...... De manos bajas con el capote y así con la muleta, lo que pedía el toro. Comunión, relajo, gusto, poder, sometimiento y entrega.
Verdad. Verdad verdadera. Sin filtros. Gloria bendita ver a un torero entregarse así. No se mantenía en pie y fue capaz de seguir toreando. Metió la espada.
Tardó en caer el toro. Se lo llevaban en volandas de camino a la enfermería y retorcía la cabeza Javier en busca del animal, de saber si había sido capaz de acabar aquello. Lo hizo. Torero grande. Capaz. Con muchos matices.
Algunos de los que pasan inadvertidos para la mayoría. No perdonó quite.
No rectificó ni una sola vez un centímetro en su compromiso. Y lo pagó.
Esa sangre de torero caro que viene a Madrid sin pensar en las consecuencias, a pecho descubierto. Como había recibido a ese toro, al quinto, al natural en el centro del ruedo y mirando al público. Tan desafiante como premonitorio.
Así había sido antes, con un segundo bajo de raza que a veces, cuando le daba por remolonear, pesaba por dentro. No le importó a Cortés.
Ni eso ni lo que estaba por venir.
No cedió presidencia. No dio la segunda oreja a pesar de todo lo vivido. Carísima ponía la Puerta Grande en la misma plaza en la que otras tardes se igualan faenas olvidadas antes de salir. Cortés fue torero y heroico.
No caerá en el olvido.
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