Los que se empeñan en descalificar la Tauromaquia como algo rancio, alejado del mundo actual, deben aceptar que la reaparición de Juan José Padilla se ha convertido en noticia de ámbito internacional. (Un ejemplo: la atención que le ha prestado el «New York Times»). ¿Cuántos acontecimientos españoles suscitan hoy tal interés en el mundo? ¡Ya les gustaría a nuestros políticos atraer la admiración y el cariño que en tanta gente suscita Padilla!
Lo quieran o no, la Tauromaquia es vista hoy mismo, en el mundo entero, como una seña de identidad española, algo por lo que —para bien o para mal— se nos reconoce, más allá de nuestras fronteras: nuestra Península es «la piel de toro»; nuestra patria, en metáfora consagrada por Valle-Inclán, «el ruedo ibérico»; el toro bravo, el símbolo presente junto a nuestras carreteras, formando ya parte de nuestro paisaje
Discuten algunos que la Tauromaquia sea nuestra Fiesta nacional, alegando que no todos los españoles son aficionados. Llega incluso algún mal informado a tildar esa expresión de «franquista», ignorando que la había empleado ya el Conde de las Navas, a fines del XIX.
Ejemplo de dignidad
Ejemplo de dignidad
Opinan otros que no es una Fiesta nacional sino internacional, presente también en Francia, Portugal y varios países hispanoamericanos. La respuesta es bien sencilla: la Tauromaquia es la Fiesta española por antonomasia. Un ejemplo lo aclara: si pienso en el Renacimiento, lo asocio automáticamente con Florencia, aunque haya tantas obras de arte renacentistas en otros lugares y aunque no todos los florentinos sepan valorarlo. Lo mismo cabría decir del jazz y Nueva Orleáns, del baseball y Estados Unidos, del vals y Viena, del flamenco y Andalucía... De los toros y España.
Según Rafael García Serrano, «los dioses nacían en Extremadura». Juan José Padilla ha renacido en una Plaza de toros extremeña pero no es un dios, sino el hijo de un panadero gaditano, un hombre sencillo, auténtico, que ha conseguido todo lo que tiene con su esfuerzo y —literalmente— con su sangre. Se ha enfrentado a las corridas más duras, que otros evitan. Ahora, además, ha dado un ejemplo de dignidad ante la desgracia y de fortaleza para superarla. ¡Vaya lección para todos los que solemos quejarnos por minucias!
No es Padilla un supermán pero nos ha mostrado, una vez más, el poder de la voluntad, esa fantástica herramienta, capaz de sobreponerse a las circunstancias más adversas. Sí es Padilla un auténtico héroe popular, porque ha hecho lo que ninguno de nosotros seríamos capaces de hacer, ni por todo el dinero. Por eso, hoy, en el mundo entero, se le admira y se le quiere, como a un ejemplo de la «marca España».
Por Andrés Amoros.ABC
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