La corporación de la Madrugada sevillana, apoyada por la Cátedra Sánchez
Mejías, de la Universidad hispalense, está fraguando un completo
programa de actos y levantará una estatua para recordar al coloso de
Gelves, al cumplirse los 100 años de su muerte en el ruedo de Talavera.
Como avanza Álvaro R. del Moral en su crónica para "El Correo de
Andalucía", se trata de un programa tan ambicioso como diverso, como
merece la efeméride que se conmemora.
El
16 de mayo de 2020 se cumplirá un siglo exacto de la trágica muerte de
José Gómez Ortega en Talavera de la Reina. Se anunciaba como Gallito en
los carteles; era el gran Joselito "El Gallo"; el llamado Rey de los
toreros...
La efeméride tiene una impresionante carga taurina, pero
también histórica, cultural, sentimental y hasta devocional. La figura
de Joselito –una de las personalidades más atrayentes del primer cuarto
del siglo XX en España- ha experimentado una extraordinaria
revalorización en los últimos tiempos, especialmente a raíz de la
publicación de su biografía definitiva a cargo de Francisco Aguado.
Desde entonces la reivindicación del verdadero papel vanguardista del
diestro de Gelves en el hilo del toreo no ha cesado.
JOSELITO lo fue todo en el toro. Además de alumbrar el camino por el que
acabaría transitando el arte de torear hasta nuestros días, sentó las
bases de la crianza y la selección ganadera; marcó las pautas
organizativas del negocio taurino y hasta alentó la construcción de
plazas monumentales para, de alguna manera, ‘democratizar’ el toreo.
Muchas de sus aportaciones ni siquiera pudo verlas.
Su trágica y
temprana desaparición – sólo tenía 25 años cuando aceptó torear
en Talavera - frustró algunos de esos planes que le convertían, pese a
su juventud, en la piedra angular del mundo taurino de su época.
No
hay que olvidar su competencia –¿o habría que decir simbiosis?- con
otro maestro fundamental para entender los modos que estaban por venir.
Hablamos, cómo no, de Juan Belmonte. Junto a él formó aquella breve Edad
de Oro que acabó sentenciada el 16 de mayo de 1920 en las astas de
‘Bailaor’, el toro burriciego de la Viuda de Ortega que inmortalizó a
Joselito. Belmonte, en cualquier caso, contó con Chaves Nogales para
alumbrar esa magistral biografía novelada que apuntaló al mito. José ha
necesitado casi un siglo para recuperar el cetro –tantas veces amargo-
que empuñó en vida.
La capilla de Joselito |
Pero
hay muchas más facetas, más o menos conocidas, que convirtieron a José
Gómez Ortega en un hombre poliédrico y comprometido. Una de ellas fue su
acendrada devoción por la Esperanza Macarena. El torero llegó a ser
oficial en su junta de gobierno guiado de la mano del genial diseñador
Juan Manuel Rodríguez Ojeda, reinventor de la estética de la cofradía de
San Gil y hasta de la Semana Santa que estaba por venir. José y Juan
Manuel –sin olvidar la influencia del canónigo Muñoz y Pabón- formaron
un fructífero tándem que cristalizaría en algunas de las piezas más
emblemáticas –reseñadas más abajo- del culto y la devoción a la Virgen
de la Esperanza. En esa tesitura no es de extrañar que la hermandad de
la Macarena de hoy se haya decidido a abanderar la conmemoración del
centenario de la muerte de uno de sus hermanos más queridos sumando esos
fastos a los del 425 aniversario de la propia cofradía, que también se
cumplen en 2020.
Un monumento conmemorativo, una exposición
y un completo programa de actos
La
Hermandad, en colaboración con la cátedra Sánchez Mejías de
la Universidad Hispalense, se encuentra en estos días ultimando el
ambicioso programa de actos que saludará este centenario. El trabajo se
centra en tres vértices fundamentales. El primero será elevar un
monumento en memoria del coloso de Gelves para el que ya hay autor
confirmado: se trata de Manuel Martín Nieto, escultor e imaginero de
Morón de la Frontera, que ya ha presentado el correspondiente boceto a
la junta de gobierno y la comisión de trabajo nombrada por el hermano
mayor, José Antonio Fernández Cabrero, que se ha implicado de forma muy
directa en la gestión de estos acontecimientos. El monumento, también es
seguro, se elevará en la nueva plaza abierta delante del atrio
basilical, muy cerca de la que evoca la memoria de su amigo Juan Manuel
Rodríguez Ojeda. El descubrimiento de esa estatura podría ser el mejor
colofón a todos los actos organizados.
La
segunda pata del banco será una gran exposición cuyos líneas
principales, fondos, calendario y escenario serán desvelados a la prensa
y la sociedad sevillana en una rueda de prensa que se convocará en los
primeros días de diciembre, después del puente de la Inmaculada. Los
comisarios de esta ambiciosa muestra son Juan Carlos Gil –director de la
cátedra Sánchez Mejías- y el escritor y periodista Francisco Aguado,
biógrafo del torero de Gelves.
La
tercera línea en la que trabaja la comisión es la elaboración de un
calendario de actividades paralelas que tendrá su centro en un ciclo de
conferencias que analizará la figura de Joselito en torno a su relación
con el toro y el toreo de su tiempo; su vinculación con la arquitectura y
las vanguardias; su genealogía flamenca y hasta con la literatura de
aquella fecunda época artística y cultural. No faltará un concierto
homenaje y una misa de réquiem. Este ciclo contará con una extensa
nómina de expertos de reconocido prestigio que la comisión dará a
conocer en breve.
La Esperanza y José
Hay
tres claves estéticas para entender el atavío más genuino de la
Esperanza Macarena que están unidas indisolublemente a la figura de
Joselito El Gallo: son la corona de Reyes, la pluma de oro de Muñoz y
Pabón y las inconfundibles mariquillas verdes que compró el torero en
una joyería de París. A ellas hay estrechamente otras piezas maestras.
La primera es el llamado manto de malla que, con el palio rojo, marcaron
la gran revolución estética de la dolorosa de la Madrugada en los
primeros lustros del siglo XX. Todas esos enseres, además, nos conducen a
un hecho fundamental para entender la eclosión del fervor macareno: la
llamada ‘Coronación Popular’ inspirada por Muñoz y Pabón que se celebró
Viernes de Dolores de 1913, un año que coincide –nada es casual- por el
comienzo de la Edad de Oro del toreo. Joselito, por cierto, ya era
miembro de la junta...
Gallito,
en definitiva, puso a los pies de la Virgen de sus amores todo el
fervor heredado de su madre, la bailaora gaditana Gabriela Ortega. Era
la capitana de una prole de toreros que formó en la calle Relator su
primer hogar más o menos estable en la ciudad de la Giralda después de
abandonar la Huerta del Algarrobo de Gelves a la muerte de Fernando
Gómez, patriarca de la saga. La vecindad con la feligresía de San Gil
hizo el resto convirtiendo a la señora Gabriela en una ferviente devota
de la Esperanza, a la que seguía descalza, como penitente de promesa, en
su estación de la Madrugada.
De
la casa de Relator, la familia Gómez Ortega pasaría sucesivamente a
otro domicilio de la calle Santa Ana y a la definitiva mansión de la
Alameda de Hércules que acabaría convertida en cuartel general del
gallismo. A la casa no le faltaba una capilla en la que José haría
entronizar una pequeña imagen de la Macarena que por avatares del
destino está hoy depositada en una casona de la localidad cántabra de
Tudanca formando parte del legado de José María de Cossío.
Pero
hay más: uno de los primeros regalos entregado por el joven diestro a
la Virgen de la Esperanza fue el conocido imperdible de la onza de oro.
Pero la devoción de Joselito se materializaría en plenitud en las manos y
la imaginación de Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Si el genial bordador
era el artífice y la mente que no paraba de idear enseres y proyectos,
Joselito era la fuente de financiación para hacerlos posibles. Y así,
por ejemplo, sufragaría los candelabros de cola de Seco Imberg para el
palio rojo de 1908, piedra angular de la obra ojedista.
Siendo
aún novillero, el 14 de agosto de 1912, actuó desinteresadamente en un
festival en la plaza de la Maestranza. Se trataba de recabar fondos para
financiar esa fastuosa corona de oro que había diseñado Juan Manuel. Se
estaba labrando en la joyería Reyes, en la actual calle Álvarez
Quintero. De las 12.500 pesetas que costó la joya, 3.000 salieron de
aquel festejo toreado por Joselito, que tres años después volvería a
rascarse el bolsillo para seguir atendiendo la desbordante imaginación
de su amigo Rodríguez Ojeda, inmerso en la reinvención estética de la
corporación. Ojeda diseñó las corazas de costillas que llevaron los
armaos hasta la reforma del orfebre Jesús Domínguez, ya en la década de
los 50 del pasado siglo XX. Para ello, no dudó en volver a torear a
beneficio de la hermandad -ésta vez en la efímera plaza Monumental- en
junio de 1916 y en octubre de 1919. A este ajuar se sumó con el tiempo
la conocida saya blanca confeccionada con los bordados de uno de sus
vestidos de torear.
La Macarena de luto, por la muerte de José |
Dicen
que en la Madrugada de 1920, vestido de nazareno delante de la Virgen,
preguntó a Juan Manuel cuanto podía costar un varal de oro. “Muchísimo,
José” le respondió el diseñador. “Pues si Dios quiere, el año que viene
lo va a tener”. Pero Joselito tenía aquella cita ineludible en Talavera
de la Reina. La hermandad no obtuvo autorización para enterrar al torero
a los pies de la Virgen de la Esperanza, en su antigua capilla de San
Gil, pero Rodríguez Ojeda levantó una impresionante maquinaria funeraria
y cubrió de gasas negras a la Virgen que había derramado lágrimas de
verdad por Joselito.
Muerto
José, Juan Francisco Muñoz y Pabón emplearía las páginas de El Correo
de Andalucía para darle un soberano repaso a la alta burguesía agraria y
la aristocracia de la época –se habían echado las manos a la cabeza por
los funerales catedralicios del torero- en un memorable artículo que
fue compensado con una pluma de oro sufragada por cuestación popular.
Aquella pluma, con las mariquillas art decó, las mariquillas de cristal
verde y la corona de Reyes siguen recordando hoy la memoria de José
enhebrada a su Virgen de la Esperanza.
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