SEVILLA. FERIA DE ABRIL
Le concedieron una oreja a Joselito Adame por su labor decidida al encastado manso que cerró la tarde, un toro que embistió con el alma y se encontró con un torero enrabietado —tremenda voltereta incluida— que lo toreó a media altura, trazó medios pases, no lo llevó prendido en el engaño y dejó pasar una ocasión de oro para haber entrado por la puerta grande en el corazón de esta plaza. No se le deben poner muchas pegas al mexicano, pues fue encomiable toda su labor: esperó a sus dos toros de rodillas en los medios, se mostró muy variado con el capote, de modo que se jugó el tipo por chicuelinas y gaoneras, ajustadísimas todas, y deslumbró al personal con las espectaculares zapopinas. Pero, muleta en mano, y sin perder el buen sentido del gusto que encierra el torero, pierde muchos enteros, y aparece la moderna bisutería de una tauromaquia superficial, hueca y muda.Lo mismo, salvando las distancias, ocurre con Enrique Ponce. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Algo habrá hecho en casi 25 años de carrera para que sea considerado por todos un catedrático del toreo. Atraviesa una brillante madurez, está pletórico de recursos, desborda gusto y estética hasta rozar la cursilería, —sus famosas poncinas son de una fealdad fulgurante—, y no dice casi nada; no emociona, no arrebata ni conmueve. Su toreo de ayer fue pura bisutería.
Sorprende el alboroto que provoca este torero entre el público, pero su labor no resiste un análisis sereno. No se prodigó con el capote y las verónicas con las que recibió a su lote encerraban una espantosa vulgaridad.
Es verdad que ante el cuarto construyó una faena de menos a más a un toro soso y aplomado, pero no es menos cierto que es torero ventajista, que no carga la suerte, que muletea despegado y deja solo migajas para el recuerdo. Su labor a ese toro fue la lección superficial, epidérmica e insulsa de un maestro que no parece dispuesto a apretarse los machos para poner la plaza del revés. Sobró facilidad y faltó esencia; sobraron ventajas y se echó de menos el torero embraguetado. Será que hoy se ha impuesto la bisutería, que se ha perdido la exigencia y basta con el mínimo esfuerzo. Pero a un catedrático como Enrique Ponce hay que exigirle más, mucho más, en la plaza de la Maestranza.
Y Castella volvió a desperdiciar un toro de triunfo, el quinto, noble y repetidor, al que, según su costumbre, enjaretó una espuerta de pases a cual más vano. Lo intentó de veras, pero solo le salieron trapazos. La que estuvo bien fue su cuadrilla de a pie: José Chacón y Javier Ambel, con capote y banderillas, y el tercero Vicente Herrera.
Pero hubo más. Hubo hasta ¡protestas! en la Maestranza —quién lo diría…— ante la manifiesta invalidez del primero, que se rompió en una voltereta en el capote y quedó hecho un guiñapo. Hasta cuatro veces se despanzurró en el albero ante la cara de Ponce, y uno de sus subalternos lo agarró por el pitón izquierdo con la intención, se supone, de levantarlo.
Bendita minoría de un público apático que se traga todos los sapos que saltan al ruedo. Adame quiso y se quedó a medio gas con su primero, y su faena de muleta no alcanzó el vuelo deseado a pesar de su decisión y firmeza. Es lo de antes: se le nota que no domina el concepto de la hondura. Y qué decir de Castella ante el toro basura que salió en segundo lugar. Lo citó en los medios por estatuarios y allí se dejó el pobre la poca vida que traía de los corrales.
Sevilla. Feria de Abril. Viernes 9 de mayo. Toros de Victoriano del Río, 1º inválido, 2º rajado, 3º complicado, 4º noble, 5º bueno mientras duró. Enrique Ponce: Silencio y vuelta al ruedo tras aviso; Sebastián Castella: Silencio en ambos; Joselito Adame:Vuelta al ruedo y oreja tras aviso. Entrada: Tres cuartos en tarde calurosa. Se desmonteraron José Chacón y Vicente Herrera tras banderillear al segundo.
Por ANTONIO LORCA
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