Ni siquiera desde supuestas mayorías que en nuestro país no lo son.
Porque no hay nada en la igual dignidad de los seres humanos que legitime que una determinada visión especista de quien trata de hacer equivalente la dignidad de animales y humanos nos obligue a todos a comportarse según sus dictados.
No es ocioso insistir en ello. Ni en cómo la profundización en los valores democráticos debería hacer cada vez más difícil prohibir las fiestas de toros.
Para hacerlo podemos partir de 1567, fecha en la que el papa Pío V prohibió mediante la bula "De Salutis Gregis Dominici" las fiestas en la que se corrieran toros o fieras, impidiendo además que participaran clérigos y dar cristiana sepultura a quienes murieran en ellas. El rey Felipe II, con monárquica prudencia, no promulgó la bula haciendo que ésta no llegara a estar vigente entre los españoles.
Pero, ¿qué guiaba al Papa? En primer lugar, que hubiera hombres que pusieran en riesgo su vida por pura diversión "con exhibición de fuerza y audacia", asimilando esta prohibición con la de los duelos establecida en el Concilio de Trento. Además, no le parecía una diversión propia de la mentalidad cristiana, especialmente en fechas señaladas del calendario litúrgico, que era cuando se daban la mayoría de estos festejos. Se trataba, con noble intención, de salvar almas y cuerpos (obviamente, humanos). Por eso el Papa, en una actitud tradicional en prácticamente todas las religiones e ideologías, pretendía prohibir aquello que resultaba contrario a su visión del hombre, sus costumbres y comportamientos.
Al menos, esta prohibición ponía al hombre en el centro del debate y no trataba de equiparar, como hacen ahora los animalistas, la dignidad animal a la humana, que no engrandece la primera, sino que denigra profundamente la inalienable dignidad humana.
Por eso no es legítimo prohibir la tauromaquia. Porque aunque algunos consideren que la dignidad de un elefante, de un toro de lidia o de un mosquito es equivalente a la de un ser humano eso no es sino su particular ideología. Con arreglo a la cual tienen todo el derecho a comportarse siempre que no interfieran en el derecho de los restantes humanos a comportarse de forma contraria. Sólo la dignidad de los humanos que piensan de un modo y del contrario es la que debe ser respetada en todo caso. Los comportamientos de cada uno que no afecten a la dignidad del otro (de los otros) ser humano, no deberá ser objeto de prohibición o reproche legal en una sociedad democrática y madura.
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