El torero alicantino inaugura los homenajes a Gallito en Madrid
Esplá: «Me hubiese gustado ver a Joselito como empresario de Las Ventas»
En la Plaza de las Ventas, en una sala abarrotada, han comenzado las conmemoraciones del centenario de Joselito.
Miguel Abellán, director del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad
de Madrid, ha confirmado que, durante la Feria de San Isidro, la Plaza
acogerá una gran exposición sobre él. La prestigiosa peña «Los de José y Juan»
ha organizado un ciclo de conferencias, que tendrán lugar los sábados
del mes de febrero, a las doce de la mañana, en la Sala Antonio
Bienvenida de Las Ventas.
En este acto, además, la peña ha presentado la
reedición parcial, con mi prólogo, de un libro clásico de Alejandro
Pérez Lugín, «Don Pío», titulado «Joselito Maravilla». Para comenzar el
ciclo, hemos charlado Luis Francisco Esplá y yo sobre lo que significó Gallito, en la Fiesta. —Las primeras noticias sobre Joselito, ¿se las dio su padre o fue a través de viejas películas?
—Mi
padre nos corregía defectos pero no nos habló directamente de José. Sin
saberlo, yo estaba inmerso en una atmósfera gallista. Me interesaron
mucho sus películas aunque no sean muchas, ni de gran calidad. Siempre
lamenté que no le hubieran filmado en México, donde la técnica estaba
más adelantada. Esas películas dicen mucho pero hay que saberlas ver:
José está siempre colocado en el sitio justo, dirigiendo a la perfección
toda la lidia. —Decía Bergamín que Belmonte tuvo más «percha literaria» que Joselito.
—Es
verdad: estamos en deuda literaria con él. No lo cantó García Lorca,
como a Ignacio Sánchez Mejías, ni Chaves Nogales, como a Belmonte. —Los profesionales solían ser partidarios de Joselito; los escritores y artistas, en cambio, preferían a Belmonte.
—Juan
tenía una personalidad fascinante, fuera de los ruedos. José, en
cambio, era sólo torero: pensaba como torero, vivía como torero; casi
nada más. La suya fue una vida centrada absolutamente en la Tauromaquia. —Son dos clases de diestros, opuestos y complementarios.
—Yo los llamo los lógicos y los mágicos. Esa división ha existido siempre y continúa hasta hoy mismo. —Usted es artista, pintor, preocupado por la estética, pero pertenece a la familia de los lógicos.
—Así
es. Me enseñaron que lo primero que debe hacer un matador es dominar al
toro; luego, cada uno aporta la estética personal que puede. —¿Cuáles eran las virtudes de Gallito?
—La
cabeza, la inteligencia: siempre iba por delante de las reacciones del
toro, no por detrás, como muchos. La intuición, la capacidad de ver
claras las condiciones de cada toro al instante. La preocupación por
organizar la lidia: que todo lo que se haga al toro tenga un sentido,
una unidad, un porqué. La ambición, el orgullo profesional, el no
dejarse ganar la pelea: cuando apuntaba una nueva figura, pedía al
empresario: «¡Que me lo pongan!» —Se preocupaba por todos los aspectos de la Fiesta, dentro y fuera del ruedo. —Quería mandar en todo, organizarlo todo, y no por comodidad personal sino en beneficio de la Fiesta. —De ahí su idea de las Plazas Monumentales. —Sentía
que la nuestra es una Fiesta popular, no puede ser un espectáculo de
élites. Para que eso fuera posible, había que limitar el precio de las
localidades, aumentando el número de los espectadores. —En su tiempo, algunos no lo entendieron. En
su Sevilla natal, durante algunos años, cuando él toreaba, convivieron
las dos Plazas, la de la Maestranza y la Monumental. Poco después de
morir él, se cerró esta última. Hoy en día, salvo algunos cosos
históricos, todas las Plazas importantes son Monumentales: ésta de Las
Ventas en la que ahora estamos, por ejemplo.—¿Cuál es la lección principal que usted ha aprendido de Joselito?
—Al
comienzo de mi carrera, me fijaba sobre todo en las formas, los pases,
la manera de torear. Con la edad, uno puede reflexionar y profundizar
algo más. Lo que más admiro, ahora mismo, es su ética: era capaz de
renunciar a su fuerza en beneficio del público, de la Fiesta. Eso es lo
que debería enseñarse en las Escuelas Taurinas. —Dijo don Gregorio Corrochano que Joselito logró que el toreo se acercase lo más posible a una ciencia exacta.
—Así
es: imponía su lógica, su mando, a la animalidad del toro, a sus
reacciones imprevisibles. Esto tiene sus límites: por eso fue herido
mortalmente en Talavera. —Igual que, a lo largo de la
novela, Sancho Panza se quijotiza y Don Quijote se sanchifica, se ha
dicho que Joselito se belmontiza, en cierta medida.
—Sin
perder lo esencial de su toreo, fue perfeccionando su estética. ¿A dónde
hubiera llegado, si no lo mata un toro? Sueño yo con lo que hubiera
hecho, ya retirado, como empresario de Las Ventas, por ejemplo. Me
hubiese gustado verle. Con él, la Fiesta hubiera seguido otro rumbo, más
auténtico.
Un hermoso sueño imposible…
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