Entre pitos arrastraron al sexto toro de Adolfo Martín y esos silbidos califican elocuentemente el juego decepcionante de los adolfos.
Se esperaba mucho de una tarde a la medida del aficionado más exigente y al final ese aficionado se va de la plaza abatido por la falta de casta, la endeblez y el juego pobrísimo de una ganadería mimada y venerada.
Menos mal que enfrente se plantaron tres profesionales que intentaron salvar la tarde.Por ejemplo Rafaelillo que en su primero hasta corrió la mano con temple y mando, en lo más importante de ayer. Siempre bien plantado, sometiendo por bajo y con su vocación de torero sin dobleces de siempre. De forma inconcebible se le negó una oreja de esas de ley.
Luego se le jugó ante el cuarto que hacía hilo y buscaba las femorales, pero Rafaelillo no rehuyó el encuentro, arriesgando a sabiendas de que allí no había donde rascar ni un muletazo decente.
Fernando Robleño bregó a brazo partido ante un lote infame, derrochando valor, pero este torero necesita el toro muy encastado que transmita esa sensación de peligro inminente y no estos moruchones de ayer de peligro sordo y mala leche.
Javier Castaño con el toro más decente, el tercero, templó sin convicción y siempre a media altura, estrellándose luego ante el inválido sexto.
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