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domingo, 2 de junio de 2019

Ferrera encumbra el toreo en Madrid

Haría falta una edición completa de cronistas para detallar lo que vivimos en la plaza de Madrid en la descomunal actuación de Antonio Ferrera que ha encumbrado el toreo a su máxima expresión.
 Lo del primer toro, un templadísimo y serio ejemplar de Zalduendo, es para repetirlo mil veces. El concepto del toreo al natural con el que inició su sinfonía es exactamente lo que defendemos: citar cruzado, cargar la suerte templar con infinita tersura y rematar allá, en la cadera.
Para seguir con el recital llegaron los redondos concebidos con igual pureza y de ejecución solemne. Las trincheras y el toreo accesorio de torería trianera nos llevaron al momento de locura cuando Ferrera, enajenado en su obra maestra, citó a recibir desde 15 metros, como tal vez se ejecutaba esta suerte en tiempos de Pedro Romero.
Es verdad que la estocada fue caída pero en esa asombrosa ejecución dicha colocación nunca puede restar la segunda oreja que un pésimo aficionado en el palco le birló a Ferrera.
 Ah, los naturales con el toro herido de muerte me recordaron un momento mágico de Julio Robles hace años.
Pero la puerta grande no se le podía escapar y Ferrera se sacó de la manga toda la torería para crecer ante un manso al que dejándole la muleta en la cara acompasó una faena que, en efecto, creció hasta poner a la gente en pié. Otra estocada en la suerte de recibir, esta vez desprendida y el palco se tuvo que tragar las dos orejas, era una, porque la segunda correspondía al primer toro. Ferrera salió en hombros.
 Hace quince días casi moría ahogado en el Guadiana. 
De ese infierno al cielo de Madrid.


Curro Díaz toreó al unipase a su primero y luego, en el quinto, se estiró en muletazos sueltos persiguiendo al manso. Luis David fue cogido azarosamente por el sexto. Salió de la enfermería para seguir su trasteo, con gran entereza muleteó al de Zalduendo que había sacado genio. La espada, que en su primero fue letal, le dejó sin un premio a su gesto torero.

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