El tronar de las palmas por bulerías hacía crujir los tendidos aún calientes de la plaza de Huelva. Se reconocía así la faena de la tarde, de una intensidad demoledora, y obra de un gran torero al que, todavía, algunos pobrecitos insultan: José Tomás.

Una tauromaquia con la fuerza de esa verdad que no va por arrebatos.
Esa verdad que, como la dignidad, se tiene o no se tiene.
Todo lo demás no resistió la más mínima comparación, sin que por ello dejemos de reconocer su mérito. La propia faena del de Galapagar a su primero, mansito y de buen aire por el lado izquierdo, tuvo cosas preciosas. Naturales suaves, pases del desprecio, trincherillas y unas chicuelinas de brazos sueltos destacaron de un conjunto bonito que le valió para un triunfo idéntico en lo numérico (cortó un total de cuatro orejas) pero ahora sin el clamor de cuando se hizo de noche y apareció el toro que marcaría distancias.
Junto a él salieron a hombros el toricantano David de Miranda y un López Simón que completó una faena muy ligada, vistosa y meritoria al quinto toro, y en la que demostró de nuevo su condición de torero enrachado.

Volvió a jugársela en el sexto, que como toda la corrida se dejó torear sin regalar nada. Aunque terminó marrando con la espada, el onubense mantuvo el interés del público con su toreo tranquilo, de mucha quietud, un poquito rústico y a veces muy templado.
El camino, largo e incierto, lo ha iniciado con un incontestable triunfo. Suerte, chaval.
Por Álvaro Acevedo
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