Respetado y admirado, recuerda a sus 87 años los principios que rigieron su etapa
Luis Espada (Sevilla, 1932) figura ya en la historia del toreo como
uno de los presidentes más emblemáticos de la plaza de Las Ventas.
Estuvo en el palco desde 1986 hasta 1997, se caracterizó por la defensa
de la integridad del toro y la exigencia ante los toreros, contó con el
apoyo y la admiración de los aficionados, el respeto de los
profesionales y el amparo de los políticos, de modo que se le considera
una de las personas que más ha contribuido al prestigio del coso
madrileño.
Hace
años que no pisa la plaza que lo hizo famoso, pero recuerda como si
fuera ayer las ideas fundamentales que rigieron su mandato y
convirtieron su ‘etapa presidencial’ en un movimiento social tan
extraordinario como beneficioso para la tauromaquia moderna.
“He defendido la integridad del toro por encima de todo”, afirma el
expresidente con indisimulado orgullo.
“El animal es la base fundamental
de este espectáculo, y si carece de la dignidad requerida se resiente
la fiesta al completo”, añade.
- Usted fue un presidente con fama de exigente…
- “Es verdad. Llegué al palco convencido de que este espectáculo tan
grandioso pierde su identidad si el protagonista es un inválido. Sin
toro no hay fiesta”.
- Pero también fue duro con los toreros.
- “Riguroso, más bien, en la concesión de trofeos porque entendía que
un triunfo en Madrid debe estar muy argumentado con el toro-toro y una
faena completa. Pero reconozco que, a veces, me pasé de exigente, y eso
tampoco es bueno. Recuerdo, por ejemplo, que le negué una oreja merecida
a El Fundi, y así lo reconocí en una entrevista radiofónica. Después,
me encontré con el torero en la calle, me dio un abrazo y me perdonó”.
Luis Espada, -un hombre de carácter y fuertes principios
profesionales, éticos y religiosos-, ha cumplido ya los 87 años,
disfruta su jubilación como brillante comisario de policía, y está
retirado de los toros. “Está retirado de todo”, apuntilla su esposa
Julia, con quien acaba de celebrar 59 años de matrimonio el pasado
martes.
“Luis está aprendiendo a vivir como mayor -continua-, lo que no
es nada fácil cuando se ha tenido una vida tan llena”.
Porque Espada fue un presidente sorprendente e innovador -puso en
marcha los cursos de formación para presidentes y delegados gubernativos
que hoy siguen siendo una reputada ‘facultad’ para quienes aspiran a
ser árbitros en los festejos taurino-, escritor, conferenciante y
prestigioso personaje reclamado por peñas, asociaciones y universidades
para hablar de toros; y un hombre polifacético: pintor con once
exposiciones individuales; flamencólogo y cantaor (“bueno, solo he
canturreado entre amigos”, aclara él), experto en el baile por
sevillanas (“es un andaluz ejerciente”, dice su esposa), poeta
(“dedicado casi en exclusiva a ensalzar lo enamorado que está de mí”,
comenta Julia con pícara coquetería, “y yo de él”, añade), y jugador
avezado del dominó y el mus, los únicos hobbies que aún practica los
fines de semana con un par de amigos.
Luis Espada nació en el barrio sevillano de La Alameda por accidente,
porque sus padres, oriundos de la localidad toledana de Villacañas,
vivían en la capital hispalense por el destino de su progenitor, brigada
de la entonces Policía Armada.
La familia se trasladó pronto a Jerez de la Frontera, donde Espada
vio su primera corrida de toros a la edad de ocho años. Y ahí, por
influjo de su padre, nació su vocación policial, la afición a los toros y
al cante flamenco.
“Sí, mi padre era muy buen aficionado y él fue quien me inició en el
amor a la fiesta de los toros; además, cantaba muy bien por malagueñas, y
de su mano escuché a buenos cantaores”.
- ¿Le costó dejar el palco?
- “No. Me despedí en 1997, el año de mi jubilación, y no recuerdo que
sufriera ningún disgusto. El palco es problemático, es verdad, aunque
debo reconocer que me entendí muy bien con mi equipo de veterinarios, y
coincidí con dos empresas muy buenas, Manuel Chopera y los hermanos
Lozano”.
- ¿Se pasa mal allá arriba?
- “Hombre, a veces los tendidos plantean exigencias que crean
problemas, pero yo iba siempre por derecho; mi sentido de la moral era
mi base”.
- Pero recibiría presiones…
- “¿Presiones? Las de mis asesores, tal vez. A veces, tenían razón y
las atendí. Pero nada más; conmigo no han valido las imposiciones de
nadie”.
- ¿Ni siquiera de sus mandos policiales y políticos?
- “Ellos me conocían y jamás interfirieron mi labor”.
Luis Espada vivía en Murcia cuando alcanzó el título de inspector del
Cuerpo Nacional de Policía, allí se licenció en Derecho y se casó con
Julia. Trasladado a Toledo, se convirtió con 43 años en el Comisario más
joven de España.
La localidad menorquina de Ciudadela fue su primer destino como jefe
policial, y allí presidió su primer festejo; después, subió al palco en
el Corpus de Toledo; destinado a Madrid, asumió la jefatura de
espectáculos taurinos y, en 1986, fue nombrado presidente de la plaza de
Las Ventas.
“Había visto toros en Jerez, Murcia, Toledo, Sevilla y en alguna otra
plaza, pero no muchos festejos; tenía, eso sí, una idea clara de lo que
era la fiesta. Era aficionado, pero no puedo decir que un gran
aficionado”.
- Pero tardó poco en establecer su línea de trabajo en la plaza…
- “Creí que había que defender, en primer lugar, los derechos de los
aficionados. Pero también los de los toreros, ganaderos y los del
empresario, porque todos forman parte del festejo y tienen sus legítimos
intereses”.
- ¿Y fue usted un presidente feliz?
- “Sí; me agradaba estar allí. Me sentía arropado por los
aficionados, y aprendí mucho; por ejemplo, que el Reglamento no es una
norma rígida y debe ser orientativo en algunas ocasiones. Ante un toro
manso y peligroso que se acula en tablas y pone en serio riesgo la vida
de los toreros en el tercio de banderillas, debe primar la seguridad de
los hombres frente al mandato de clavar un determinado número de palos”.
Afirma Luis Espada que su torero preferido ha sido Paco Camino, “muy
completo y poderoso”, y recuerda con admiración a Ordóñez, Paula, Julio
Robles, “y algún sudamericano cuyo nombre no recuerdo ahora”.
Y de los
toreros actuales, el expresidente señala dos nombres:
Curro Díaz y Diego
Urdiales
- ¿Y los ganaderos?
- “¿Cómo se llama el de Galapagar? Victorino, eso es. Victorino
Martín ha sido y es un ganadero importante; y mantuve una buena relación
personal con Juan Pedro Domecq, un conocedor profundo del toro, y con
una gran vocación como criador”.
-¿Recuerda alguna tarde difícil en Las Ventas?
- “No. Si había toro, no me preocupaba nada. La gente era muy simpática conmigo”.
- ¿Le hubiera gustado ser torero?
- “No me hubiera importado, pero no tengo el valor suficiente”.
“Creo que quiso ser torero y lo fue”, tercia su esposa.
Lo que está claro es que Luis Espada fue y seguirá siendo una figura de la Tauromaquia.
Por Antonio Lorca
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