La explosión triunfal de Miguel Ángel
Perera esta siendo reconocida de forma unánime, y justifica la madurez profesional del torero extremeño. Pero si miramos más allá, más relevante resulta comprobar como lo que siempre se han considerado las verdades profundas del Arte del Toreo continúan teniendo plena vigencia. Y como cuándo se realizan con autenticidad, emocionan hoy lo mismo que ayer. Y es que por ese camino se ha circulado siempre cuando a la Fiesta se le ha tratado de reconducir a su propia autenticidad. Todo se fundamenta en dos pilares básicos: que su toreo se ha basado en las verdades inamovibles del arte del toreo y que, además, lo ha cuajado con toros de muy diverso encaste. Se trata de dos consideraciones que encajan en esa reivindicación de tantos aficionados de devolver a la Fiesta a sus verdaderas cotas de integridad y autenticidad.
Podría decirse, y se ajusta bastante a la realidad, que todo ello ha llegado en el momento de la plena madurez profesional de torero extremeño, que si nunca dejó de acreditar un valor sereno y cierto, en determinados momentos acusaba eso que los taurinos vienen a definir como el “decir poco” de su toreo, un concepto un tanto etéreo de los que, con el dicho popular, sirven para un roto y para un descosido.
Si ahora “dice mucho”, como se comprobó en Madrid, como antes en Sevilla, no es por otra causa distinta a la autenticidad que imprime hoy a su concepción del toreo. Cuando a los toros se le coge muy adelante, se les lleva templadamente sometidos y se remata detrás de la cadera, citando además en la rectitud necesaria, de modo necesario surge el arte en su concepción más propia.
Y en esta coyuntura, el toreo deja de ser algo que, como en ocasiones se hace, se mueve entre el pellizco sorprendente y el dominio del toro.
Tal esquema se rompe por completo. Los toreros que han hecho historia en una ocasiones han externalizado esta realidad desde una concepción de arte sublime –caso del inolvidable Pepe Luis, por ejemplo— y en otras sobre el poderío de sus muñecas –caso del gran Domingo Ortega--. Pero en un y otro caso, por encima de las formas estéticas se situaba la realidad de las verdades del arte del toreo.
Naturalmente, ser una figura histórica, con derecho propio a un lugar destacado en los Anales de la Tauromaquia, toma causa de alcanzar la difícil meta de explicar semejantes verdades de forma sostenida en el tiempo; nunca han nacido de la explosión artística de un día. En un día se puede sorprender; de toda una vida profesional viene la consagración.
Perera ha tomado ese camino, en el que, salvo las circunstancias adversas que tanto se dan en el toreo, nada parece hoy previsible que le vayan a frenar en esa apuesta si su ánimo se mantiene firme, como bien parece.
Pero el ejemplo de Miguel A. Perera nos debiera llevar más allá del reconocimiento a un torero concreto que ha demostrado estar en un momento excelente.
A nuestro entender el caso del torero extremeño lo que realmente deja sobre la mesa es algo más trascendente: cómo las verdades eternas del toreo siguen teniendo una plena vigencia, siguen emocionando tanto como el ayer, cuando se exponen en toda su dimensión.
En el fondo, todo ello lo que viene a lanzarnos es un mensaje de mucho más que esperanza: el arte del toreo en su concepción más propia ni ha pasado de moda, ni es algo que debe explicarse remontándonos a los inicios del siglo XX. O dicho de otra forma: cuando el toreo se fundamente en sus propias verdades nos situamos, sea cual fuere el tiempo en el que se vive, en las puertas de alcanzar esa regeneración, esa vuelta a la autenticidad, que la Fiesta exige de suyo.
En esta dinámica, Perera no es el único caso que se registra en la historia, desde luego; antes hubo otros que lo consiguieron. En suma, no es nada nuevo.
Lo que sí es nuevo, de lo que conviene que tome nota el taurinismo actual, es que para sostener una feria, para mantener un nivel de aceptación entre los aficionados, no resulta necesario, más: no produce efectos benéficos para la Fiesta, acudir a ese monótono “sota, caballo y rey” siempre con los mismos encastes que tantos nos anuncian desde marzo hasta octubre.
Por el contrario, para romper un feria resulta suficiente un torero que esté dispuesto a cantar las verdades de este arte, o al menos a intentarlo, tenga por delante el encaste que tenga. Esa es la regeneración que ilusiona, la que si se organizan las cosas con un poco de sentido común acaba por imponerse.
Es la que, en suma, puede llevar a Perera a su consagración definitiva si no se desvía de su actual camino.
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