Si algo hay inescrutable son las cuentas del toreo. Es una cuestión histórica desde Pedro Romero a nuestros días. Llevándolo al extremo de la anécdota, bien parece que los datos más realistas que se pueden tener son aquellos 6 reales con los que Fernando VII becaba a los alumnos de la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla y porque aparecían en una Real Orden.
Después de un año malo como fue el de 2013, no parece que las cosas vayan mejor en este 2014. Las cuentas no terminan de enderezarse, en parte por la crisis que a todos nos afecta, pero en buena parte también porque la gestión de la globalidad de la Tauromaquia no responde a las necesidades actuales. Y da igual si nos referimos al sector público como a la iniciativa privada.
Por eso, no resulta una exageración escribir que vivimos sobre una ficción. Viendo la nula capacidad del negocio y la organización taurina para evolucionar, un hombre prudente y crítico excepcional, Javier de Bengoechea, decía que íbamos en línea recta hacia convertir la Fiesta en un fenómeno un tanto similar a lo que ocurre con la Opera: un espectáculo de gran lujo que de modo necesario necesita de la subvención pública y del patrocinio privado para sobrevivir.
Sin embargo, hay una gran diferencia. La Opera, dicho sea respetuosamente, constituye un arte y un espectáculo que, en el fondo, se monta para una minoría y en ocasiones señaladas. El toreo, en cambio, es y aspira a seguir siendo, un espectáculo de masas, que responde a unas profundas raíces populares y que como tal va indisolublemente unido al propio concepto de fiesta en un inmenso número de pueblos y ciudades.
En unos sitios será la maratoniana feria de San Isidro, en otros simplemente un modesto festejo menor. Pero en todos los casos, algo unido a la vida popular.
Por eso la compleja economía taurina presenta tantos posibles agujeros negros, que resulta casi imposible de taponar, porque hay que mirar al gran negocio, a la vez que no se pierde de vista al pequeño. Y los dos son necesarios que lo taurino vaya bien: sin figuras decae la Fiesta, sin becerristas que van por los pueblos no hay futuro.
Ahora vivimos unas semanas que resultan de preocupar. A ciencia cierta sólo lo sabrán sus accionistas, pero es evidente que la actividad de Taurodelta en el verano para que Madrid siga siendo “plaza de temporada”, resulta completamente ruinosa. Aunque tan sólo le paguen los gastos a los novilleros, mantener un festejo con caballos y que por taquilla no pase ni un quinto del aforo, necesariamente concluye en “número rojos”.
Con toda razón se podría argumentar que tales “números rojos” se compensan con creces con los beneficios que dejan los dos abonos, los derechos de televisión y los negocios complementarios, que cada vez ocupan más espacio en el recinto. Sin embargo, para afirmar tal cosa, primero habría que saber a ciencia cierta si tal compensación se da, respetando algo tan elemental como ese 15% que usualmente se concede al “beneficio industrial”.
Es cierto que para estos festejos de temporada Taurodelta ha intentado atraer a otro público, con esos de las entradas baratas y los niños gratis. Incluso que promocionó como nunca hasta ahora la propia captación de nuevos abonados. Pero más bien parece que esa gestión del marketing ha tenido efectos muy limitados.
Habrá quien diga que nadie les obligó a acudir al correspondiente concurso de adjudicación y por eso los “números rojos” es “su problema”, el de Taurodelta. Pero no es así. Con esta empresa o con la fuere en cada momento --que para nuestra argumentación cuál se la razón mercantil resulta indiferente--, la situación sería similar, por no decir idéntica. Desde luego, es el problema de quien asume la gestión de tal negocio; pero también es un problema mucho más profundo: la vulnerabilidad del actual negocio taurino. Y esto si que debiera preocupar a todos.
Y no sólo es el caso de Madrid. A los gestores de Sevilla les ha faltado tiempo para lanzar un SOS después de las feria de las oportunidades, en ausencia de las figuras. Pero hasta en un pequeño pueblo hoy constituye un problema muy serio saldar las cuentas sin perdidas. Que a Madrid le vaya bien es algo bueno, pero no menos es importante que también lo sea al resto del negocio taurino en cualquier de sus dimensiones.
El problema no es que se haga más complejo: es que se hace más grave cuando se comprueba que esta parte del negocio que discurre en las plazas --de las monumentales a las de talanqueras, no constituye más que un exponente, porque de las demás actividades taurinas puede afirmarse cuestiones parecidas. Pensemos, por ejemplo, en la profunda crisis que atraviesa la cabaña de bravo, en la que se puede contar con los dedos de una mano los que no trabajan a pérdidas. Pero es que hasta al negocio tradicional de la sastrería taurina, le salido competencia low cost.
Por eso, si quienes --insistimos: desde lo público y desde lo privado-- ejercen las muy diversas profesiones que tienen relación directa e indirecta con la Tauromaquia no alcanzan a ponerse de acuerdo en el cambio copernicano que necesita el negocio, entonces ya la crisis actual pasará a ser una simple anécdota.
Y es que el problema de fondo no será coyuntural, sino que afectará a la columna vertebral de las actividades taurinas, desde el campo hasta el desolladero. No es la crisis, el problema es el modelo de negocio. Es la verdadera realidad.
|
Buscar este blog
lunes, 14 de julio de 2014
Cuando las cuentas no cuadran
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario