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domingo, 23 de noviembre de 2014

Podemos...

Salvar la crisis será responsabilidad de todos
Habría que ver si realmente todos los taurinos coinciden o no en que la Fiesta está ingresada en la UVI. Así a simple vista, el color del enfermo no parece nada bueno, más bien lleva a un pronóstico algo o mucho pesimista, según las gafas con las que se mire. Sin embargo, también hay quienes consideran que aquello de la "quiebra" no era más que un asustador "que viene el lobo".

 Desde luego, el enfermo, como han demostrado sus siglos de historia viva, ni está terminal, ni debe temerse por su vida: puede curarse.
Lo que ocurre es que hace falta que el "equipo médico habitual" se ponga a ello. Hasta ahora a parte de discutir con cajas más o menos destempladas, nadie se ha movido de su despacho, cuando el enfermo les necesita a la cabecera de su cama.
¿O esperamos a que llegue Olivenza?


  
No es el primer sector económico en España que sufre una crisis estructural y profunda. Pero, sin duda, es un sector con sus propias peculiaridades, que a efectos de contar con plan de viabilidad a futuro no permite aplicarles las recetas que ya están hasta estandarizadas, después de todo lo que ha sufrido la economía nacional y europea. 
Por eso, y aunque haya procedimientos y soluciones ajenas que pueden ayudar, el conjunto de la Tauromaquia necesita una medicina preparada ex profeso para ella. Pero todo eso no significa que no haya laboratorio que la pueda fabricar.
Pero si ese laboratorio de sectores quisiera ponerse a trabajar, primero debería contar, como es de toda lógica, con un diagnóstico exhaustivo y certero. Si no se acierta a definir cuales son los males verdaderos que desvertebran a la Fiesta, difícilmente puede localizarse la solución adecuada y específica que necesita.
No es tarea fácil delimitar cuales son los verdaderos síntomas.  Desde un planteamiento simplista, hay quienes pueden considerar que en primer término debería ponerse orden en el oligopolio empresarial al que adjudican el control de lo taurino.
No  puede negarse todo lo que representan los grandes empresarios, que  controlan en una dimensión decisiva el toreo. 
Pero de la misma forma no debiera sobrevalorarse ese factor.  Si la figura del oligopolio la definimos en función del tanto por ciento que controlan da la actividad económica de lo taurino, no se andaría en un camino equivocado si se afirma que en realidad la Fiesta es el resultado de las tensiones que se dan hoy entre tres grandes oligopolios: los grandes empresarios, el grupo de los toreros elegidos y las ganaderías de lo que ha venido en denominarse monoencaste. Hasta en dimensión tiene sus semejanzas.
Si nos atenemos a los estudios que en su momento realizó el profesor Juan Medina, los cinco grandes grupos empresariales controlan por encima del 50% del total de los espectáculos que se dan en España, y pasan sobradamente del 60% si nos referimos a las plazas de primera y segunda categoría. 
Si eso lo denominamos oligopolio, no es menor el que ejercen los 20 principales toreros del escalafón, que de forma habitual acaparan  por encima del 60% de los puestos disponibles en todos los carteles que se anuncian.  Pero no menor es la posición dominante que, dentro del campo bravo, mantiene el monoencaste domeqc, si nos referidos a la procedencia de los toros que se lidian.
En el fondo, si nos ceñimos simplemente al porcentaje que acumulan cada uno de los sectores, los tres son en sí mismo oligopolios. Pero es que ese porcentaje, esa consideración de oligopolio,  puede ser una cifra y una definición engañosa por la sencilla razón del  muy diferente poder,  participación y protagonismo que cada uno de ellos tiene en la operativa del conjunto de la Tauromaquia considerada como actividad económica.
Por eso, al tratar de diseccionar los factores que han provocado la crisis --en qué mal momento los grandes empresarios han utilizado el término “quiebra”--, esa hipotética figura del oligopolio exige de demasiadas matizaciones y salvedades, lo que dificulta, si es que no impide, distribuir responsabilidades en función del porcentaje de control.
En una sector convencional puede bastar utilizar tres grandes aspectos: los costes de la materia prima necesaria –en este caso, los toros y las plazas--, el valor económico del factor laboral necesaria para producirla –todo el gremio que se viste de luces y el personal auxiliar-- y la dimensión de su demanda por un mercado libre y en competencia --los que pasamos por taquilla, su marketing y hasta las ofertas especiales--.
En las circunstancias actuales, además, de modo necesario ese círculo hay que ampliar con un cuarto factor: las fortalezas y debilidades financieras; a lo mejor no es de una aplicación directa, pero es seguro que un mejor tratamiento financiero de los flujos de caja pueden aportar a todos los sectores su granito de arena. Baste pensar en los efectos nocivos de los pagos aplazados, por ejemplo.
En el caso taurino, por lo demás, no puede marginarse que hay que hacer encaje de bolillos con otros elementos diríase que intangibles, pero que afectan a todos los protagonistas de la Fiesta.
 Dos casos evidentes: a la autenticidad y la emoción, dos elementos indispensables a tener en cuenta y que van ligados directamente con devolver al toro de lidia a su verdadero ser y la implantación del principio del mérito como razón de contratación.
Pero lo sencillo es llegar a este punto de la descripción del problema.
 Lo realmente intrincado es resolverlo, entre otras cosas por el grado de entrecruzamiento que se da entre todos los sectores: por ejemplo, la trilogía de los empresarios que son a la vez ganaderos y apoderados, o cuanto significa un Convenio Colectivo a tres bandas, que por mucho valor histórico que tenga en las actuales circunstancias hace más compleja la cuestión.
¿Qué han hecho en otros sectores cuando se han encontrado en una situación de alguna manera asemejable a la que hoy se da en el mundo del toro? Pues algo bastante razonable: dado que los intereses de unos y de otros se entrecruzan, acabaron por llamar a una personalidad ajena --pero experta y con capacidad de trabajo-- para que se encargara con toda la autoridad necesaria de poner orden.
No era propiamente un árbitro que simplemente dirimía diferencias entre unos y otros. Era mucho más que eso: era quien se encargaba de recopilar toda la información necesaria y que desde su independencia encausaba los debates, sabiendo deslindar lo verdaderamente relevante de lo que era accesorio, para luego escribir esa especie de “libro blanco” en el que se buscaban y se proponían las  soluciones más realistas y adecuadas al momento, dentro de un verdadero plan de viabilidad que fuera vinculante para las partes.
Nada de esto es un invento de hoy en día. 
Basta mirar lo que se hizo en nuestro país con la crisis del petróleo o la grave crisis de 1983, cuando tantos sectores productivos tuvieron que acudir a la reconversión --de la industria pesada hasta la prensa--, incluso en términos duros. Pero era reconvertirse o desaparecer. Lo evidente es que, con costos sociales y económicos desde luego, pero se superó la crisis.
Pero de aquellas experiencias también sea prendió que sin la voluntad de todas las partes, nada es posible. Por eso, si apartamos el término de “quiebra”, que parece casus belli para algunos, el camino ya es conocido. Basta con aprender de experiencias ajenas: buscar a esa personalidad capaz de comandar la reestructuración y ponerse todos a trabajar limpiamente, esto es: sin guardarse ases en la manga, ni dar portazos, ni mucho menos sacar a pasear toda la tradicional picaresca taurina.
Todo eso es posible, si realmente se comparte que la situación del enfermo es como para estar en la UVI. Cantar distinto es que todos tengan voluntad de hacerlo. Y siempre bien entendido que si realmente se da ese “apocalipsis now” del arte del toreo, que algunos auguran, la responsabilidad final será de todo, no sólo  de quien advirtió de la gravedad del momento

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