Con una buena corrida de Núñez del Cuvillo, la que más ha lucido en lo que va del abono, Alejandro Talavante ha cuajado una tarde memorable, de la que no es reflejo fiel el resultado estadístico: una oreja y gran ovación.
Lo de Talavante fue mucho más y así se recordará cuando pase el tiempo. Se gustó mucho toreando a su primero; se sublimó con el que cerró la tarde. Pero la calidad de los toros de Tarifa dio para todos.
Y tanto Antonio Ferrera como José Mª Manzanares alcanzaron su triunfo, hasta redondear la mejor tarde de toros que se ha visto en Madrid durante la presente temporada
.Parece como si todos los astros se hubieran conjuntados para ofrecer en este 16 de mayo el homenaje que siempre pide la memoria histórica de “Gallito”. Y nada mejor que una gran tarde de toros, en la que quedó de manifiesto las mil facetas que conforman la verdad del toreo.
Con toda legitimidad triunfaron en uno de sus toros Antonio Ferrera y José María Manzanares. Y eso ya es mucho. Pero fue Alejandro Talavante, en una tarde memorable, quien marcó el camino que al final conduce a la gloria a quien persiste en esta línea, que no es otra que la sublimación misma del arte del toreo.
Cierto que para que todo eso ocurriera se hacía indispensable una corrida de toros como la que lidió Núñez del Cuvillo. Bien entipada, variada en su juego, pero casi todos con esas condiciones que permiten que el torero se relaje para torear con el alma. Y así, tuvo un buen pitón izquierdo el que abría la tarde, que pedía los terrenos de tablas para sentirse cómodo; la buena planta del 2º no parecía acorde con su nivel de exigencia a la hora de ponerse delante; tras unos comienzos mas dubitativos, se vino arriba el 3º, para acabar con un acompasado galope; la seriedad que aportaba el 4º no se compadecía con sus fuerzas; desde que pisó el ruedo el 5º cantó su buena clase; tras un primer tercio desigual, cambió a muy bueno el que cerró la función, con atemperado y buen son, aunque luego se viniera algo a menos.
Con ese material, Talavante escribió una página memorable de su propia historia. Por técnica para entender lo que le pedía la singularidad de cada “cuvillo”, con mucho temple en la muñecas, con un sentido muy verdadero de cómo se debe torear y hasta con su punto de imaginación, mucho más atemperada que en otras temporadas. Por eso Las Ventas vibraron con la rotundidad que no se había visto hasta ahora. Excelente su actuación en su primer turno, al que le cortó una oreja; sublime la faena grande, con el único borrón final de la espada. En ambos, como en otras ocasiones, la mano izquierda rayó muy en primera línea; esta tarde, además, sobre la derecha dejó verdaderos monumentos al temple y la hondura. Allí había mucha verdad y los tendidos así lo interpretaron. A la estadística pasará como esa tarde en la que Talavante cortó una oreja; en la memoria, en cambio, se recordará como lo que fue, una gran tarde en la que fue capaz de sacar a la luz toda la dimensión de torero que lleva dentro. Entre lo uno y lo otro, mejor quedarse con esto segundo.
Muy en torero Antonio Ferrera, dejando a un lado esa sobredosis de academicismo que sacó en Sevilla. El sentimiento nace o no nace, pero no permite imitaciones. La faena al que abría la función tuvo empaque y enjundia, todo hecho con mucho gusto, con una pasmosa suavidad en la que no cabía una violencia. Incluso cuando el de Cuvillo redujo la dimensión de sus acometidas, Ferrera supo llevarlo incluso más allá de donde quería ir, sobre todo cuando lo hizo al natural. Lo completó con una estocada arriba. Con dulzura pero más desrazado, con frecuentes visitas a la arena, el 4º solo le permitió muletazos sueltos, que aunque tuvieran buen trazado no emocionaban.
De lo bueno que hizo en esta ocasión José María Manzanares, guardemos en la memoria la muy templada forma con la que cuajó con el 5º con el capote, lanceando a la verónica con cadencia y hondura. En este su segundo turno, le costó algún trabajo advertir que la buena clase del “cuvillo” tenía sus condiciones; hubo momentos en los que no atinaba a cogerle la distancia precisa, ni a embarcarlo con las bambas del muleta cada vez que acometía. Pero, en cualquier caso, su faena, pese algunos altibajos, se mantuvo en un nivel mucho más que aceptable, incluso más reunido que en otras ocasiones. Lo mató con gran eficacia. Nada que objetar al trofeo que se le concedió por petición popular. Antes, con el que hizo 2º, las cosas no podían rodar bien; de la inicial exigencia, el toro --que soltaba en muchos momentos la cara-- pronto pasó a venirse abajo, tanto que hasta se echó a la arena.
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