Fernando Savater (San Sebastián, 1947), reconocido filósofo y
escritor, está en París disfrutando de su verdadera afición: las
carreras de caballos.
Hasta
la capital francesa viajó la pasada semana, horas después de conocer
que se le había concedido el Premio Taurino Ciudad de Sevilla, que
organiza el Ayuntamiento local para reconocer a personas o instituciones
que se hayan distinguido por su acercamiento al mundo del toro como
hecho cultural.
Savater dice estar encantado con el galardón, aunque lo considera
“demasiado generoso":
"Soy un aficionado a los toros muy episódico; solo
voy a las plazas dos o tres veces al año con motivo de la feria de San
Sebastián, y no soy de esos que viajan de un lado a otro para ver
corridas. Creo, más bien, que me lo han concedido porque lo que yo hago
es teorizar contra los antitaurinos, que consideran el espectáculo
taurino como algo inmoral, brutal y salvaje…”.
— Y usted cree que no lo es…
— “En nuestro tiempo hay planteamientos que, en principio, están
bien, tales como la lucha contra la violencia de género, la no crueldad
gratuita contra los animales o la defensa del medio ambiente; asuntos
que en su origen son perfectamente razonables, pero que, de pronto,
crecen y se convierten en chaladuras, sobre todo cuando pasan por EE UU,
que es el umbral de todas las chaladuras del mundo en este momento, y
se convierten en temas exagerados y peligrosos para la convivencia”.
— ¿Se refiere usted a la corriente animalista?
— “El animalismo es una idea perfectamente justificada, una estética
de generosidad, como decía Nietzsche, con los animales, que me parece
muy bien y que, de pronto, se ha convertido en una agresión a las
costumbres y a los propios animales. No todos los animales pueden ser
mascotas. Y llegará un momento en que aquel que no pueda serlo, como el
caballo o el toro bravo, desaparecerá, porque no servirá para ejercer
sus funciones naturales”.
— Visto de tal modo, se podría aventurar que el animalismo es una seria amenaza para la pervivencia de la tauromaquia.
— “El verdadero peligro son los propios taurinos, la manipulación del
toro, el abaratamiento de la fiesta, la búsqueda de facilidades de los
toreros, la turistización del espectáculo… Todas ellas son amenazas más
graves que el animalismo. Pero la sensibilidad animalista influye, claro
que sí. Si los padres no llevan a sus hijos a los toros y se corta esa
transmisión es difícil la permanencia de la fiesta. De todos modos, este
verano he visto en la plaza de San Sebastián más jóvenes que en años
pasados, que solo había gente de mediana edad y viejos como yo”.
— Parece claro, no obstante, que no está bien visto que a un intelectual como usted le gusten los toros…
— “Ni los caballos. Ocurre que las carreras son aquí menos
importantes que en Inglaterra, pero en ese país también los grupos
animalistas hacen campaña contra este deporte. Es decir, mis dos
aficiones están amenazadas. Es verdad que hay mucho vocerío animalista,
pero también son muchos los intelectuales que defienden las corridas,
bien porque les gusten los festejos taurinos o porque no les gusten los
animalistas”.
— Pero, ¿tiene sentido en pleno siglo XXI la tauromaquia?
— “Todos los deportes, juegos o fiestas que tienen relación con el
mundo rural, tanto los caballos como los toros, se van haciendo
invisibles. Cuando llegué a Madrid por vez primera, con 12 años, al lado
de mi casa, en pleno barrio de Salamanca, había una vaquería donde
comprábamos la leche. Hoy, eso suena a fábula, a otro mundo, y no hace
más que sesenta años. Mantener los juegos de origen rural es muy
difícil”.
— ¿Quiere decir que la tauromaquia tiende a desaparecer?
— “No sé. Tengo la bola de cristal muy empañada. Cada cual debe
trabajar para que si la fiesta tiene que desaparecer que sea porque la
gente se aburra y se aleje de las plazas, y no porque se la persiga o se
prohíba”.
— Pero en el espectáculo taurino corre la sangre…
— “Es así, pero hay que distinguir entre crueldad y crudeza. La
crueldad es sangrar física o moralmente a alguien para deleitarse en su
sufrimiento. Por el contrario, hay deportes de contacto, juegos
violentos, espectáculos crudos, en los que puede brotar la sangre, como
sucede en los toros. Y es aceptable que no le guste a todo el mundo.
Pero no es lo mismo crueldad que crudeza”.
El aprecio de Fernando Savater por los toros son recuerdos de la
vieja plaza de El Chofre de San Sebastián, a donde acudía con su familia
cuando era pequeño. Allí conoció a Julio Aparicio, Diego Puerta,
Antonio Bienvenida y Antonio Ordóñez, su torero preferido.
“He tenido mucho cariño por Curro Romero, y en algún momento de mi
vida lo he seguido por algunas plazas, y he profesado admiración por
Paco Camino y Rafael de Paula, pero Ordóñez es el torero más completo,
más cuajado y más contundente que he visto y que más me ha emocionado. Y
de los actuales, me gustan Enrique Ponce y Roca Rey”.
Savater ha contado alguna vez que el escritor y aficionado José
Bergamín le dijo un día: “A ti no te gustan los toros; solo te gustan
las buenas corridas”.
“Eso es verdad”, corrobora Savater. “Él sostenía que el hecho mismo
de estar en la plaza ya es un disfrute, y eso solo me sucede en las
carreras de caballos. Reconozco que en los toros me puedo aburrir
bastante. Es decir, no soy un verdadero aficionado. Mientras viajo por
el mundo para ver carreras, mi afición a los toros se limita a San
Sebastián”.
En 2004, Fernando Savater contó estas experiencias en Sevilla, cuando fue el pregonero de la feria taurina de abril.
Dice que cuando se conoció su nombramiento recibió muchos mensajes de
gente escandalizada porque “un profesor de ética, de convicciones
ilustradas y humanistas, se prestara a ensalzar un espectáculo cruel”.
“Me lo han dicho muchas veces, y yo he intentado razonarlo en mi libro Tauroética,
pero algunos no han entendido los argumentos. La ética se preocupa de
las relaciones entre los seres humanos racionales y no de estos con los
animales, que no son piedras, pero tampoco personas. Pero está visto que
hay gente muy apasionada para entender estas cosas”.
El próximo año, en plena primavera, deberá volver a Sevilla para
recoger el premio que le han otorgado no por ser aficionado, sino por
defender la tauromaquia. De momento, horas después de conocer que su militancia taurina
ha sido reconocida en la capital andaluza se da prisa en hacer la
maleta porque las carreras de caballos —su verdadera afición— le llevan a
París.
— Pero, ¿seguirá usted yendo a los toros?
— “Sí, porque ya soy viejo para cambiar mis costumbres y me dejo influir poco por las novedades”.
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