No hay profesión, institución o partido político en el que no haya aflorado la negra verruga de la corrupción. Se ha perdido la noción de los márgenes comerciales honrados. La palabra de un hombre ya no vale nada.
Han vuelto a las calles los niños con hambre; los he visto devorando los desperdicios de los contenedores como ratas -¡maldita sea mi estampa!- y las familias desestructuradas proliferan como las setas en el otoño.
La autoridad es una utopía en todos sus aspectos. La caridad sin fotografía incorporada es una entelequia y el amor al prójimo ni está ni se le espera.
Ni siquiera la compasión tiene cabida en esta sociedad descreída y sin valores, regida por políticos que venden aire envasado en sucia mentira. Robarnos y estafarnos unos a otros se ha convertido en algo usual. Construimos un templo al becerro de oro que pretendíamos llegara al cielo, cual bíblica Torre de Babel, y al final se nos ha desplomado encima, como un castigo de Dios.
¿Acaso se podía salvar de tal debacle el toreo?
El toreo también es de este mundo en el que ya no tiene sitio la grandeza que no se puede comprar con dinero. Y el toreo o es grandeza o no es casi nada. Por perder, el toreo ha perdido hasta su sentido trágico. Se ha humanizado. Maldita palabra que referida al toreo quiere decir menos toro y más dinero. Y sin que la tragedia se reboce con el valor del hombre, es imposible que salte en el ruedo el chispazo del arte.
La Fiesta Brava se cuartea por los cuatro costados como esta pobre España en la que el patriotismo es casi un delito. Y no volverá a ser ni sombra de lo que fue mientras el país no recupere su pulso. Porque la Fiesta en tan española que no se concibe su fuerza sin la fortaleza de España. Y España, basta leer los titulares de los periódicos y abrir los ojos y los oídos a la realidad de la calle para comprobarlo, se está muriendo a chorros
Por Paco Mora -Aplausos.
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