
Con 602 kilos de
promedio, fue esta la corrida de mayor promedio de toda la feria y el
sexto, un Goyesco cinqueño negro zaino, el de más trapío de todo San
Isidro

Que iba por el toro y no por el
ganadero, porque la corrida no estaba saliendo como hubiera podido
calcularse, sino todo lo contrario. Sí el escaparate.
La proverbial
hondura del toro fijado en casa de los Cuadri: las astas cenicientas
cortas y afiladitas, las crestas hirsutas, las pechugas fondonas, las
manos cortas, las redondas y generosas culatas que tanto fuerzan a los
toros a abrirse de cuartos traseros al despegar o al frenarse.
Pero solo el escaparate. Detrás de él, una manera muy agresiva de arrear
y apretar de salida buscando por debajo de las telas; una tardanza
impropia para atender al reclamo del caballo de pica y, una vez en él,
peleas sin interés; menos problemas de los habituales en banderillas
aunque hubo al menos tres toros que cortaron y esperaron; y, en fin, un
apagón general en la muleta que empezó a presentirse desde casi el
primer viaje y se hizo patente con solo dos excepciones.
Las de
los dos toros que más sangraron en el caballo.
Un cuarto que, sin
repetir, tuvo más recorrido que los tres jugados por delante, y un
quinto que, noble fondo, tomó engaño por la mano izquierda, descolgó y, a
su manera, correspondió a la entrega, el saber hacer, el oficio seguro y
hasta la pasión de López Chaves, que llevaba siete años ausente de San
Isidro
. Antes de la larga ausencia, y en su primera madurez –cumplió
veinte años de matador de alternativa el pasado septiembre- , cuajó aquí
un bravo toro de Cuadri que se vino de largo como en tromba.
Todos los
toros mayores de Cuadri en Madrid tuvieron por marca sus ataques
turbulentos pero no descompuestos, y ese grado tan raro fue sello de la
ganadería.

Los diez muletazos últimos sacudieron de
golpe la modorra que tenía invadida la plaza desde que se abrió el
portón de toriles.
La muerte del toro, un paseo tranquilo en busca de
querencia pero sin barbear tablas ni pararse en chiqueros, tuvo acento
propio.
La faena no tuvo remate con la espada: dos estocadas, dos
descabellos.

Rafaelillo,
listo y diligente, ganó por la mano a los dos de su lote y los mató con
acierto. En los doblones de arranque, requisito imperativo en las
corridas de Cuadri, dejó ver su maestría. El primero de corrida se
revolvió en un palmo a la defensiva; el cuarto se apalancó tras media
docena de viajes claros.

Sus intentos de lucir en el caballo al tercero se
estrellaron con la renuncia clamorosa del toro, que volvió grupas ajeno;
los ataques descompuestos al tomar capa del sexto, que hizo hilo con él
y estuvo a punto de desarmarlo, fueron solo el aviso de que el toro iba
a terminar probando y afligido. Las dos faenas no pasaron de meras
porfías sin eco.
Madrid, 13 jun. (COLPISA, Barquerito)
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