Se cumplen ahora 30 años de la impresionante irrupción del torero de Cantillana. Aunque el año anterior triunfó en Sevilla, Bilbao y Barcelona, la gran eclosión comenzó en Madrid, en una doble comparecencia: el 17 de mayo de 1988, con la corrida de Miura; el 5 de junio, con la del Puerto- Dos puertas grandes y el cartel de Manuel Ruiz "Manili" se disparó, a la que se hizo usual el grito de los aficionados: "Qué viene Manili!".
Como cuenta @ardelmoral, lo volvió a confirmar de nuevo en Las Ventas en el postsanisidro de aquel mismo año. Y luego llegó Pamplona: tres orejas con otra de Miura. Pero cuando iba a acabar agosto, en su camino se cruzó un toro de Albayda, que le esperaba en Almería. Un cornalón tremendo. Abrió la Puerta del Príncipe en 1990, pero otra cornada cambió las cosas.
Como cuenta @ardelmoral, lo volvió a confirmar de nuevo en Las Ventas en el postsanisidro de aquel mismo año. Y luego llegó Pamplona: tres orejas con otra de Miura. Pero cuando iba a acabar agosto, en su camino se cruzó un toro de Albayda, que le esperaba en Almería. Un cornalón tremendo. Abrió la Puerta del Príncipe en 1990, pero otra cornada cambió las cosas.
La imagen más inconfundible de la isidrada de 1988 –hace 30 años– la marcó a fuego la sonrisa impávida de Manili, desplantado ante un inmenso miura de aire decimonónico. Ése fue el suceso del ciclo madrileño de aquel año aunque el aura del bravo Tigre de Cantillana trascendió por completo del ámbito taurino en aquella temporada de transición. El bravo diestro sevillano andaba en trance de reafirmación profesional. Se había prodigado poco por las plazas pero los profesionales conocían sus auténticas posibilidades, reveladas en el secreto del toreo campero. El acontecimiento venteño, en cualquier caso, tenía precedentes: en 1987 ya había pegado algunos toques de atención en el propio Foro, además de Sevilla, Bilbao o Barcelona.
Manili se había anunciado en Las Ventas el 17 de mayo de hace tres décadas para estoquear los temidos toros de Zahariche junto a dos especialistas como Manolo Cortés y Paco Ruiz Miguel. El diestro de Cantillana ya no era un niño. Tenía 36 años de edad y 12 de alternativa. Escogió un terno celeste y oro y llevaba el corbatín sujeto con una imagen de plata de la Virgen de la Asunción. Las cámaras de Televisión Española iban a retransmitir el acontecimiento en riguroso directo. Aquella tarde inolvidable y toda la feria de San Isidro tendrían su nombre...
José Miguel Ibernia firmó la crónica de su actuación en la recordada revista Toros’92 hablando de un triunfo “irrefutable, trascendental y prestigioso”.El propio torero, entrevistado por Paco Aguado en la misma publicación, se reconocía autor de un hecho que, probablemente, no tenía precedentes. “Nunca habían visto a un tío así, quedándose tan quieto con un toro de Miura. Se quedaron sorprendidos. Al principio se asustaron de lo que estaba haciendo pero cuando vieron que yo podía con aquello se entregaron”, explicó el diestro de Cantillana, que salió a hombros al anochecer de aquel 17 de mayo después de cortar una oreja a cada uno de sus toros gracias a sendas faenas de impávido y sereno valor que pusieron la plaza boca abajo. Le había cambiado la vida.
La de 1988 no fue una temporada fácil en el ruedo de Madrid. Sólo cinco días después de la hazaña de Manili caería “El Campeño”, corneado mortalmente por un toro de Antonio Arribas. Pero al Tigre volvería a rugir en la Corte. El 5 de junio de aquel año, a punto de expirar la larga isidrada –el ciclo comprendía entonces 25 funciones– volvió a abrir la puerta grande camino de la calle de Alcalá con los toros del Puerto de San Lorenzo. El diestro sevillano se había montado en ese tren que suele pasar sólo una vez. Pero las mieles, ay, no iban a ser duraderas.
Manili mandó cortar las dos cabezas de los miuras y regresó a su pueblo, Cantillana, convertido en un auténtico héroe. Fue el 7 de junio. Le esperaban todos los vecinos –el alcalde al frente– y hasta una banda de música. Toda la población, literalmente, se echó a la calle para recibir a su vecino en ambiente de auténtica fiesta. La muchedumbre acompañó al torero, que concluyó su periblo, después de ser nombrado Hermano Mayor honorario de la Soledad, rindiéndose –roto de emoción– en la sepultura de su madre.
Un mes después volvió a Madrid, en aquellas recordadas corridas veraniegas de arte y ensayo, acartelado junto a Antoñete y Curro Romero para despachar una corrida de Torrestrella. Cortó una oreja. Tres se llevó de los toros de Miura, dos semanas después, en San Fermín. “¡Que viene Manili¡”ya era el grito de guerra de aquella campaña que le conduce, por fin, por el circuito de las ferias con aura de figura. La sonrisa silvestre del torero de Cantillana es el mascarón de proa de la temporada. Pero un toro de Albayda le estaba esperando en la plaza de Almería el 25 de agosto...
Aquel bicho le sacó las tripas y frenó en seco su ascensión. Y ya nada sería igual. Manili, reventado por el tremendo percance, volvió a Cantillana el 3 de septiembre en ambulancia. Medio pueblo volvió a echarse a las calles para recibirlo. Repetía que quería volver cuanto antes y llegó a probarse en la plaza de su pueblo, a puerta abierta, vestido de luces y delante de sus paisanos. Pero la de Almería fue la última de 1988. Manili tuvo arrestos para abrir la Puerta del Príncipe el 12 de octubre de 1990 y en 1995 aún se anunció en Sevilla –el día de la Virgen– cayendo herido otra vez. Su estrella se había entornado sin remedio pero el recuerdo de la hazaña madrileña y el grito de guerra permanecen intactos entre los aficionados. ¡Que viene Manili!
Manuel Ruiz Regalo, Manili en los carteles, nació en Cantillana el 25 de febrero de 1952. La alternativa, tomada en la plaza de la Maestranza, llegaría el 24 de abril de 1976. Su padrino fue Curro Romero, que le cedió un toro de Martín Berrocal en presencia de Palomo Linares. La confirmación madrileña tardaría dos años más tarde: el 18 de mayo de 1978 era Galloso el que le entregaba los trastos delante de Julio Robles para lidiar un toro de Samuel Flores.
Su estrella tardó en brillar aunque su solvencia profesional le encasilló en las llamadas corridas duras. El despegue llegó aquel 17 de mayo de 1988.
►Por Álvaro R. del Moral, cronista de “El Correo de Andalucía”
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