Por Santi Ortiz.


Otra página histórica rubricada por un torero único que, a cada año que pasa, asolera más su concepto puro del arte de la lidia; que a cada toro que torea afina más sus avíos hasta lograr, como hizo ante “Novelero”, el colorado cuvillo que hacía sexto, tornar su capote en una espiga suave mecida por la brisa,que fue poblando de asombros los tendidos al componer ¿catorce? ¿quince? verónicas de manos bajas y un sosiego infinito......

Si del canon templar nos trasladamos al de parar, ¡cómo para José Tomás! No lo motejé de Estatua en vano. En ese trasiego tan rápido, tan vivo, tan dinámico, como es el toreo, aparece en él majestuosamente la inmovilidad. Una quietud emanada de un sereno talante que relaja el toreo y hace de su trazo una delicada concatenación de calmas por las que discurre el toro embebido en el dictado de una voluntad que no requiere de la crispación ni del esfuerzo para dictar su mando.

Del trianero,cogió esa vuelta de tuerca que convirtió el codilleo en virtud para que los toros todavía pasen más cerca. Y así sus estatuarios sin despegar los codos del cuerpo, sus delantales, sus gaoneras y sus cites al natural o con la derecha pregonan la emoción de la entrega y la verdad dándole al toro todas las ventajas .
Como Granada pudo admirar, el diestro de Galapagar también se distancia del resto de toreros por la dimensión de sus tandas.
Como Granada pudo admirar, el diestro de Galapagar también se distancia del resto de toreros por la dimensión de sus tandas.
Hoy es difícil ver series de más de tres muletazos y el de pecho, aunque éste sea doble.
Las de José Tomás, en cambio, no bajan de los cinco, seis, siete muletazos ligados, estrujados, estremecidos, donde el toro va cerrando el círculo y el torero permanece eje sin sobresaltos mientras el público bota en sus asientos.
Hasta en las gaoneras se prolonga en media docena de lances sin o con un mínimo de enmienda.
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No cabe duda que, en la consecución de series tan largas, interviene la correcta aplicación del tercer canon del toreo: mandar.
José Tomás no acompaña, torea; esto es: no deja el toro a su aire, sino que le marca el rumbo de su viaje, lo conduce a su través y lo remata allá donde es conveniente para ligar el siguiente pase.


Y José Tomás lo logra siempre.

Y todo gracias a ese himno gigante y extraño en que José Tomás convierte el arte de lidiar toros bravos
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