 ¿Permite explicar el sentido de las corridas de toros y la razón por la que son una fuente esencial de valores humanos? 
¿Puede bastar para exigir su prohibición?


Una cosa es extraer las consecuencias personales de la propia sensibilidad (por eso, yo no voy de pesca) y otra muy distinta es hacer de dicha sensibilidad un estándar absoluto y considerar sus propias convicciones como el criterio de verdad. Esa es la definición de la intolerancia.

Entre los pocos que conocen la fiesta, aunque sean superficialmente, muchos de ellos estiman que los (supuestos) maltratos achacables a las corridas no tienen parangón con las verdaderas urgencias y los verdaderos escándalos de la causa animal.
 Este no es el lugar donde establecer la lista. Incluso algunos teóricos serios de esta causa confiesan. Eso sí con la boca pequeña, que las corridas de toros no son más “perjudiciales” para los toros que lo serían las carreras Hípicas para los caballos. 
(Por los mismos motivos, ¿se prohibirán las carreras de caballos? ¿Que quedaría entonces del último vínculo del hombre y el caballo?)

La desgracia que en la actualidad prolifera una cierta moda oportunista, vagamente naturalista, vagamente comprensiva, vagamente “verde”, vagamente “victimista” y sobre todo completamente ignorante tanto de la naturaleza animal como de la realidad de las corridas de toros. 
Esta coyuntura suscita simpatía con cualquier causa animal de manera tan espontánea como irreflexiva y por tanto despierta la antipatía inmediata contra la fiesta de los toros. 
Así, para un gran número de personas, ¿no es cierto que las corridas de toros son ese espectáculo bárbaro donde se matan en público pobres animalitos? Entonces, para garantizar el éxito de las campañas antitaurinas, basta con que unos cuantos militantes exaltados recurran a algunas imágenes impactantes de la televisión, a algún eslogan (“¡tortura!”) y a alguna injuria (“¡sádicos!”)  simplistas.

Un  militante honesto de la causa animal, discípulo del filósofo utilitarista Peter Singer, autor del best- seller  Liberación animal, me dijo un día: “el criterio esencial del bienestar animal, el único por el que deberíamos luchar, reside en las condiciones de vida”. 
Y habrá que convenir que, desde este punto de vista, las corridas de toros podrían recibir una certificación de buena conducta de las asociaciones más exigentes de defensa de los animales

¿SON TORTURAS LAS CORRIDAS DE TOROS?


Calificar las corridas de toros como “torturas” se ha convertido en un eslogan corriente para los militantes de la causa antitaurina.
 Todo detractor serio de la fiesta de los toros tendrían que avergonzarse de semejante ofensa.
 Salvo que se acepte traicionar el significado de las palabras.
 ¿ Que es torturar? Es hacer sufrir voluntariamente a un ser indefenso, ya sea por puro placer (cruel o sádico), ya sea para obtener algún beneficio como contraprestación de ese sufrimiento (una confesión, una información, etc.).
 Por estas cinco razones, las corridas de toros se oponen radicalmente a la tortura.
. Las corridas de toros no tienen como objetivo hacer sufrir a un animal
La tortura tiene como objetivo hacer sufrir. Que las corridas de toros impliquen la muerte del toro y consecuentemente sus heridas forma parte innegable de su definición. Por eso no significa que el sufrimiento del toro sea el objetivo – de hecho no más que la pesca con caña, la caza deportiva, el consumo de langosta, el sacrificio del cordero en la fiesta grande musulmana o en cualquier otro rito peligroso. Estas prácticas no tienen como objetivo hacer sufrir a un animal, aunque puedan tener como efecto el sufrimiento de un animal, aunque puedan tener ese efecto. Si se prohibieran todas las actividades humanas que pudieran tener como efecto el sufrimiento de un animal, habría que prohibir un importante número de ritos religiosos, de actividades de ocio, y hasta de prácticas gastronómicas, incluyendo el consumo normal de pescado y carne, que implica generalmente estrés, dolor e incomodidad para las especies afectadas.
Las corridas de toros no son más torturas que la pesca con caña. Se pescan los peces son desafío, diversión, pasión, y para comérselos.


.
Las corridas no tendrían ningún sentido sin la pelea del toro
Torturar a un hombre, e incluso a un animal, es hacerlo sobre un ser con las manos y los pies atados, y, en cualquier caso, privado de la posibilidad de defenderse. Y eso, no solo no sucede en la lidia sino que además sería contrario a su sentido, su esencia y sus valores. La palabra corrida procede de correr: es el toro el que debe correr, atacar y por tanto pelear

. Las corridas de toros no tendrían ningún sentido sin el riesgo de la muerte del torero

Torturar a un hombre, e incluso a un animal, no es únicamente hacerlo sobre un ser sin posibilidad de defenderse, es hacerlo con total tranquilidad y sin asumir el más mínimo riesgo. ¿Somos capaces de imaginar un torturador herido o matado por su torturado? Evidentemente, no. Entonces el sentido, la esencia y el valor de la corrida descansan sobre dos pilares: el primero es la lucha del toro que no debe morir sin haber podido expresar, de la mejor manera, sus facultades ofensivas o defensivas ; el segundo pilar, simétrico del primero, es el compromiso del torero, el cual no puede afrontar a su adversario sin jugarse la vida. Ninguna corrida tendría interés sin ese permanente riesgo de muerte del torero. ¡De nuevo, esto es justamente lo contrario de la tortura

. ¡Si un toro fuera torturado huiría!

La lidia no pretende torturar a un animal indefenso, sino más bien al contrario consiste en hacer pelear a un animal naturalmente predispuesto par la lucha (de ahí el nombre de toro de lidia,). Tenemos dos comprobaciones empíricas evidentes: si se le hiciera la prueba del puyazo a cualquier otro animal (un buey o un lobo), huiría inmediatamente, puesto que la fuga es la reacción inmediata de cualquier mamífero ante una agresión.
 Sin embargo, el toro de lidia, lejos de huir, redobla sus acometidas. Segunda comprobación: cuando se le hace sufrir a un toro de lidia una verdadera “tortura” (por ejemplo, una descarga eléctrica como es el caso de algunas vallas electrificadas), se escapa y huye. 
Este comportamiento es justamente el contrario al de su reacción normal durante la pela en el ruedo.

. Hablar de tortura?

¿no es confundir al hombre con el animal?
…¿no están corriendo el riesgo de hacer más benigna la verdadera tortura? Sería tanto como decir que la insoportable e interminable tortura del impotente prisionero político que se halla en el fondo de una celda, es lo mismo que la pelea de un animal bravo en el ruedo. ¿No constituye esto un auténtico insulto a todos los torturados del mundo?


EL SUFRIMIENTO DEL TORO

No sabemos demasiadas cosas sobre el dolor animal, que sin duda existe, hecho que no implica que podamos compararlo con el sufrimiento humano, ya que en el animal es instantáneo y no va acompañando de la conciencia reflexiva que aumenta el desamparo. 
Tampoco podemos olvidar que, en el mundo animal, el dolor tiene esencialmente un valor positivo y un sentido utilitario: poner en marcha la reacción adaptada, que consiste generalmente en evitarlo o rehuirlo.


. El estrés del toro

Para un hombre del siglo XXI, el dolor es el peor de todos los males pues le deja completamente impotente.
 Para ciertos animales, algunos males son peores que el dolor; por ejemplo, el estrés que experimentan cuando se encuentran en una situación insoportable o un entorno inadaptado a su organismo. 
Los estudios experimentales del profesor Illera del Portal, Director del Departamento de Fisiología Animal de la facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, han demostrado (a través de la medida de la cantidad de cortisol producida por el organismo) que el toro de lidia sufre más  estrés durante su transporte o en el momento de salir al ruedo que en el transcurso de la lidia; y que incluso el estrés disminuye en el curso de la pelea



. La adaptación fisiológica del toro a la lidia

…Por eso no sorprende que los  estudios de laboratorios del ya citado Juan Carlos Illera del Portal hayan demostrado que este animal, particularmente adaptado para a la lidia, tenga reacciones hormonales únicas en el mundo animal ante el “dolor” ( que le permiten anestesiarlo casi en el mismo momento en que se produce), especialmente debido a la segregación de una cantidad de beta- endorfinas (opiáceo endógeno que es la hormona encargada de bloquear los receptores del dolor), sobre todo, cuando se produce en el transcurso de la lidia. 

Otro descubrimiento que demuestra la singularidad del toro de lidia en relación  a las demás “razas” de bovinos es la talla del hipotálamo (parte del cerebro que sintetiza las neurohormonas que se encargan especialmente de la regulación de las funciones de estrés y de defensa) que es un 20% mayor que el de los demás bovinos- dato que es considerable. 
Todo esto no hace sino explicar las causas fisiológicas de un comportamiento que cualquier ganadero de toros de lidia o cualquier aficionado conoce (pero que ignoran todos los profanos) y que hace posible la lidia: el toro bravo, en lugar de sentir el “dolor” como un sufrimiento, lo siente como un estimulante para la lucha. 
Se transforma inmediatamente en una excitación agresivo.

. “¡pero el toro no quiere luchar!”

A veces se contesta a los argumentos procedentes con tal sentencia: “el hombre (el torero) lucha si quiere, elige arriesgar su vida; el animal, por el contrario, no elige el combate sino que está condenado a la lucha y a la muerte”.
 Respondo: es cierto. ¡Pero es que los animales en general no “eligen” conscientemente una u otra conducta! 
Es decir, no se marcan un objetivo en su mente al que intentarían llegar por tal o cual medio requerido.
 Muy al contrario actúan de manera conforme a su naturaleza individual o a la de su especie. 
De esta forma, un toro que acomete, que ve en cualquier intruso un adversario que debe expulsar y que ataca a un hombre “que no le ha hecho nada malo”, no actúa por “elección“ o por voluntad consciente y clara, sino que su comportamiento obedece a su naturaleza, a su carácter, a la “bravura” que está en él. 
¡Sin lugar a dudas, el toro no quiere luchar, pero no es que sea contrario a su naturaleza el luchar (¡ bien al contrario!) sino porque lo que es contrario a su naturaleza es el querer!.

 .LA MUERTE DEL TORO

Cuando los argumentos que giran alrededor del dolor del toro comienzan a agotarse, el detractor de la fiesta escoge el nervio central de la lidia: la muerte.
 Preguntan: ¿Por qué matar al toro? ¿Tenemos derecho a hacerlo? 
¿Es necesario? Esta protesta sincera contra la muerte del toro se formula de manera confusa. No se sabe bien lo que se condena: ¿el acto de matar un animal? ¿EI hecho de matarlo para algo diferente de comérselo (como si el toro no nos lo comiéramos, y como si comer fuera la finalidad más elevada y la más defendible)?
 ¿O el hecho de matarlo en público? 
Habitualmente es este último punto el que genera el mayor malestar, en la imaginación de la gente. No el acto en sí, sino su publicidad.
 Estamos rozando lo irracional. Nos damos cuenta de que, tras la "defensa del animal", se disimula un malestar ante la visibilidad de la muerte. "¿No valdría más ocultarla?"

. ¿Tenemos derecho a matar animales? 

El respeto absoluto de la vida humana es uno de los fundamentos de la civilización. No sucede lo mismo con la idea de respeto absoluto hacia la vida en general. De hecho sería contradictorio con la idea misma de vida: la vida se alimenta sin cesar de la vida. 
Un animal es un ser que se alimenta de sustancias vivas, sean vegetales o  animales. Proclamar por tanto que todos los seres vivos tienen derecho a la vida es un absurdo ya que, por definición, un animal sólo puede vivir en detrimento de lo viviente.
Los animales se matan entre ellos para cubrir sus necesidades, y no exclusivamente nutritivas (contrariamente a lo que comúnmente se cree), a veces lo hacen por agresividad, por  juego, o por instinto de caza (como en los casos del gato, el zorro, o de la orca) ... 
De la misma forma, los hombres siempre han matado animales: bien, porque tenían la necesidad de hacerlo para deshacerse de bestias dañinas (portadoras de enfermedades o  causantes de plagas), bien, para satisfacer sus necesidades, nutritivas o de cualquier otro tipo: cuero, lana, etc.; bien, por razones culturales o simbólicas (sacrificios religiosos, demostraciones cinegéticas, juegos agonísticos). 
Pero lo propio del hombre, que le diferencia de "los demás animales", es lo siguiente: cuando mata un animal respetado (y no una bestia dañina de la que tiene la obligación de deshacerse), el acto de darle muerte va generalmente acompañado en las sociedades tradicionales o rurales) de un ritual festivo o de una ceremonia expiatoria. 
Hay una excepción a esta regla: la muerte mecanizada, estandarizada e industrializada de los mataderos. 
Ésta es fría, silenciosa, ocultada y por decirlo de alguna forma vergonzosa, que es lo que caracteriza a nuestras sociedades urbanas. La corrida de toros satisface al mismo tiempo las necesidades físicas (el toro es comestible) y simbólicas (las co­rridas de toros son un combate estilizado y una ceremonia sacrificial). 
Y, al contrario del matadero industrial, siempre van acompañadas de todas las marcas de respeto tradicional hacia el animal: ritual regulado precediendo al acto y recogido silencio en el momento de la muerte. La pregunta del "derecho a matar''' animales se plantea por tanto mucho más en el caso del matadero industrial que en el de la muerte del toro en el ruedo.

. ¿Por qué matar a los toros?

La muerte del toro es el fin necesario de la corrida. Podríamos enumerar razones utilitaristas. 
El toro está destinado al consumo humano y en ningún caso puede volver a servir para otra corrida, porque en el transcurso de la lidia ha aprendido demasiado, se ha convertido en "intoreable".
Pero esto no es lo esencial.
 Las verdaderas razones son simbóli­cas, éticas y estéticas. Simbólicamente, una corrida es el relato de la lu­cha heroica y de la derrota trágica del animal: ha vivido, ha luchado, y tiene que morir. 
Éticamente, el momento de la muerte es el "instante de la verdad", el acto más arriesgado para el hombre, en el que se tira entre los cuernos intentando esquivar la cornada gracias al dominio técnico que ha adquirido sobre su adversario en el desarrollo de la lidia. Estéticamente, la estocada es el gesto que finaliza el acto y hace nacer la obra, la estocada bien ejecutada, en todo lo alto y de efecto inmediato confiere a la faena la unidad, la totalidad y la perfección de una obra.
Estas tres razones son las que dan sentido a las corridas de toros.

. Pero al menos ¿se podría no matar al toro en público, tal como prescribe la ley portuguesa?

Hemos recordado más arriba las razones esenciales (simbólicas, es­téticas y éticas) de la muerte pública, fin necesario de la ceremonia sacrificial. Por otra parte es un error creer que una muerte "ocultada" sería "menos cruel" para el animal.
 Es más bien lo contrario. Un toro que sale vivo del ruedo tendrá que esperar largas horas antes de ser llevado al ma­tadero donde será abatido por el carnicero. Dejar al animal malherido y confinado en un espacio reducido sin opción a la lucha, sí que sería un auténtico calvario para él .
 La única beneficiada de esta solución sería la hipocresía: lo que no se ve no existe. ("Tapemos la sangre y la muerte, lo esencial es que no se vean!")
. La norma taurómaca 

Consiste en afirmar que no se puede matar al animal sin arriesgar la propia vida
Prueba fehaciente del respeto hacia el toro es que en la corrida sólo se puede dar muerte al toro poniendo el torero en peligro su propia vida.
El deber de arriesgar la propia vida es el precio que uno tiene que pagar para tener el derecho de matar al animal.
 Lo que hace posible la necesi­dad de la muerte del toro es la posibilidad siempre necesaria de la muerte del torero. 
La mayoría de normas que ilustran la ética taurómaca se inspiran en esta norma esencial: engañar al toro para no resultar cogido pero exponiendo siempre el cuerpo al riesgo de la cornada.
A Ia inversa, si se vence sin peligro se triunfa sin gloria.

. EI toro no es abatido, tal como lo atestigua el ritual taurómaco
La corrida de toros no sería nada sin su ritual. Desde el paseíllo ini­cial hasta las mulillas que arrastran el cadáver del toro, todos los actos, todos los gestos, todas las actitudes de los actores intervinientes están ri­tualizados y tienen su sentido.
 El ritual porta dos finalidades.
 Proteger simbólicamente los actos de un hombre que arriesga su vida de cualquier accidente imprevisible, al rodearlos de una tranquilizadora barrera repe­titiva. 
Envolver con un ritual festivo y trágico a la vez los momentos en los que se juega la vida de un animal respetado y por lo tanto singularizado. 
Al toro se le distingue como un ser vivo indi­vidualizado, que cuenta con un nombre propio conocido por todos y con una procedencia genealógica sabida por los aficionados, y al que muchas veces se le aplaude por su belleza, se le ovaciona por su combativi­dad, e incluso se le aclama como a un héroe. 
¿Alguien hablaba de desprecio o de crueldad? 
Habría que hablar de admiración

. El toro no es abatido, se le respeta en su propia naturaleza.

El toro de lidia es un animal bravo, lo que significa que es por naturaleza desconfiado, taciturno y agresivo.
 Esta natural combatividad no tiene nada que ver con la del depredador azuzado por el hombre, puesto que el toro es un herbívoro, ni tampoco está vinculada con un instinto sexual, pues se manifiesta también ante individuos de otras especies. 
Para un animal como éste, una vida conforme a su naturaleza "salvaje", rebelde, indómita, indócil, insumisa, tiene que ser una vida libre - por tanto la mejor posible. 
Y así, una muerte conforme a su naturaleza de animal bravo tiene que ser una muerte en lucha contra aquel que cuestiona su propia libertad, es decir, contra aquel ser vivo que le disputa en su terre­no su supremacía. Éste es el drama que se muestra en el redondel: el toro libra su último combate para defender su Libertad.
 ¿Sería más conforme a su bravura y a la propia naturaleza del toro vivir esclavizado por el hombre y morir en el matadero como un buey de carne? 

. La mejor de las suertes?

Es debido a un proceso de identificación por lo que el animalista solo es capaz de imaginar al toro como chivo expiatorio del hombre. También dicho proceso hace que algunos lo vean como víctima y no como com­batiente. 
Así, puestos a identificarse con el toro propongamos a esos animalistas que se identifiquen con otras especies bovinas y pidámosles que elijan cual es la mejor de las suertes: la del buey de tiro, la del terne­ro de carne (criado normalmente "en batería" y muerto a corta edad) o la del toro de lidia: cuatro años de vida libre a cambio de quince minutos de muerte luchando. 
Entonces la pregunta seria: 
"¿con quién quiere usted identificarse?"


LOS TOROS Y EL MEDIO AMBIENTE


…Se confunde "animalismo" con ecología.
 Y sin embar­go, lo uno es lo opuesto de lo otro. Ocurre que numerosos ecologistas "olvidan" sus propios valores para abrazar los valores animalistas, que son contrarios. 
Defender el equili­brio de las especies y la conservación de los ecosistemas no tiene nada que ver con el hecho de ocuparse de Ia muerte de cada animal considerado individualmente y aún menos con el "sufrimiento" individual de todos los animales que pue­blan los oceanos, las montañas y los bosques del mundo. 
No se puede al mismo tiempo salvar a la especie "Leopardo" y preocuparse por el sufrimiento de las gacelas. 
No se puede al mismo tiempo salvar a la especie "oveja" y preocuparse por la suerte individual delos lobos hambrientos
 (la afirmación inversa también es cierta).
 No se puede alimentar a las palomas (por sentimiento animalista) y preo­cuparse por sus plagas (por razones ecologistas). Hay que elegir: la ecologia o el animalismo. 
La fiesta de los toros es­ta radicalmente en el bando de la ecología.

. Defensa de la biodiversidad

Un verdadero ecologista defiende la biodiversidad y lucha contra la desaparición de las especies.
 Los animalistas que hoy batallan por la prohibición de la fiesta de los toros luchan, muchas veces sin ser conscientes de ello, por La desaparición de los toros de lidia (Bas taurus iberi­cus). 

Esta variedad única de toro salvaje preservada en Europa desde el siglo XVIII gracias a las grandes ganaderías estaría condenada al matadero si se suprimieran las corridas de toros.
 Con lo cual, para salvar la es­pecie (o la variedad) es necesario "sacrificar" algunos toros en el ruedo. El animalista querría "salvar'' a esos ejemplares del destino que les espera. 
Pero ¿cómo sería eso posible sin condenarlos, a ellos y a todos los demás, al matadero? ¿Qué haríamos con todas esas vacas, erales, becerros que hoy viven exclusivamente para posibilitar que unos cuantos toros adultos sean lidiados en el ruedo? 
En efecto, es necesario contar con una ganadería de unas trescientas cabezas de ganado para "producir" anualmente tres corridas de seis toros adultos, (cuatro años). (A esto, el antitaurino generalmente contesta que no siendo el toro de lidia, en la estricta acepción biológica del término, una especie sino solo una "variedad' su patrimonio genético no tendría que ser protegido: pero ¿podríamos deshacernos de los perros con el pretexto de que tenemos lobos, o viceversa?)
 Supongamos que, aguijoneado por estos argumentos, el animalista insista en su empeño de pretenderse "ecologista" y vuelva a las consideraciones morales sobre la necesidad de reducir el "sufrimiento" animal.
 Preguntémosle entonces: ¿disminuiría verdaderamente el sufrimiento animal si se suprimiesen las corridas de toros? (Claro, si suprimimos todos los individuos de una determinada población, de un plumazo suprimiremos sus "sufrimientos".
 Pero a nadie se le escapa que esto es un sofisma).
 Pero, sigamos con ese razonamiento "utilitarista": ¿qué pasaría con todas esas vidas libres (y por tanto "mejores" que las de la mayor parte del resto de animales que viven bajo la dominación del hombre) de esos centenares de miles de bestias (sementales, vacas, utreros, añojos, becerros) que disfrutan actualmente de una vida conforme a su naturale­za y que no mueren en el ruedo?
 (De unos 200.000 animales que viven actualmente en las ganaderías destinadas a la lidia, sólo el 6% muere en el ruedo). 
¿Cómo contabilizar la pérdida de su existencia y de calidad de vida si se suprimieran las corridas de toros? 
Vayamos más lejos y volvamos a los doce mil toros que mueren cada año en los ruedos: ¿estamos seguros de que disminuiríamos sus sufrimientos privándoles de una buena vida si se suprimieran las corridas de toros? 
Y finalmente ¿estamos seguros de que disminuiríamos los sufrimientos de los toros destinados a la corrida si se les privase de la corrida?


LA CORRIDA COMO ESPECTÁCULO

. "¿ No es un espectáculo cruel y bárbaro?"

Entre las representaciones que se hacen los adversarios de la fiesta de los toros, una de las más comunes consiste en considerarla como un espectáculo cruel y bárbaro.
 No niego que es un espectáculo singular y violento, aunque esta violencia está sublimada y ritualizada, como en otras formas artísticas.
 Pero no admito que sea un espectáculo bárbaro: nació en el siglo de las Luces como una ilustración del poder del hombre y de la civili­zación sobre la naturaleza bruta. 
La verdadera barbarie, ¿no consistiría en poner en el mismo plano la vida del hombre y la vida del animal, "considerando por tanto al hombre como una bestia"? 
Tampoco admito que sea un espectáculo cruel, puesto que la crueldad supone el placer que se obtiene con el sufrimiento de una víctima 
 Por supuesto, el aficionado también es sensible al drama del toro (el antitaurino no tiene el monopolio de la sensibilidad y de los buenos sentimientos) pero no ve en él una víctima de malos tratos sino un peligroso combatiente, muchas veces heroico, por más que resulte casi siempre vencido.
La auténtica crueldad, ¿no es la de aquellos antitaurinos que afirman desear la cornada y la muerte del torero? Esto supone, una vez más, colocar al hombre y al animal en el mismo plano. 

. "¿No son perversos los placeres de los espectadores?"

Una de más habituales e injustas de las injurias que los antitaurinos regalan a los aficionados, consiste en tratarlos como "perversos", "sádicos", etc.
 Es absurdo. Nadie conoce a ningún aficionado que disfrute con el sufrimiento del toro. De hecho es difícil encontrar alguno que sea capaz de pegar a su perro, e incluso de hacer daño de manera voluntaria a un gato o a un conejo. 
Y para todos aquéllos que imaginan a los aficionados como una casta particular de humanos sin corazón ni humanidad, sólo me permito recordarles el nombre de todos los artistas, poetas, pintores, que, con independencia de su procedencia y de sus convicciones, son al menos tan sensibles a la vida y al sufrimiento como todos los demás hombres, y en modo alguno carecen de moralidad o humanidad.
 ¿Cabría pensar que Mérinee, Lorca, Bergamín, Picasso, etc. (ver argumento 30) han sido psicópatas y perversos sedientos de sangre? ¿Se podría pensar que hayan mentido hasta ese punto sobre lo que veían?
 ¿Habrían sido capaces de traicionar hasta ese punto lo que experimentaban en el fondo de su sensibilidad y expresaban con su arte? ¿Sería posible que un profano, que jamás ha visto una corrida de toros, sepa más que ellos sobre lo que realmente es? 
Y sobre todo, ¿cómo puede saber lo que esos mismos artistas han sentido al verlas? 

. "La corrida de foros genera violencia"

Es una idea simplista. Baja el pretexto de la existencia de violencia en la lidia, se generaría violencia automáticamente. Insisto: se trata de una violencia estilizada y ritualizada, es decir, sublimada y canalizada y por tanto no de una violencia caótica, absurda, desenfrenada, sin fe ni ley
… El público que asiste a una corrida es a menudo gente cultivada y educada, que manifiesta de manera muy pacífica sus emociones, e incluso las más fuertes e indignadas, cuando el espectáculo no corresponde a sus expectativas. 
…En realidad, si hubiera que considerar la fiesta de los toros como una "escuela" de algo, ésta sería la del respeto: por el rito y su sentido; por la animalidad y la manera como se expresa; y por la humanidad que triunfa y la manera como lo consigue.



LA FIESTA DE LOS TOROS EN LA CULTURA
 
Y EN LA HISTORIA


. La fiesta de los toros no está ligada al franquismo. 
Como toda gran creación cultural es políticamente neutra
Hay un hondo prejuicio, puramente español, que identifica las corridas de toros con el franquismo. 
Esta consideración no resiste ni el análisis ni el peso de los hechos. ¿Los hechos? Por supuesto, las corridas de toros existían con anterioridad al franquismo y se han desarrollado perfectamente después. Cosa distinta es que el régimen haya sabido utilizar y manejar en beneficio propio los fenómenos más espectaculares de la pasión taurina - lo trágico de Manolete y lo desenfadado de El Cordobés, Las dos caras de la popular fiesta de los toros.
 Esto es sin duda lo que hacen todas las dictaduras. Así, Salazar se esforzó en recuperar el fado portugués y atraer hacia sí el icono popular que fue la genial Amalia Rodríguez. Por eso el fado conservó durante algún tiempo después de la "revolución de los claveles" cierta imagen fascista cuando sin embargo nunca dejó de ser la expresión más profunda del alma popular lisboeta. 
También el régimen militar brasileño intentó recuperar para su favor la pasión futbolística del pueblo brasileño y la victoria de la Selección en 1970. Todo esto nada tiene que ver con el fútbol, la música o Ios toros. Recordemos, porque la gente olvida, que hubo aficionados tanto en el bando antifranquista (pensemos en Lorca, Bergamín o Picasso) como en el bando franquista. 
En Francia, la fiesta desata pasiones entre personas de izquierdas (por ejemplo, los escritores Georges Bataille o Michel Leiris) como de derechas (por ejemplo, Henry de Montherland o Jean Cau); y al contrario de lo que ocurre en España, los medios de comunicación meridionales apoyan la tauromaquia independientemente de cualquier consideración ideológica.
En la España actual, el hecho de que los partidos de derechas favorecen con más facilidad la fiesta de los toros que los de izquierdas, tiene que ver con los enfrentamientos entre posturas nacionalistas y plantea­miento centralista.

. La cultura taurina y la "alta cultura"



Todo lo expuesto inscribe la fiesta de los toros dentro de las grandes manifestaciones de la cultura popular . 
Con la variedad innumerable de tauromaquias que los pueblos taurinos han inventado, en su territorio, ocurre lo mismo.
 Pero lo que le diferencia a la fiesta de los toros de una simple manifestación folclórica es haber sido adoptada y convertida en objeto de reflexión de la cultura "culta". 
La universalidad de la fiesta de los toros no es solamente la de los valores que transmite  sino también la de los mundos artísticos y cultos donde ha sido acogida y la de las obras que ha producido en las demás artes.
 ¿Pintura? Sólo hay que citar los nombres de Francisco de Goya, Eugene Delacroix, Gustavo Dore, Eduard Manet, Claude Monet, Ignacio Zuloaga, Ramón Casas, Pablo Picasso, André Masson, Salvador Dalí, Joan Miró, Francis Bacon y, en la actualidad, los de Soulages, Alecbinsky, Botero, Arroyo, Chambas, Barceló, Combas, entre otros muchos ...
 Refiriéndonos a escritores, podemos mencionar a Luis de Góngora, Nicolás Fernandez de Moratín, Prosper Mérinée, TheophiIe Gauthier, Gertrude Stein, Manuel Machado, Jean Cocteau, Jose Bergamín, Henry de MontherIant, George Bataille, Federico García Lorca, Ernest Hemingway, Michel Leiris, Miguel Hernández, Camilo José Ce­la ... ; y hoy, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Florence Delay, etc.

 A esta lista habría que añadir la poesía de Fernando Villalón, de Gerardo Diego, de Rafael Alberti, de René Char, de Yves Charnet, entre otros mIuchos. Sin olvidar las músicas de George Bizet, de Isaac Albéniz, de Joaquín Turina, las esculturas de Benlliure, y, en las artes del siglo XX, dentro de la fotografía, la obra de Lucien Clergue, en el jazz las composiciones de John Coltrane y de Eric Dolphy,

 En el ámbito de la alta costura las creaciones de Christian Lacroix y de Jean-Paul Gaultier, y en el cine las películas de Henry King, de Rouben Mamoulian, de Sergei M. Eisenstein, de Abel Gance, de Budd Boetticher, de Luis Buñuel, de Pedro Almodóvar, etc.

¿Cómo explicar que una tradición tan particular, y aparentemente tan limitada histórica y geográficamente, haya podido inspirar las obras de artistas pertenecientes a modos de expresión, nacionalidades, horizontes y estilos tan diversos, si no fuera porque la fiesta de los toros encierra en sí misma tantos tesoros de expresión artística  y tantos valores humanistas ?

LA CORRIDA Y LOS VALORES HUMANISTAS

. Comprender la animalidad
Hoy por hoy, no tenemos nada más que relaciones con animales de compañía, "humanizados" por nuestra permanente convivencia con ellos. En el ruedo vernos al animal, en toda su naturalidad, o, mejor dicho, a un animal singular, y aprendemos a comprenderle y a pensar con él. Ese es uno de los esenciales placeres del aficionado. 
Es también la primera sorpresa del profano cuando escucha los comentarios de los iniciados.
 Hablan del toro, de su tipo, de su comportamiento e intentan descifrar su carácter singular, anticipar sus acciones y comprender sus reacciones: 
"¿Por qué acomete aquí y no allí? ¿Por qué a determinada distancia y no a otra? ¿Por qué en este terreno y no en aquél? ¿Por qué repite sus embestidas? ¿Por qué mide sus arrancadas? ¿Se percatará de la presencia del hombre tras el engaño?". 
Aprender a ver los toros en general y a comprender un toro en particular es una fuente de educación de "etología" para los niños. Finalmente, es la condición indispensable para apreciar el trabajo del torero: ver lo que él comprende, apreciar cómo se adapta a su adversario, juzgar si le entiende o no y admirar que le haya entendido mejor que nosotros. Estamos lejísimos de gozos perversos!

. Admirar las virtudes morales del torero

Torear no es sólo arriesgar su cuerpo o ejercer su inteligencia. 
Es también demostrar virtudes morales que se deducen del acto taurómaco. Es ilustrar cinco o seis grandes virtudes intemporales.
 El toreo no es solamente una técnica, ni un arte, sino también una suerte de "arte de vivir" que requiere que se actúe siempre respetando algunos de los grandes principios morales.
Para ser torero, o mejor, para merecer ese título:
- Hay que combatir a un animal naturalmente peligroso, lo que exige valor y sangre fría
- Hay que afrontarlo en público, sin perderle la cara, lo que exige caballerosidad y dignidad
- Hay que dominarlo, lo que exige antes que nada, el dominio de sí mismo, del cuerpo, de las reacciones instintivas y de las emociones incontroladas
- Hay que matar, también, a ese adversario, lo que sólo se justifica si, para hacerlo, se pone la propia vida en juego: esto supone lealtad para con el adversario y total sinceridad en relación con su propio compromiso físico y moral
- Finalmente hay que saber ser solidario con los compañeros ante el peligro, lo que exige, una vez más, sacrificio de su propia persona, aún a riesgo de su vida
¿No es el Torero con mayúsculas un auténtico ejemplo de lo que querríamos poder hacer y un verdadero modelo de lo que nos gustaría poder ser?

. Diversidad cultural e imperativos universales de la humanidad
Hemos expuesto cómo defender la fiesta de los toros era resistir a la globalización .
 Pero defender la diversidad cultural no significa defender cualquier práctica cultural.
No todas son obligatoriamente "buenas" o defendibles.
 Algunas chocan con prohibiciones o tabús absolutos. 
Son aquellas que transgreden lo que puede ser resumido en la idea de "derechos humanos".
 Condenar a la esclavitud a un hombre o una mujer; no reconocer a una persona como tal; tratar a un ser humano como un medio para satisfacer cualquier necesidad; rechazar los principios de reciprocidad y justicia; violar los principios de libertad, igualdad y dignidad de los seres humanos ... son acciones que nada tienen que ver con la diversidad cultural ni tampoco con la placentera relatividad de las costumbres. 
Son pura y simplemente barbarie.
 Por definición, estos principios universales no pueden aplicarse a los animales, ya que suponen el reconocimiento del otro como un igual, es decir imponen la reciprocidad sin la cual no habría justicia. 
Si el hombre hubiera tenido, o tuviera, que aplicar a los animales los principios que debe aplicar al hombre, no habría habido domesticación, ni ganadería, ni agricultura, ni, en definitiva, civilización propiamente humana. 
Esto no significa que podamos hacer lo que queramos con los animales, ni que no tengamos deberes hacia ellos . Significa que no podemos con­fundir esos deberes con los que tenemos hacia los hombres, ni los princi­pios del humanismo con los del animalismo.
El animalismo no es una extensión de los valores humanistas. 
Es su negación.

.La creación de lo bello

Todo eso no son más que las primeras sensaciones del profano, que el aficionado sólo reencuentra en las grandes ocasiones. 
Pero, día a día, el arte del toreo consiste en algo completamente diferente: simplemente crear belleza.
 La belleza del toreo es la más clásica: supone elegancia, armonía de movimientos, perfección de formas, equilibrio de volúmenes. 
El toreo crea formas, obras humanas a partir del caos, es decir la acometida natural de un toro. Inmóvil pone, con un solo gesto, orden donde no había más que desorden y movimiento.
 Dibuja curvas poéticas donde el animal naturalmente sólo produce líneas rectas (para coger, para matar). Intenta, como los más clásicos pintores, producir el máximo efecto sobre su materia prima (la acometida del toro) con las mínimas causas, es decir en el menor espacio, tiempo y movimiento.
Claro que no sólo existe la corrida de toros para crear belleza. 
Pero sólo la corrida de toros puede crear esta belleza a partir de su contrario, el miedo a morir.


. Un arte original, entre el clasicismo y la modernidad


EI arte del toreo es original. Tiene algo de música (armonía de los acontecimientos consonantes), algo de las artes plásticas (equilibrio de líneas y de volúmenes en tensión opuesta), algo de las artes dramáticas (alianza del azar y de la necesidad).
El toreo tiene al mismo tiempo algo de clásico y algo de contemporáneo. La mayoría de las artes cultas  han abandonado hace tiempo la creación de belleza, valor estético que se juzga desfasado. Desde este punto de vista, el toreo es un arte extremadamente clásico. La mayoría de las artes cultas han abandonado la representación, para transformarse en artes de la actuación única y de la presentación directa (ver el happening, el body-art, el ready-made, Ia instalación, la intervención, etc). 
Desde este punto de vista, el toreo es un arte completamente contemporáneo: presentación bruta del cuerpo, de la herida, de la muerte.
El toreo tiene al mismo tiempo algo de las artes cultas y de las artes populares. Da a los profanos las más inmediatas emociones y a los cultos las más refinadas conmociones, que corresponden a las artes más "estéticamente correctas".
 Y da a todos, a la par que la tensión permanente debida al riesgo de muerte, el alivio transfigurado debido a la belleza.


. Lo trágico

Y a todas las artes, el toreo les añade la dimensión que ninguna otra arte podrá nunca dar: la dimensión de la realidad. 
Todo está representado, como en el teatro, y sin embargo, todo es verdad, como en la vida. Puesto que el juego es a vida y a muerte. Orson Welles dijo: "!el torero es un actor al que le suceden cosas de verdad!".
 La corrida de toros es un drama trágico al que Ie toca presentar sin ambages la herida y la muerte. Y decir y afirmar es la verdad: sí es innegable, morimos.

¿Es esta verdad la que rechaza nuestra época, la cual sólo ama la naturaleza aséptica, y sólo acepta la realidad a condición de que esté desinfectada, y que afirma amar la juventud siempre que sea eterna?

LOS PELIGROS DEL ANIMALISMO

. Humanismo o animalismo
Ya hemos dicho que no hay que confundir al hombre y al animal  ni los principios del humanismo con los del animalismo .
 Ahora bien, la ideología que se extiende y de la que el movimiento antitaurino es portador consiste en poner en el mismo plano animales y hombres: "¿,No somos nosotros también animales? "¿No tenemos que tratar a los animales como tratamos a los hombres?". 

La intención parece loable: porque ¿no es una manera de extender a los demás seres vivos la compasión, la simpatía y por tanto, la moralidad que nos liga a los hombres? Mera apariencia. Porque, intentando alzar a los animales hasta el nivel en el que debemos tratar a los hombres, necesariamente rebajamos a los hombres al  nivel en el que tratamos a los animales. 

¿Qué quedaría de los valores de justicia, equidad, generosidad y fraternidad? ¿Qué sería de los valores de la convivencia, si reducimos la comunidad humana a esa otra, infinitamente más vaga y menos exigente, que nos liga a los animales, sea cual sea la afección que tengamos para con algunos o el respeto que debemos a todos? 

 ¿Hasta dónde irá la "liberación animal?

 Se comprende entonces por qué la ideología animalista elige como blanco la fiesta de los toros. No es porque sea más "cruel"  objetivamente que todas las formas de explotación animal (se sabe perfectamente que no), ni porque contraríe más la naturaleza de los animales que las demás formas conocidas de domesticación (hemos visto que no), sino porque contradice la imagen aséptica y edulcorada que se tiene actualmente del mundo animal (¿una bestia que combate y puede matar? !inimaginable!) y que parece ser la imagen de la relación del Hombre con su Víctima.
 !Y puesto que habría que "liberar'' a todas las víctimas, es por lo que se debe comenzar por esos pobres toros de lidia! 
Tocamos de nuevo con lo irracional.
Y mañana, ¿cuál será nueva imagen de víctima animal que ya no podrán soportar? ¿Habría que "liberar" todos los animales que el hombre ha domesticado desde hace 11.000 años tal y como lo reclaman ya hoy los teóricos radicales del animalismo en Estados Unidos? ¿Habrá que soltar los cerrojos para liberar a los conejos, y que se apañen Australia y su ecosistema que estuvieron a punto de perecer bajo el peso de su invasión?  
¿Habrá que liberar a los visones, como recientemente se ha hecho en Dordogne, sin preocuparse de la catástrofe ecológica que provocaron? ¿Habrá que liberar a las ovejas del hombre y liberar también a los lobos sin preocuparnos de las ovejas, y liberar también a los osos sin preocuparnos de los agricultores de los Pirineos y sus rebaños (y que ellos también puedan liberarse de los osos, si les apetece)? 

¿Hasta dónde nos llevará esta  locura "liberacionista"? Hasta el punto de que, tomando conciencia de que la mayor parte de las variedades, razas y especies animales (como el toro de lidia) sólo deben su supervivencia a la relación con el hombre, y que, una vez "liberadas", no podrían volver al estado salvaje sin ser inmediatamente condenadas a muerte, habríamos de tomar, como única medida "liberatoria" eficaz, la castración y esterilización de todos los animales domésticos de la tierra que nos aseguraría que jamás habrá animales sometidos a los hombres. 
Es esto lo que preconiza el pensador americano Gary Fraccione, que se atreve a llevar la lógica de la "liberación animal" hasta este punto. ¿Es absurdo? Es, cuando menos, insensato. 
Sin embargo es absolutamente coherente. De hecho es el  único tipo de medida que se deduce racionalmente del principio mismo de la "Liberación animal", eslogan tan ingenuo como irresponsable.

. Libertad

¿Habrán convencido los argumentos aquí expuestos a algunas mentes dubitativas y libres de prejuicios? Podemos esperarlo.
 ¿Habrán hecho cambiar de opinión a aquéllos a los que la sola idea de la corrida de toros les asquea y les rebela? Lo dudamos. 
Como señala Pedro Córdoba al final de su ya citado libro La Corrida, ningún argumento podrá jamás convencer a aquéllos que imaginan la corrida de toros como la tortura de una bestia inocente. 
Ni el hecho de que el calvario del toro sea menos terrible de lo que piensan ; ni que en su lucha plasma su naturaleza ; ni que, al querer evitar la muerte de unos cuantos individuos, se condena en realidad a toda la especie ; ni la comparación entre la abyecta y corta vida de las terneras criadas en baterías y la de los toros criados en plena libertad ; ni cualquier otro argumento será eficaz ante la reacción inmediata, espontánea, irracional del que se indigna y grita:
 "sino, no, lo rechazo!".
 Ante esta reacción pasional  lo único que cabe oponer es la frase con que la que comenzamos: sólo hay un argumento contra las corridas de toros y no es un argumento, es el imperio de algunas sensibilidades. 
A esta cerrazón, los aficionados responden, muchas veces vehementemente, con su propia pasión.
 ¿Hay que quedarse aquí, en este diálogo imposible?
Nos podríamos quedar en esta oposición de pasiones, si ellas mismas se quedaran aquí también.
 Pero es que una de ellas reivindica para sí misma  más que la otra. Reclama limitaciones, prohibiciones, interdicciones; en definitiva una pasión quiere impedir que la otra se satisfaga. Refugiándose la pasión, claro está, tras las "razones": el derecho de los animales, el respeto de la vida, el escándalo del espectáculo de la muerte, etc.
 Y es ahí donde el rol del político exige conservar la razón y pensar: si un día la fiesta de los toros muere por sí misma, será porque ya no desata ninguna pasión.  Hasta ese momento,  lo prudente es dejar a los unos y a los otros su pasión y hacer prevalecer el principio de libertad. 

CONCLUSIÓN: ¿QUIÉNES SON LOS BÁRBAROS?

Supongamos que de un plumazo se suprime la fiesta de los toros.
 No hablaremos de los efectos económicos y sociales inmediatos. Quedémonos con el menoscabo moral.
 ¿Qué perdemos? En primer lugar una relación con la animalidad. ¿Qué imagen del animal quedará, para alimentar el imaginario del hombre y la realidad de sus relaciones con su Otro que es el animal, fuera de los caniches enanos del salón? 
Todas las bestias de labor han sido progresivamente reemplazadas por artilugios, y todas las bestias productoras de carne son progresivamente reemplazadas por "máquinas de fabricar carne" que no nos atrevemos a llamar animales.
 ¿Es esto la naturaleza? ¿Qué rito pagano vamos a conservar en una sociedad que abandona progresivamente todas sus ceremonias? ¿Queremos realmente no tener más elección que el utilitarismo o el fanatismo religioso? 
¿Qué unión de artes populares y artes cultas vamos a conservar, cuando -progresivamente- éstas hayan deshecho todos los lazos con aquéllas? ¿Dónde podremos mirar la muerte de frente, transformada por nuestras actuales sociedades en una vergüenza?
Para los que la aman y la comprenden, la fiesta de los toros es una forma de resistencia a todo lo que nuestra posmodernidad nos hace perder cada día más.
Sin embargo, hay que admitir que, para muchos, sólo es barbarie.
 A lo que sería fácil de responder con el siguiente paralelismo.
En Occidente, nos escandalizamos cuando los talibanes destruyeron las famosas estatuas gigantes de Buda, esculpidas en acantilados en el centro de Afganistán y datadas entre el siglo IV y VI de nuestra era. A fin de cuentas, a sus ojos no destruían "obras de arte", solamente ídolos de piedra; y  lo hacían por respeto hacia su Dios, el "Único verdadero" que ellos consideraban superior a los seres humanos. 
Esto no disculpa ese bárbaro acto, por supuesto.
 ¿Pero, qué es lo que hay que pensar de esos antitaurinos que, en nombre del (supuesto) bienestar de los animales; a los que no consideran superiores a los seres humanos, pretenden dar muerte a una forma de arte y creación arraigada en la historia e inserta en nuestra modernidad, pero en la que ellos solo ven arcaicas creencias y ritos? 
Entonces ¿quiénes son los bárbaros? 
¿Los que quieren perpetuar este arte o los que pretenden prohibirlo?

El argumento es fácil y, sin duda, no es equitativo - sin embargo no más que el que reduce la fiesta de los toros a barbarie. Sólo podemos sacar una lección: siempre seremos bárbaros respecto de alguien.
Por eso más vale quedarse con: tolerancia hacia las opiniones, respeto a las sensibilidades y libertad para hacer todo lo que no atente contra la dignidad de las personas.






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