SANFERMINES.
Lo de ¡illa, illa, illa Padilla maravilla! se convierte en un carnaval de banderas piratas y auténtico desmadre que termina por fulminar cualquier atisbo de seriedad en la actuación del torero. Pamplona se ha entregado a Padilla hace tiempo, y la verdad es que este torero en su momento hizo méritos sobrados para ganarse semejante fervor.
Lo de ¡illa, illa, illa Padilla maravilla! se convierte en un carnaval de banderas piratas y auténtico desmadre que termina por fulminar cualquier atisbo de seriedad en la actuación del torero. Pamplona se ha entregado a Padilla hace tiempo, y la verdad es que este torero en su momento hizo méritos sobrados para ganarse semejante fervor.
Pero después de su tremenda cogida en Zaragoza el cariño por el torero en Pamplona ha dado paso a una pasión que no recordamos ni con Galán, Puerta, El Viti o Ruiz Miguel, por citar algunos de los ídolos de esta plaza.
El padillazo, llego al climax. El torero solo necesitó tirarse de rodillas, recurrir al efectismo y matar con brevedad para que cortara una oreja en cada toro y saliera en hombros.
A propósito, desperdició la calidad del sobrero lidiado en cuarto lugar con descarado ventajismo por el soberbio pitón izquierdo del toro.
Menos mal que Pepe Moral, torero de buenísimos fundamentos pero casi desaparecido, fue capaz de superar la endeblez del quinto toro para refrescar el bochorno padillista con un toreo al natural precioso y de pureza indiscutible. Esos muletazos le valieron una oreja y ojalá le sirvan para volver a circular. La verdad es que un torero de tan buen corte merece que se cuente con él
Jiménez Fortes, vestido de guardarropía - picassiano -como si se disfrazara de torero, se empeñó en dos faenas de insoportable duración ante dos toros apagados y sin recorrido. Que pesado.
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