"Quienes
nos sentimos parte de un ámbito que caracteriza a la tauromaquia como
legado, con todos sus componentes que se han tejido desde tiempos
inmemoriales, y que ha llegado hasta nuestros días, no tenemos claro si
dicho patrimonio seguirá formando parte en la cultura de aquellas
naciones que la han hecho suya.
En este aquí y ahora vive uno de los
momentos más críticos debido a ese ataque frontal que ha impuesto un
amplio sector de opositores", escribe en este artículo –un texto de
especial interés e importancia-- el historiador e intelectual mexicano
José F. Coello Ugalde.
Procuro
como historiador, recuperar el pasado en todas sus dimensiones y todos
sus valores, a la luz de presente. Esa es una de las principales
obligaciones de quien pone atención en los hechos pretéritos y les da su
toque de realidad siempre con la congruencia como aliada ideal. Pero ¿y
el futuro?.....
Esa
prospectiva, siempre necesaria, nos refiere un destino incierto que
todos los seres humanos tenemos claro en nuestros destinos, y luego el
de los pueblos.
Por ejemplo, el reciente impacto que viene ocasionando
el cambio climático genera y está generando movimientos sociales que no
solo es un conflicto sujeto a una discusión (que ya es global), sino que
entre otros, una niña, la célebre sueca Greta Thunberg ha levantado la
voz, clamando sobre todo lo que viene o puede venir si no se toman las
medidas necesarias para contenerlo e incluso, con todo el esfuerzo que
ha de ponerse para tan urgente recuperación, procurar mejores
condiciones de bienestar para las generaciones venideras.
En
ese sentido, quienes nos sentimos parte de un ámbito que caracteriza a
la tauromaquia como legado, con todos sus componentes que se han tejido
desde tiempos inmemoriales, y que ha llegado hasta nuestros días, no
tenemos claro si dicho patrimonio seguirá formando parte en la cultura
de aquellas naciones que la han hecho suya.
En este aquí y ahora vive
uno de los momentos más críticos debido a ese ataque frontal que ha
impuesto un amplio sector de opositores, según los cuales se convierte
toda esta expresión en la suma de lo que consideran como auténtica
tortura animal.
Evidentemente
que sería largo tratar y detallar esa confrontación de siglos, y que
hoy, gracias a las nuevas tecnologías de información y comunicación, la
cobertura de opiniones, a favor o en contra, encuentra espacios nunca
antes previstos. Y esa es una razón de peso para reforzar nuestra
postura que permita justificar si el toreo es susceptible de su
conservación o desaparición.
Tal dilema nos mantiene en medio de circunstancias donde se establecen condiciones de pervivencia o muerte.
En
ese sentido, nuestra legítima defensa se sustenta en todos aquellos
elementos de que ha sido integrada dicha manifestación a lo largo de los
siglos, considerando esto desde el momento mismo en que el hombre tuvo
su primer encuentro con el toro. De acuerdo a los estudios
antropológicos más pertinentes, tal circunstancia ocurrió hace unos 23
mil años.
Todo
aquel que se considere aficionado a los toros debe saber que, para
hacer una defensa legítima de un espectáculo cada vez más cuestionado,
es preciso conocer que su permanencia se debe a una serie de procesos
cuya integración puede sumar varios milenios. Sociedades primitivas
vincularon los ciclos agrícolas concibiendo figuras idealizadas a las
que comenzaron a rendir culto.
En el bagaje complicadísimo de su andar
por los siglos, fue necesario incorporar elementos que, llevados al
sacrificio, cumplían con propósitos de celebración, veneración y hasta
petición, cuyos fines se ligaban a la obtención de buenas cosechas o
buscaban erradicar el mal producido por sequías, inundaciones o plagas.
La
caza del toro por el hombre primitivo para aprovechar su carne como
alimento, su piel como vestido y más tarde, con el surgimiento de las
sociedades agrícolas, como instrumento de trabajo, fue probablemente el
embrión de la tauromaquia. Para apoderarse del animal, el hombre debió
oponer su habilidad e inteligencia a la fuerza bruta del bóvido, dando
origen a ciertas prácticas que podrían ser consideradas como una lidia
primitiva. Más tarde, estas prácticas se utilizarían como deporte y como
ritos religiosos.
En
el sincretismo, la amalgama que esas y otras sociedades tuvieron, ya
fuera por expansión de sus dominios, por guerras o esa intensa lucha que
las creencias también fueron forjando, permitieron que los pueblos
fueran cambiando lentamente sus esquemas de vida, asunto este que
permitió, entre otras muchas cosas, expresiones de la vida cotidiana.
Es
así, que en ese largo proceso además de que el hombre ya convivía con
animales y los domesticaba, así también surgieron expresiones que, al
cabo de los siglos y de sus necesarias adecuaciones, el toreo encontró
espacios de desarrollo sin dejar de incluir aquel elemento originario el
que, en su nueva manifestación de rito y fiesta siguió su camino.
Que
el toreo despierte pasiones es un hecho.
Los componentes que reúne han
producido, producen y seguirán produciendo diversos niveles de
intensidad en las polémicas, las confrontaciones, el debate que unos y
otros han mantenido por siglos. Hoy día, con explicaciones como la que
ahora mismo se presenta, se da un paso adelante en el sentido de
justificar el porqué de los toros, de ahí la importancia de revalorar
sus significados, sin mengua de que nos enfrentamos o podemos
enfrentarnos a auténticos juicios sumarios que muchas veces se cierran a
la razón, siendo para nosotros la única bandera que ondea en el campo
de batalla.
Por
todo lo anterior, el uso del lenguaje y este construido en ideas, puede
convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.
En
los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de
encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por
la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre
todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el
racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos
otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o
interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro
o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la
razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos
oscurantismos.
En
algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la
revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas.
Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.
Hoy
día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los
sociólogos ante el hecho evidente ante la presencia de una “segunda
modernidad”, donde las reses sociales se han cohesionado hasta entender
que regímenes como los de Mubarak o Gadafi cayeron en gran medida por su
presencia, o como ocurrió también con los “indignados” (en 2016), con
lo que viene dándose en fenómeno de muchos cambios, algunos de ellos
radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que, a
sus ojos, ya se agotaron.
La tauromaquia en ese sentido se encuentra en
la mira.
Pues
bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los
tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento
de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre
de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o
la estética que le son consubstanciales al espectáculo para culminar con
aquellos “procedimientos”, procurando abolirlas al invocar derechos,
deberes y defensa por el toro mismo.
La
larga explicación de si los toros, además de espectáculo son:
un arte,
una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto,
nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena,
las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña
de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el
bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.
Bajo
los efectos de la moral, de “su” moral, ciertos grupos o colectivos que
no comparten ideas u opiniones con respecto a los que se convierte en
blanco de crítica o cuestionamiento, imponen el extremismo en cualquiera
de sus expresiones.
Allí está la segregación racial y social. Ahí el
odio por homofobia, /biofobia,/por lesfobia o por transfobia.
Ahí
el rechazo rotundo por las corridas de toros, abanderado por
abolicionistas que al amparo de una sensibilidad ecológica
pro-animalista, han impuesto como referencia de sus movimientos la moral
hacia los animales.
Ellos dicen que las corridas son formas de sadismo
colectivo, anticuado y fanático que disfruta con el sufrimiento de seres
inocentes.
En
este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la
modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones,
hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y
de pensar en muchas sociedades.
En esa complejidad social, cultural o
histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y
hoy, la modernidad declara como inmoral ese espectáculo.
Fernando
Savater ha escrito en Tauroética: “…las comparaciones derogatorias de
que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los
humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración
habitual de la animalidad”.
Peter
Singer primero, y Leonardo Anselmi después, se han convertido en dos
importantes activistas; aquel en la dialéctica de sus palabras; este en
su dinámica misionera. Han llegado al punto de decir si los animales son
tan humanos como los humanos animales.
Sin
embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el
toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones que el
peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre
cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con
eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor
controversia.
Singer
y Anselmi, veganos convencidos reivindican a los animales bajo el
desafiante argumento de que “todos los animales (racionales e
irracionales) son iguales”. Quizá con una filosofía ética, más
equilibrada, Singer nos plantea:
Si
el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un
hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a
los seres humanos a explotar a los que no son humanos?
Para
lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha
tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus
empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus
pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o
ellos, en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con
propósitos o ideas más afines a “su” realidad, han terminado por
imponerse sobre los demás. Ahí están las guerras, los imperios, las
conquistas. Ahí están también sus afanes de expansión, control y dominio
en términos de ciertos procesos y medios de producción en los que la
agricultura o la ganadería suponen la materialización de ese objetivo.
Si
hoy día existe la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una
dignidad moral ante diversos postulados que plantean los antitaurinos,
debemos decir que sí, y además la justificamos con el hecho de que su
presencia, suma de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso
momento en que se consuma la conquista española, logró que luego de ese
difícil encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus
propósitos expansionistas, de imperios y de guerras.
Con el tiempo, se
produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces convenientes o
inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que las culturas
prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron, controlaron y
domesticaron.
Pero también, cuestionaron, pelearon o manipularon.
Superados
los traumas de la conquista, permeó entre otras cosas una cultura que
seguramente no olvidó que, para los griegos, la ética no regía la
relación con los dioses –en estos casos la regla era la piedad- ni con
los animales –que podía ser fieles colaboradores o peligrosos
adversarios, pero nunca iguales- sino solo con los humanos.
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