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martes, 22 de mayo de 2018

Gloriosa presentación

La oscuridad de las nubes negras precipitó la noche sobre Las Ventas. La tormenta desencadenó un diluvio de pedrisco en tromba, una catarata de granizo, el diluvio. Quedaba el último cartucho de una novillada de lujo del Conde de Mayalde. Tan buena y bien hechurada. Un pecado se antojaba que se arrastrase entera. De pronto Toñete se hizo hombre. Toñete fue Antonio.

 Y no sólo por las circunstancias. Sino por su toreo. Por el peso que ha adquirido. Por su evolución. Catalán hundía sus pies descalzos en el barrizal, acinturado y enfibrado, con el bravo utrero. Más toro que sus hermanos. Un par de veces clavó los pitones en el pantano. Empapada la muleta, no debía de ser fácil calibrar el toque. Ni nada. Los tendidos se habían desertizado. Sentía AC el calor de la masa de la sangre que fluía por sus brazos. El eco de los oles bajaba de las superpobladas gradas y andanadas. El Arca de Noé bramó cuando enterró la espada. La pañolada allí concentrada. Rodó la oreja de su gloriosa presentación en Madrid.

Toñete envolvió la clase del bonito tercero en temple. Desde el prólogo en el tercio. Y luego le concedió sitio. A la calidad del novillo le faltaba continuidad. Caro el trazo de los naturales espaciados. Pero la emotividad no trepaba. Los ayudados de despedida como elegante coda.
El otro debutante respondía al nombre de Alfonso Cadaval. Alfonso y Toñete se retaron en quites. Si éste interpretó gaoneras con suma limpieza, aquél respondió por chicuelinas de manos bajas. El novillo era una pintura. Con su carita colocada por delante. Cadaval se postró de rodillas sobre la boca de riego. Como obertura de faena. Los derechazos de hinojos surgieron largos y trepidantes. El galope y la repetición del utrero ponían emoción. Un motor revolucionado que provocaba un punto rebrincado. El sevillano lo entendió a su velocidad. Que no era poca. Limpio y sin apretarse. A la formal corrección torera le faltaron dosis de ambición. Metió el brazo con la espada y escuchó plácemes y una ovación el el tercio.
El otro gran novillo de la tarde fue un cuarto más altón. Como la segunda parte del notable envío de Mayalde. Pablo Atienza acudió a saludarlo a portagayola. Y después abundó en una extensa faena de querer mucho y decir poco. El descabello se fue a los dos avisos.
Tanto Cadaval como Atienza no cruzaron la raya de la discreción con un novillo bondadoso y un mansito. Tan amables.
Cuando Antonio Catalán cruzaba de noche la laguna venteña, ya había dejado atrás el diminutivo.


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