FESTIVAL A BENEFICIO DE LA
VIRGEN DE LA CINTA
Tal día como hoy de hace sesenta años, la plaza de toros de
Huelva acogió la celebración de un festival de carácter benéfico – los fondos
recaudados se destinaron a la restauración de la Ermita de la Cinta – que había
sido organizado por el matador de toros local Miguel Báez “Litri”.
Dado el fin benéfico y el formidable cartel cerrado, el
público acudió a raudales y los tendidos del añejo coso choquero registró un
lleno absoluto cuando las cuadrillas hicieron el paseíllo.
Para la ocasión se eligieron novillos del hierro de Carlos
Urquijo, que fueron grandes, gordos y de fina lámina, que atacaron bien a los
caballos y se dejaron torear sin dificultades salvo los que salieron en los dos
últimos lugares que fueron inciertos y presentaron dificultades.
Julio Aparicio, que abrió el cartel, se mostró muy seguro
durante toda la tarde luciéndose en el recibo de capa en el que abrió plaza al
que toreó con la mano derecha estando por encima de la falta de fuerza de su
oponente. Mató de pinchazo y una estocada y recibió una fuerte ovación. Con el
cuarto, volvió a lucirse con las verónicas de recibo para, con la muleta,
torear con redondos soberbios, ligando perfectamente los pases y rematándolos
con los de pecho para concluir de una gran estocada que le supuso el premio de
las dos orejas, el rabo y la pata con la que, entre ovaciones, paseó el anillo.
A Pedro Martínez “Pedrés” le tocó bailar con la más fea,
pues sus novillos carecieron de alegría. Toreó bien de capa y, con la muleta,
realizó dos faenas sobrias y sin alarde, cortando una oreja en el tercero y
saludando en el que cerró plaza como agradecimiento por su actuación.
El triunfador del festejo fue, lógicamente, Miguel Báez
“Litri” que, pese a estar retirado, pareció estar en activo. Toreó como quiso,
tanto de capote como con la muleta, destacando sus series de naturales al
tercero y los pases de adorno para terminar de un estoconazo y lograr las dos
orejas, rabo y pata que paseó entre una lluvia de flores. En el quinto se metió
materialmente entre los cuernos de su oponente, obligándolo a embestir al
novillo en un trasteo más meritorio que el anterior, terminando con su clásico
desplante de rodilla, para dejar un pinchazo y una estocada y recibir las dos
orejas y el rabo.
Un festejo importante que el público supo disfrutar y en el
que los tres toreros estuvieron a la altura de las circunstancias y ofrecieron
una gran tarde en la que hubo una importante recaudación para las obras que se
llevaban a cabo en la Ermita de la Virgen Chiquita.
Eran otros tiempos cuando los
toreros hacían gestos como este de organizar y participar en festejos benéficos
y no como ahora que tratan de huir de los mismos y se olvidan de las
necesidades existentes a su alrededor.
Por VICENTE PARRA ROLDÁN
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