El mazazo vertiginoso de lacaída de festejos desde 2007 -un brutal 60%, 59,2% para ser exactos, focalizado en plazas de tercera especialmente- se dibuja como el hongo nuclear de Hiroshima sobre el paisaje de las 500.000 hectáreas del campo bravo español que vivía entonces en plena burbuja
La crisis exógena que tumbó todos los sectores del país, el puyazo del 21% del IVA y la crisis endógena de quienes olvidaron que sin toro no hay fiesta han desembocado en una situación dramática: una interminable hilera de vacas de vientre camina hacia los mataderos cual sueño antitaurino -en seis temporadas, la caída se embala desde las 57.543 cabezas a las 36.346 actuales; en el año 2000 había 61.216- y otras miles y miles engendran hoy la mansedumbre del ganado de carne por pura rentabilidad.
Ni para pipas, se solía decir en castizo, ni para cubrir costes.
La venta de toros para las calles -otrora impensable entre los miembros de la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL)- se ha disparado; las otras asociaciones simplemente han quebrado.
Avisan los sanedrines: del stock se puede pasar a la carestía de toros entre 2016 y 2018.
Ganaderías y ganaderías se hunden en las turbulentas aguas y entre las fauces voraces de la ballena del empresariado.
Surgieron tratantes oportunistas que, como estraperlistas en la posguerra, se hacían al por mayor y por corta moneda con camadas enteras, no sólo de toros al borde de ser lidiados, sino de añojos y erales cuyos costes de mantenimiento se antojaban insostenibles en los cuatro años de inversión -cuatro es la edad reglamentaria para ser toro y saltar a una plaza, dato para profanos- que se extienden por delante como el desierto de Sonora.
Por ZABALA DE LA SERNA
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