Dejando al margen la viabilidad o no de acudir a la vía penal, una cosa ha quedado de manifiesto: la Tauromaquia, sus representantes, no cuentan con los medios, para dar una respuesta unitaria y en tiempo a real a esa marea de detractores. Como la realidad enseña que hoy por hoy vienen teniendo una influencia capital en la Opinión Pública, habría que estudiar si no ha llegado el momento de que los sectores y los propios profesionales taurinos no contaran con una herramienta adecuada para defender su causa, que es noble.
Ahora se asombran y se duelen, con toda razón, los taurinos de la que nos ha caído desde las redes sociales a raíz de la corrida del pasado 20 de mayo en Madrid, en la que resultaron heridos los tres toreros actuantes.
Para quienes aman la Fiesta, que somos muchos, lo de Las Ventas fue el ejemplo evidente de cómo en el toreo el riesgo es algo verdadero y por eso lo tienen en una consideración tan grande. Los detractores, en cambio, sacaron a pasear sus argumento sobre la barbarie, que les sirven para un roto y para un descosido: lo mismo lo emplean con el torero que con el toro.
Mucha imaginación no tienen estos opositores, pero hay que reconocerles que en lo que sí andan sobrados es en constancia. Pero no por ello hay que deslegitimarlos: responden a unas corrientes de pensamiento que están en instaladas en nuestra sociedad, que nos gusten o no forman parte de nuestra realidad.
Con independencia de que en determinados casos lo que proceda sea acudir a la vía penal, como han reclamado distintas organizaciones profesionales, el problema de fondo no radica en lo que unos digan a través de las redes sociales; el problema real y auténtico es que quienes integran las distintas profesiones de la Fiesta no saben o no pueden hacerse presentes con parecida fuerza e insistencia en esta sociedad de la información que nos toca vivir.
Será quizá porque en el toreo prima, como en general en gran parte de cuanto tiene que ver con las bellas artes, un profundo sentimiento individualista y, consecuentemente, una solidaridad muy selectiva: ahora sí, ahora no; con éste si, con aquel no. Será, si se quiere, una cortedad de miras, pensando en que el hueco que deja Fulanito lo puede ocupar Menganito; pero es lo que ocurre.
En cualquier caso, aunque deba considerarse muy positivo que los protagonistas de la Fiesta cada vez estén, individualmente, más presentes en las redes, la ultima experiencia, tan lamentable como ha sido, nos demuestra que eso no basta. Es más: si tomamos el ejemplo de los se proclaman detractores de lo taurino, esos intentos individuales cumplen el papel indispensable de servir como altavoces multiplicadores; pero en el origen de sus respuestas siempre se localiza una organización institucionalizada, y a ser posible multinacional, que es la que consigue que un mismo e incluso idéntico mensaje se difunda simultáneamente de país en país hasta llegar a todo el mundo.
Si en esta cuestión hemos llegado a nuestra propia “cinco de la tarde”, y a nuestro modesto entender así ocurre, al tratar de romper con este estado de cosas, el primer hándicap importante con el que se tropieza es la desunión entre quienes representan institucionalmente los intereses de la Fiesta. Debe darse en este problema algo de consustancial, cuando se detecta al unísono, en una o en otra medida, en toda la geografía taurina.
Pero si se carece de un mínimo de organización unitaria, resulta imposible dar una respuesta coherente y eficaz, por ejemplo, a la movida de las redes sociales y mucho menos para propiciar el vuelco necesario al estado actual de la Opinión Pública.
Reclaman de forma un pelín mimética todos los interesados que resulta necesario implementar un Plan de Comunicación sobre la Tauromaquia. Benéfico objetivo, desde luego, si no fuera por dos o tres interrogantes de muy difícil respuesta.
Y así, pensemos que lo mismo que la comunicación se dirige a unos determinados públicos, exige de suyo unos protagonistas determinados, unos portavoces concretos, unas caras públicas, en suma. Demostrada está su ineficacia cuando se pretende llevar a cabo a través de intermediarios mandados desde la sombra; la sociedad quiere ver a los protagonistas verdaderos. Pues bien, ni aún convocando un concurso público se alcanzaría un acuerdo de esta naturaleza en los momentos actuales, cuando cada cual se aferra a sus propias reivindicaciones, que aparecen además confrontadas con las del vecino y de las que nadie quiere apearse.
Pero una plan como el que se reclama no puede construirse sin definir con claridad sus objetivos. Desde luego, lo único que no sirve es acudir a cualquier género de eso tan español del “to er mundo es güeno”.
Eso sería la versión casi folklórica del plan. Hacen falta mensajes reales, específicos, concreto, no aquellas ideas generales de las que se quejaban los intelectuales de los años 30, cuando proclamaban la vaciedad de sus reuniones, porque se componían de dos elementos principales: espárragos de Aranjuez e ideas generales, pero de nada más. ¿Alguien se atreve a definir tres o cuatro mensajes, concretos y creíbles, que además sean compartidos por la generalidad de los sectores y que provoquen un vuelco a la Opinión Pública?
La respuesta la tendremos en el corto plazo: la Ejecutiva de la Comisión de Asuntos Taurinos tiene el compromiso de presentar ese Plan; ahí se verá cuales son las capacidades de cada uno a la hora de establecer la base común de trabajo. Asumiendo el riesgo, yo adelanto mi opinión para afirmar remedando al filosofo: eso es tanto como pedir un imposible ontológico, si todos no dan un giro copernicano a sus actitudes.
Por lo demás, si nos convertimos todos por un momento en un colectivo Alicia en el país de las maravillas y aceptamos que se cumplan las dos condiciones anteriores, para mayor dificultad no por ello todo queda resuelto. Se hace necesario decidir sobre qué herramienta --organizativa, institucional y técnica-- se actúa, con el añadido de definir quien la financia. Hubo una, que fue la Mesa del Toro, y la dinamitaron los intereses particulares; ahora queda la Comisión de Asuntos Taurinos, que en teoría podría cumplir ese papel, pero que está por demostrarse que los sectores taurinos profesionales estén dispuestos a dejar actuar con el margen de libertad necesaria, aportando sus ideas compartidas y de paso los fondos económicos para ello.
De momento el ministro del ramo ya dicho eso de “ni un duro público”, y se comprende en las actuales circunstancias de España. ¿Alguien, sólo o en compañía de otros, quiere asumir ese papel de financiador altruista?
Mejor no buscar respuesta a esta pregunta, para no desmoralizarnos del todo, mejor seguir con Alicia y sus maravillas.
Sin embargo, cuando hasta el problema matemático más intrincado acaba teniendo solución, hay que negarse en rotundo a aceptar que estos problemas, ya sean domésticos ya públicos, de la Fiesta no tiene solución. En realidad, la cuestión es que aún no se ha acertado a dar con ese matemático que despeje tanta incógnita.
Precisamente por el juego de intereses que se dan dentro de la Fiesta, que son lógicos y normales en todo sector basado en la competencia, es más que probable que haya que buscar fuera de las filas de los más implicados profesionalmente en la Fiesta. No es nada nuevo, porque a estas alturas de la vida casi todo está inventado. Otros sectores, incluso ligados al mundo de las artes, lo han sabido solventar, con sus más y sus menos, pero de forma estable y positiva.
Y para ser aún claros: pensemos lo que han hecho los profesionales, tan diversos o más que los de la Tauromaquia, del cine en España y fuera de España.
Ellos, con el nombre de Academia de las Artes y las Ciencias cinematográficas, han sido capaces de construir una casa común, que a lo mejor en un momento dado tiene una gotera, incluso que hay que llamar a los bomberos, pero a la que una tormenta no se la lleva por delante. Y ocurre así porque, en mi opinión, al constituirla tuvieron un acierto: no crearon una organización gremial, sino una organización de profesionales individuales de procedencia muy diversa.
Era el modo de salvar que los productores corporativamente se impusieran sobre los intereses de los actores, éstos sobre los que dan soporte técnico a toda esa industria, o todos sobre todos.
Contamos ya con un proyecto, aún poco definido pero al menos ideado como propuesta, con el nombre de Academia de las Artes y Cultura de la Tauromaquia, que tiene ya unos propietarios de la marca. Por mejor voluntad que pongan sus promotores, que la tienen y en abundancia, la realidad es que a día de hoy no han conseguido abrirse paso en la medida necesaria.
De hecho, este proyecto queda aun muy lejos de convertirse en esa casa común que reclamamos, básicamente porque los profesionales y las propias instituciones lo han mirado muy de soslayo, muy desde su cortedad de miras, por entender que era la propuesta de unos offsiders del mundo taurino.
Sin embargo, bajo nuestro punto de vista se equivocan, con independencia de que talAcademia pueda ser o dejar de ser un organismo de eficacia demostrada. Y se equivocan porque no han acertado a ver que en esa embrionaria organización se dan los elementos necesario para que, sin luchas entre sectores, se pueda producir una unidad en el mundo taurino. Basta con seguir los pasos que en su día dieron los profesionales del cine. Solo hace falta que se de la voluntad colectiva de desarrollar esta propuesta.
¿Habrá entre los profesional y las instituciones la altura de miras como para ser capaces de hacer viable este proyecto? A día de hoy, esa es la pregunta del millón de dólares. Qué importante resulta hoy que alguien la supiera responder y que además lo hiciera de forma positiva y viable.
Por Antonio Petit Caro |
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