La noticia de la enésima reaparición de Ortega Cano es desternillante y cómica. O, quizá, es que el mundo de los toros ha perdido completamente la chaveta, y naufraga perdido entre el desatino y la payasada.
Se retira Morante de la Puebla y la primera sustitución -en la feria de la localidad madrileña de San Sebastián de los Reyes- no se le brinda a un torero con ganas de comerse el mundo y que haya ofrecido motivos para la esperanza, sino a un señor mayor, retirado mil veces, que no ha tenido empacho en hacer el ridículo dentro y fuera de los ruedos, que fue gran figura del toreo de su época, sí, pero que se arrastra sin recato desde hace años por alberos que ya no le pertenecen, y que tiene la indignidad de anunciarse de nuevo cuando hace mucho, mucho tiempo, que no tiene nada que decir en los ruedos.
Decididamente, el mundo del toro está loco, tira piedras sobre su propio tejado y trata con esmerado interés de destrozar los cimientos tambaleantes de la tauromaquia actual.
¿Cuál es el objetivo de la empresa Funciones Taurinas -la famosa, extraña y antitaurina Casa Matilla- a la hora de contratar a Ortega Cano? Acaso, ahorrarse unos euros, pues altos serían los emolumentos de Morante y muy barata la presencia del torero retirado. No es serio. Y muy penoso.
¿Y cómo se explica la actitud de Ortega? No la tendría si procediera de un hombre maduro, sensato, con la cabeza sobre los hombros y las ideas medianamente claras. Pero parece que, por desgracia, no es ese el caso de Ortega Cano, con 63 años a sus espaldas, convaleciente de una intervención en el corazón, sin las mínimas condiciones físicas ni la preparación exigibles, preso de una popularidad muy mal entendida, de las cámaras del corazón, de los programas de la crónica social, y convertido por necesidades de su propio guión en triste divertimento de las conversaciones de sobremesa.
Quizá sea su enfermiza necesidad de notoriedad pública la que le impide aceptar que su faceta de torero grande forma parte del pasado, y que ya no interesa como tal. Su tiempo no es este. Y no entiende, o no quiere entender, que su actitud es profundamente antitaurina, pues cierra el paso a otros toreros con futuro y más méritos que los suyos.
¿Y por qué aceptan tamaño desatino sus compañeros de cartel, Alejandro Talavante y Miguel Ángel Perera, figuras ellos, tan prestos para vetar a toreros que puedan suponer una exigente competencia y tan complacientes ahora con un señor canoso?
En conclusión, Ortega Cano no pinta nada en la feria de San Sebastián de los Reyes. Reflexionar debiera y evitar este desafuero que daña el prestigio y la historia de la tauromaquia. Y si no es así, que le hagan entrar en razón quienes tanto dicen defender la fiesta de los toros con palabras huecas, y guardan un cómplice silencio ante situaciones tan preocupantes como esta.
Que se recupere Ortega de sus males, que solucione, como cualquier hijo de vecino los problemas familiares que lo acosan, que encuentre muchos motivos para salir en la tele, pero que se olvide, por favor, de los toros.
Alguien ha dicho con toda la razón en twitter que Morante debería reaparecer por un día para evitar tal desafuero. Así sería si el mundo del toro fuera algo más serio… Que lo es, a pesar de muchos de sus protagonistas.
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