El taurinismo (esa cosa) no cuenta entre sus individuos con demasiados caballeros, y es normal. En realidad poco podemos esperar de una estructura basada en una recua de mayordomos (escribidores incluidos) a la voz de los mandarines del negocio.
Y qué decir de éstos, que dedican hasta la última de sus escasas neuronas a la elevada ciencia de la comisión y el trapicheo. Y si sobra, a intrigar lo justo para quitar de la circulación a algún periodista molesto, si quedara. Y sin que se note.
Frente a este panorama, cualquier esperanza de encontrar cierto nivel intelectual dentro de la tropa se reduce al terreno de la casualidad; y dentro de esa casualidad estaba Roberto Domínguez, que ahora anuncia su marcha del toreo. Notabilísimo matador, elegante y poderoso, daba gusto verle en la plaza, y también escucharle en Vía Digital, por supuesto una vez retirado de los ruedos, pues eran otros tiempos.
Con un discurso perfectamente argumentado, con una claridad expositiva deslumbrante y con una personalidad que le permitía, con toda la naturalidad del mundo, llevarle la contraria a Fernando Fernández Román siempre que fuese necesario, su papel como comunicador y como educador fue de un interés soberbio. Tanto, que se sigue echando de menos muchos años después.
Y en su última etapa ya como apoderado, no quisiera yo hablar como si hubiese estado escuchando detrás de las puertas, pero me da la sensación de que fue capaz de convencer al Juli de que lo verdaderamente importante estaba aún por alcanzar, más allá de los triunfos numéricos. Y por eso yo creo que Julián es, desde la llegada de Roberto Domínguez, mejor torero y hasta mejor persona.
Lo único malo es que, como apoderado, hay que bregar con el resto de la manada (léase, taurinismo), y en ella, de cada diez elementos uno piensa y nueve embisten. Millonario, con unos hijos estupendos y una novia tremenda, supongo que estará hasta los huevos. Yo lo siento pero haces bien, Roberto.
Por Álvaro Acevedo . http://www.cuadernostm.com/
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