Terminada la faena, el torero tiene que ir a la
barrera a cambiar la espada de juguete por la de verdad, la de acero.
Con eso
se consiguen dos cosas, a mi juicio importantes: primera, que no se mate casi
nunca cuando el toro pide la muerte y en el lugar exacto donde la pide; segunda,
que el público, entre el ir y el venir del matador, salga de la situación
emocional en que estaba sumido.
Ese viaje de ida y vuelta, pues, no beneficia
ni a la técnica del toreo ni el interés emocional de la faena.
No beneficia a
nadie y eso está clarísimo. La espadita de madera es algo que hay que desterrar
de las plazas de toros por perjudicial.
No puedo entender como Chicuelo, o
Manolo Bienvenida, o Armillita, o Joselito, por ejemplo, podían con el estoque
de verdad y ante toros duros y encabritados, de sangres ardientes y fuertes
como castillos roqueros, y que los toreros de ahora, salvo excepciones, no
tengan fuerza para sostenerla durante seis o siete minutos ante toros muchísimo
menos fuertes y poderosos...
Guillermo
Sureda, «Tauromagia», Espasa-Calpe, 1978,
págs. 66 – 67.
Vía :https://dominguillos.blogspot.com
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