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domingo, 25 de octubre de 2020

Antonio Ferrera, el gran heterodoxo


El gran éxito de Antonio Ferrera es que ha podido dormir en su cama después de la estremecedora cogida que sufrió al clavar un par de banderillas al violín al sexto toro de la tarde. En el momento del embroque, el toro lo enganchó por el chaleco, lo levantó con furia desatada, se lo pasó de pitón a pitón y lo arrojó sobre la arena. Fueron unos segundos dramáticos. Por esas cosas extrañas de la vida, el torero se levantó desmadejado, pero sin herida en el cuerpo.

Ferrera cortó cinco orejas, se lo llevaron a hombros los miembros de su cuadrilla, y protagonizó una tarde cargada de variedad con los engaños, heterodoxia taurina, una brillante escenografía y dosis dramática ante una corrida muy seria y áspera de Zalduendo.

No hubo esa gran faena redonda porque no hubo, quizá, el toro propicio; fue un festejo de pespuntes brillantes, de destellos y gotas de torería de alta gama, pero, además de los sustos, sobresalió el compromiso de un torerazo.

A los cinco primeros toros los citó en la suerte suprema a varios metros de distancia; en el primer tercio del segundo ordenó al picador que se marchara a los medios mientras el toro esperaba pegado a tablas, y en toda su actuación pareció estar más pendiente de escapar de las normas, y más atento a la escenografía, los detalles, los gestos y las posturas que de dibujar el toreo hondo y profundo.

Al final, destacó más la intención que la obra; brilló más la escenografía que el toreo, pero hay quedó la gesta.

La tarde comenzó cargada de emotividad. Tras el largo paseíllo (minuto de silencio y los himnos de Extremadura y España, interpretados por la banda del Maestro Tejera, habitual en La Maestranza) saltaron al ruedo los cuarenta alumnos de la Escuela Taurina de Badajoz para homenajear a Ferrera, antiguo aprendiz; a continuación, el público irrumpió en una cerrada ovación al torero, quien llamó a todos y cada uno de los protagonistas de la tarde -banderilleros, picadores, mayoral y torilero- y los reunió en los medios para que, junto a él, recibieran el cariño de los tendidos.

Un toro blando fue el primero, que, curiosamente, se transfiguró en la muleta en un animal fiero y codicioso, con movilidad y nobleza; tanto es así que no se dejó dominar por el torero, más pendiente, quizá, de la postura de su propia figura que de imponer su mando. No fue, por tanto, esa primera, una faena de hondura, sino de detalles sueltos.

Algo parecido ocurrió ante el segundo, más desclasado y remiso a embestir, que no le permitió más que pespuntes y no una faena hilvanada.

El primer susto gordo llegó en el tercero, áspero, mirón, con mal estilo, que al final de la primera tanda con la mano derecha le propinó un volteretón que, por fortuna, no pasó de un golpetazo sobre la arena. Vivió el torero momentos muy comprometidos, obligado a un esfuerzo extraordinario y aún, al final, el toro le echó mano con un derrote en un muslo que no pasó a mayores.

Con un estoconazo en todo lo alto mandó al desolladero al cuarto toro de la tarde, alto de agujas y astifino, encastado y repetidor. Lo recibió con una larga cambiada de rodillas en el tercio y se lució a la verónica y en un galleo por chicuelinas.

Muleta en mano, volvió a torear despegado y al hilo del pitón, pero llamó la atención porque dos tandas con la zurda las trazó con el engaño montado con el estoque simulado, y, a continuación, lo hizo con la derecha sin ayuda.

El quinto toro, corto de embestida, pero repetidor en el último tercio, obligó a Ferrera a emplearse a fondo para arrancarle meritorios muletazos por ambas manos, sin que la faena rompiera hacia el éxito porque el animal no regaló una sola embestida.

Y la lidia del sexto fue una catarata de emociones que, felizmente, no acabó en tragedia. Ferrera esperó al toro de rodillas a ‘porta gayola’; el animal acudió de frente hacia el torero, que se vio obligado a apartarse para evitar el atropello. Raúl Ramírez interpretó por dos veces el salto de la garrocha. Cumplió el toro en varas, y Ferrera tomó los palos para colocar con facilidad un par de banderillas; su cuadrillas clavó los dos pares finales, pero, empujado por el público, el matador quiso clavar el cuarto par. Tomó los garapullos en la mano derecha, citó al violín, y llegó la espeluznante voltereta.

El animal se mostró muy rajado al último tercio, y Ferrera, con el cuerpo magullado y el dolor reflejado en el semblante, estuvo valiente y aseado, que no es poco.


 

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