La fórmula ideal aún no está inventada
Quien se pare a analizar el momento que atraviesa la fiesta taurina, observará que se entrecruzan demasiados elementos que incluso son contradictorios entre sí.
Se dice, por ejemplo, que los precios del espectáculo se han metido en la órbita del lujo; pero luego resulta que lo que más trabajo cuesta vender son las entradas baratas.
Se reclama, y con toda razón, que a la Fiesta hay que devolver su épica y su integridad; pero luego el torismo vende poco.
Y hasta las que están consideradas como figuras de esta época, no constituyen garantías de un lleno.
A lo mejor habría que pensar, más allá del ámbito del aficionado en sentido pleno, que esta sociedad en la que vivimos ha cambiado sus criterios sobre el ocio; pero también pensemos si no hemos sido un poco pasivos frente a los problemas.
El estado de la cuestión parece bastante claro. Lo que no anda tan clara es la solución. Salvo en la caso singular de Madrid, que mantiene sus propias reglas, el hecho de anunciar a tres figuras no garantiza que una plaza se llene, incluso en un ciclo feriado.
En estos días se ha celebrado la feria de Córdoba. Los dos corridas de toros con las figuras: Ponce, Morante, El Juli, Roca Rey, etc., no se consiguió llenar más que la mitad del aforo; en la de rejones, ni un tercio. Se trata de una realidad aplastante. Pero también en Madrid se observa un dato que no puede menos que llamar la atención: lo que más cuesta vender en la taquilla o en el abono son las localidades más baratas, excepción hecha de jubilados y jóvenes.
A todo ello se une un factor ya comprobado en todas las plazas: el número de abonados decae, mientras muchos aficionados prefieren comprar una selección de entradas suelta para aquello días que más le interesan. Y otro elemento no menos cierto: los toreros que andan en la parte del escalafón no en todas las plazas tienen la misma fuerza en la taquilla. También en eso el aficionado se ha hecho selectivo.
Y finalmente, un cuarto elemento, que arranca de hace ya años: salvo casos muy especiales, ni el torismo, ni el reclamo del torero local tienen --o es muy limitado-- tirón en la taquilla, como sí ocurría en otras épocas. Para las cuentas de Sevilla, por ejemplo, suprimir parte de esos carteles ha constituido todo un alivio. Y en Madrid se sostienen más o menos con los abonados, pero registran las entradas más pobres del ciclo.
En suma, desde hace unos años estamos instalados en un verdadero cambio de paradigma sobre la actitud de los aficionados, pero también de los espectadores de ocasión. Los empresarios claro que se han enterado; seguro que habrán sido los primeros. Con lo que no aciertan es con el remedio, ni a la hora de formalizar los carteles, ni en la política de precios.
Todo lleva a pensar que estas realidades ha debido influir el nuevo clima social. Y no hay que referirse tan sólo a ese fenómeno de la destaurinización de nuestra sociedad, que es un mal de compleja solución. Probablemente el cambio es más amplio porque ya se refiere a toda el área del ocio, en buena medida como consecuencia de la situación de la economías familiares. Dicho muy simplificadamente: como de modo necesario se debe elegir, que no hay fondos para todo, antes un puente en las playas del Caribe que un abono para los toros.
Quiere ello decir, al menos a nuestro entender, que el fenómeno que se vive en las plazas trasciende al papel de los propios empresarios taurinos, no es exclusivamente suyo, sino que se mueve en un circulo mucho más amplio, afecta a todos los profesionales y la misma afición.
Está claro que los empresarios se mantienen en una línea de abusar del sota, caballo y rey, con el as en la manga de eso que llaman“corridas de garantías”. Con lo cual, cuando se comparan los abonos de cualquiera de las plazas, casi antes de anunciarse ya se sabe quienes van a estar acartelados: o un trío de figuras, o como mucho un “primero” --siempre con algún motivo-- y dos figuras. El grado de repetición resulta de tal calibre que estamos aún en primavera y ya están anunciadas ferias para septiembre sin una sola novedad. Con el agravante de que esta fórmula tan usada no garantiza el lleno.
Abrir el abanico, a lo que se ve, cuesta mucho trabajo. Reconózcase que, además, no garantiza el lleno, salvo unas pocas excepciones, casi siempre circunstanciales. Habría sido un puntazo, después de todo lo que se dijo de aquella tarde, que la primera sustitución en San Isidro hubiera sido para Fortes; pero ¿estamos seguros que la entrada habría mejorado sobre la hubo con la sustitución que se le dio a Talavante?
El año pasado, Pepe Moral pegó un zambombazo en la feria de Sevilla; pero luego de este torero se acordó la Casa de Misericordia y unas pocas plazas menores. En esta temporada, toda la crítica ha coincidido en cantar las excelencias de Pablo Aguado, tras su paso por Sevilla; pues desde entonces se acordaron de él para un festival en La Algaba (Sevilla) y para Bayona, en una corrida con toros franceses y seis espadas. Viene a ser la confirmación de que el mérito ha dejado de constituir un valor a tener en cuenta. Para no echar todas las responsabilidad a las espaldas de las empresas, una observación algo existencialista pero cierta: ¿no será que en nuestra vida diaria el mérito en cualquier actividad lo hemos arrumbado como un valor que debe tenerse cuenta?
Por otro lado, cuando se han hecho intentos, por ejemplo en Madrid fuera de los abonos, de incentivar la asistencia con precios de oportunidad, o con la fórmula tan comercial del 2 por 1, el número de espectadores no crece como para compensar la caída de los ingresos. El precio claro que importa, pero en una medida que, nos guste o no, tiene muy reducidos efectos terapéuticos: cuando no los bajan –caso actual del nuevo IVA--, protestamos los asiduos; los que son ocasionales, que son a los que hay que atraer, ni se enteran.
Hay voces expertas que aseguran que lo que de verdad se echa en falta es devolver a la Fiesta, junto a su halo de misterio, los valores de la integridad. Se refieren en las más de las veces a la integridad del toro y del propio espectáculo; desde luego una dosis de épica siempre viene bien, pero la experiencia enseña que no garantiza el resultado final.
En otras ocasiones se refieren, por poner otro ejemplo, a esa imagen tan atractiva, casi enigmática, que rodea a Roca Rey; es posible, pero la historia aconseja una observación: ¿aguantará esa imagen casi mágica cuando el limeño ande por su temporada número 10 y ya no sea una novedad que descubrir? Ciento que “El Cordobés” padre aguantó desde el principio hasta el final; pero esa en los últimos 50 años parece la excepción que confirma la regla.
¿Qué es lo que quieren los aficionados y el público en general?
No se sabe a ciencia cierta. Desde luego, quien tenga la pócima mágica que resuelva este sudoku se forra con los derechos de autor.
Pero como resulta muy arriesgado fiarlo todo a que el inventor tenga su idea feliz, quizá habría que pensar que hacen falta muchas horas de pedagogía taurina.
Primero para normalizar la imagen del toreo en nuestra sociedad actual, que algunos han distorsionado con constancia; pero también una cierta política del boca a boca de todos los que se sienten aficionados, que en lugar de enrocarnos en nuestros propios asuntos, también salgamos a las calles en una militancia activa para explicar la singularidad y los valores de la Fiesta.
Cualquier cosas menos permanecer mirándonos al ombligo, repitiéndonos los unos a los otros las mismas cosas de siempre.
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