La historia es preciosa, sin duda, y conviene recordarla.
Empieza a gestarse en Sevilla una tarde de miuras en Feria de Abril. Una oportuna e inesperada llamada de Pagés lo sacó del fondo del olvido pese a batirse en mil batallas en la Francia taurina. Pese a saberse que en sus formas estaban los fundamentos del toreo. El sustituto de un Juli, que quiso y no pudo por la terrible cornada convertir su gesto en gesta, dejó constancia aquel domingo de una sorpresiva y extraordinaria brillantez.
El buen toro de Miura se encontró con el toreo más auténtico y primitivo. No hubo impostura ni premeditación alguna en un torero que, impermeable al curso del tiempo, mostró auténticas joyas al natural además de hacer revivir su notable concepto en una nueva dimensión. Ni siquiera el hecho del improvisado, complejo y difícil encuentro con la Maestranza puso límites a quien rivalizó consigo mismo toda la tarde. La importancia de aquella cita fue para él, más que un deseo, una realidad que, con súbita e inexplicable ilusión, activó una tauromaquia emotiva y ansiada.
Desde entonces, su toreo campa a sus anchas por las ferias de España, Francia y América. Aquella tarde de miuras acabó con el triunfo irrevocable que invita a soñar. A imaginar un inmediato y prometedor futuro. Y en ello estaba cuando se le apareció en la plaza de Sotillo de la Adrada ese fantasma que acecha los recovecos del toreo alterando los deseos, y le recordó que el placer en el ruedo no es más que un juego, a vida o muerte, que se silencia y se deja a un lado demasiadas veces. Y esquivó la muerte en enloquecida huida este "maníaco" referencial del valor y la ambición.
Si, a veces, el sueño de la razón produce monstruos, que no producirá la pesadilla de la muerte. Sin embargo, y llegado aquí, siguió haciendo el toreo en el que el dramatismo de un par de banderillas, ejecutado al quiebro y por los adentros, metido literalmente en tablas y sin salida posible, se erigía cada tarde en protagonista cuasi absoluto. Su valor sigue sin techo y su ansia de triunfo nadie la pone en duda. Y así, en permanente juego con su vida, cuando la épica alternaba con la difícil templanza, y la fluidez de la lidia se transformaba en la plaza de toros de Alicante en artística obra para el disfrute, un certero pitonazo le arrancó la femoral, la safena y casi la vida, al mismo tiempo que hundía la espada hasta dejarse de ver en lo alto del lomo del toro de Adolfo Martín.
Nunca, como hoy, estaré más cerca de él Y aunque estas trágicas situaciones en el toreo son índices de una realidad que sucederá otra vez, y otra vez
ni que decir tiene que Manuel Escribano volverá con la misma entrega para seguir provocando incontenibles emociones con la verdad, la grandeza, el misterio y la magia de este arte eterno que muchos lo tergiversan por no quererlo entender.
Por Manuel Viera
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