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sábado, 30 de noviembre de 2019

CENTENARIO GALLISTA

La corporación de la Madrugada sevillana, apoyada por la Cátedra Sánchez Mejías, de la Universidad hispalense, está fraguando un completo programa de actos y levantará una estatua para recordar al coloso de Gelves, al cumplirse los 100 años de su muerte en el ruedo de Talavera.
 Como avanza Álvaro R. del Moral en su crónica para "El Correo de Andalucía", se trata de un programa tan ambicioso como diverso, como merece la efeméride que se conmemora.

El 16 de mayo de 2020 se cumplirá un siglo exacto de la trágica muerte de José Gómez Ortega en Talavera de la Reina. Se anunciaba como Gallito en los carteles; era el gran Joselito "El Gallo"; el llamado Rey de los toreros... 
La efeméride tiene una impresionante carga taurina, pero también histórica, cultural, sentimental y hasta devocional. La figura de Joselito –una de las personalidades más atrayentes del primer cuarto del siglo XX en España- ha experimentado una extraordinaria revalorización en los últimos tiempos, especialmente a raíz de la publicación de su biografía definitiva a cargo de Francisco Aguado. 
 Desde entonces la reivindicación del verdadero papel vanguardista del diestro de Gelves en el hilo del toreo no ha cesado.

JOSELITO lo fue todo en el toro. Además de alumbrar el camino por el que acabaría transitando el arte de torear hasta nuestros días, sentó las bases de la crianza y la selección ganadera; marcó las pautas organizativas del negocio taurino y hasta alentó la construcción de plazas monumentales para, de alguna manera, ‘democratizar’ el toreo. Muchas de sus aportaciones ni siquiera pudo verlas. 
Su trágica y temprana desaparición – sólo tenía 25 años cuando aceptó torear en Talavera - frustró algunos de esos planes que le convertían, pese a su juventud, en la piedra angular del mundo taurino de su época.


No hay que olvidar su competencia –¿o habría que decir simbiosis?- con otro maestro fundamental para entender los modos que estaban por venir. Hablamos, cómo no, de Juan Belmonte. Junto a él formó aquella breve Edad de Oro que acabó sentenciada el 16 de mayo de 1920 en las astas de ‘Bailaor’, el toro burriciego de la Viuda de Ortega que inmortalizó a Joselito. Belmonte, en cualquier caso, contó con Chaves Nogales para alumbrar esa magistral biografía novelada que apuntaló al mito. José ha necesitado casi un siglo para recuperar el cetro –tantas veces amargo- que empuñó en vida.

La capilla de Joselito
Pero hay muchas más facetas, más o menos conocidas, que convirtieron a José Gómez Ortega en un hombre poliédrico y comprometido. Una de ellas fue su acendrada devoción por la Esperanza Macarena. El torero llegó a ser oficial en su junta de gobierno guiado de la mano del genial diseñador Juan Manuel Rodríguez Ojeda, reinventor de la estética de la cofradía de San Gil y hasta de la Semana Santa que estaba por venir. José y Juan Manuel –sin olvidar la influencia del canónigo Muñoz y Pabón- formaron un fructífero tándem que cristalizaría en algunas de las piezas más emblemáticas –reseñadas más abajo- del culto y la devoción a la Virgen de la Esperanza. En esa tesitura no es de extrañar que la hermandad de la Macarena de hoy se haya decidido a abanderar la conmemoración del centenario de la muerte de uno de sus hermanos más queridos sumando esos fastos a los del 425 aniversario de la propia cofradía, que también se cumplen en 2020.

Un monumento conmemorativo, una exposición 
y un completo programa de actos

La Hermandad, en colaboración con la cátedra Sánchez Mejías de la  Universidad Hispalense, se encuentra en estos días ultimando el ambicioso programa de actos que saludará este centenario. El trabajo se centra en tres vértices fundamentales. El primero será elevar un monumento en memoria del coloso de Gelves para el que ya hay autor confirmado: se trata de Manuel Martín Nieto, escultor e imaginero de Morón de la Frontera, que ya ha presentado el correspondiente boceto a la junta de gobierno y la comisión de trabajo nombrada por el hermano mayor, José Antonio Fernández Cabrero, que se ha implicado de forma muy directa en la gestión de estos acontecimientos. El monumento, también es seguro, se elevará en la nueva plaza abierta delante del atrio basilical, muy cerca de la que evoca la memoria de su amigo Juan Manuel Rodríguez Ojeda. El descubrimiento de esa estatura podría ser el mejor colofón a todos los actos organizados.

La segunda pata del banco será una gran exposición cuyos líneas principales, fondos, calendario y escenario serán desvelados a la prensa y la sociedad sevillana en una rueda de prensa que se convocará en los primeros días de diciembre, después del puente de la Inmaculada. Los comisarios de esta ambiciosa muestra son Juan Carlos Gil –director de la cátedra Sánchez Mejías- y el escritor y periodista Francisco Aguado, biógrafo del torero de Gelves.

La tercera línea en la que trabaja la comisión es la elaboración de un calendario de actividades paralelas que tendrá su centro en un ciclo de conferencias que analizará la figura de Joselito en torno a su relación con el toro y el toreo de su tiempo; su vinculación con la arquitectura y las vanguardias; su genealogía flamenca y hasta con la literatura de aquella fecunda época artística y cultural. No faltará un concierto homenaje y una misa de réquiem. Este ciclo contará con una extensa nómina de expertos de reconocido prestigio que la comisión dará a conocer en breve.

La Esperanza y José

Hay tres claves estéticas para entender el atavío más genuino de la Esperanza Macarena que están unidas indisolublemente a la figura de Joselito El Gallo: son la corona de Reyes, la pluma de oro de Muñoz y Pabón y las inconfundibles mariquillas verdes que compró el torero en una joyería de París. A ellas hay estrechamente otras piezas maestras. La primera es el llamado manto de malla que, con el palio rojo, marcaron la gran revolución estética de la dolorosa de la Madrugada en los primeros lustros del siglo XX. Todas esos enseres, además, nos conducen a un hecho fundamental para entender la eclosión del fervor macareno: la llamada ‘Coronación Popular’ inspirada por Muñoz y Pabón que se celebró Viernes de Dolores de 1913, un año que coincide –nada es casual- por el comienzo de la Edad de Oro del toreo. Joselito, por cierto, ya era miembro de la junta...

Gallito, en definitiva, puso a los pies de la Virgen de sus amores todo el fervor heredado de su madre, la bailaora gaditana Gabriela Ortega. Era la capitana de una prole de toreros que formó en la calle Relator su primer hogar más o menos estable en la ciudad de la Giralda después de abandonar la Huerta del Algarrobo de Gelves a la muerte de Fernando Gómez, patriarca de la saga. La vecindad con la feligresía de San Gil hizo el resto convirtiendo a la señora Gabriela en una ferviente devota de la Esperanza, a la que seguía descalza, como penitente de promesa, en su estación de la Madrugada.

De la casa de Relator, la familia Gómez Ortega pasaría sucesivamente a otro domicilio de la calle Santa Ana y a la definitiva mansión de la Alameda de Hércules que acabaría convertida en cuartel general del gallismo. A la casa no le faltaba una capilla en la que José haría entronizar una pequeña imagen de la Macarena que por avatares del destino está hoy depositada en una casona de la localidad cántabra de Tudanca formando parte del legado de José María de Cossío.

Pero hay más: uno de los primeros regalos entregado por el joven diestro a la Virgen de la Esperanza fue el conocido imperdible de la onza de oro. Pero la devoción de Joselito se materializaría en plenitud en las manos y la imaginación de Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Si el genial bordador era el artífice y la mente que no paraba de idear enseres y proyectos, Joselito era la fuente de financiación para hacerlos posibles. Y así, por ejemplo, sufragaría los candelabros de cola de Seco Imberg para el palio rojo de 1908, piedra angular de la obra ojedista.

Siendo aún novillero, el 14 de agosto de 1912, actuó desinteresadamente en un festival en la plaza de la Maestranza. Se trataba de recabar fondos para financiar esa fastuosa corona de oro que había diseñado Juan Manuel. Se estaba labrando en la joyería Reyes, en la actual calle Álvarez Quintero. De las 12.500 pesetas que costó la joya, 3.000 salieron de aquel festejo toreado por Joselito, que tres años después volvería a rascarse el bolsillo para seguir atendiendo la desbordante imaginación de su amigo Rodríguez Ojeda, inmerso en la reinvención estética de la corporación. Ojeda diseñó las corazas de costillas que llevaron los armaos hasta la reforma del orfebre Jesús Domínguez, ya en la década de los 50 del pasado siglo XX. Para ello, no dudó en volver a torear a beneficio de la hermandad -ésta vez en la efímera plaza Monumental- en junio de 1916 y en octubre de 1919. A este ajuar se sumó con el tiempo la conocida saya blanca confeccionada con los bordados de uno de sus vestidos de torear.

La Macarena de luto, por la muerte de José
Dicen que en la Madrugada de 1920, vestido de nazareno delante de la Virgen, preguntó a Juan Manuel cuanto podía costar un varal de oro. “Muchísimo, José” le respondió el diseñador. “Pues si Dios quiere, el año que viene lo va a tener”. Pero Joselito tenía aquella cita ineludible en Talavera de la Reina. La hermandad no obtuvo autorización para enterrar al torero a los pies de la Virgen de la Esperanza, en su antigua capilla de San Gil, pero Rodríguez Ojeda levantó una impresionante maquinaria funeraria y cubrió de gasas negras a la Virgen que había derramado lágrimas de verdad por Joselito. 

Muerto José, Juan Francisco Muñoz y Pabón emplearía las páginas de El Correo de Andalucía para darle un soberano repaso a la alta burguesía agraria y la aristocracia de la época –se habían echado las manos a la cabeza por los funerales catedralicios del torero- en un memorable artículo que fue compensado con una pluma de oro sufragada por cuestación popular. Aquella pluma, con las mariquillas art decó, las mariquillas de cristal verde y la corona de Reyes siguen recordando hoy la memoria de José enhebrada a su Virgen de la Esperanza.

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