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domingo, 5 de junio de 2016

JOSÉ TOMÁS: MISTERIO INSONDABLE DEL TOREO



Bajo un cielo de mercurio, incrustado de nubes, habitaban las sombras, que son las fuentes originarias del misterio. Abajo, sobre la parda arena del ruedo, un misterio verde esperanza y oro desplegaba la luz de su milagro ante la astifina medialuna de un toro noble y pronto de Núñez del Cuvillo.

Un misterio de luces derrochando su enigma en múltiples espejos: misterio en su poder de convocatoria, que vuelve nómada al sedentario, acorta las distancias de los viajes, deja chica las plazas, para otros tan inmensas, y abarata el valor del dinero que sale del bolsillo en busca de una entrada; misterio para hablar desde el silencio, utilizando un lenguaje de gestos y actitudes donde no tiene cabida la mentira; misterio para trocar la muerte en dulce compañía, transformándola en arte; misterio para hacer de la plaza una iglesia, y del toreo una liturgia sacra, solemne y recogida; misterio para abrir en el viento trayectorias de calma, para que en ellas las suertes del toreo discurran lentas, sosegadas, limpias, puras, brillantes; misterio para asomarnos hasta lo más profundo del alma del hombre y del torero; misterio en su manera de domar el tiempo, de ensartar los instantes en un hilo de pura eternidad; misterio para hacer del espacio del riesgo un lugar habitable donde los pájaros de la inspiración pueden hacernos oír su melodía; misterio para rescatar al toreo de la rutina casposa y populista y elevarlo soberbio hasta el asombro de lo inexplicable…

Porque el misterio queda siempre más allá del mundo racional, porque es inasequible a la razón, me niego a tratar de explicar con silogismos lo que hizo José Tomás, verde esperanza y oro, el pasado 7 de mayo en la plaza de Jerez de la Frontera. Lo que ocurrió fue simplemente eso: el múltiple florecimiento del misterio que este diestro lleva dentro del alma  y es capaz de sacar delante de los toros para que el toreo sea otra cosa, para que el público sea otra cosa, para que el valor sea otra cosa, y la apostura, y la torería y esa forma de hundir los naturales en un pozo de tiempo inacabable, y esa caricia que convierte en brisa lo que nace huracán, como logró en el basto y bronco toro que hizo quinto: versión dominadora, valiente y ejemplar, de lo que en su primero había sido el poema más perfecto de toreo al natural que hayan visto mis ojos.

José Tomás ha conseguido convertir su toreo en una ajustada y precisa maquinaria de relojería, capaz de sincronizar y pautar sus engranajes en un equilibrio donde nada sobra y nada falta. Desde la quietud sonámbula de sus zapatillas hasta el leve giro de muñeca que remata la obra de cada pase, todo está coordinado bajo el canon patricio de la suma elegancia. Pero eso no es todo; es sólo el envoltorio, porque en su fondo late la llama ardiente y desgarrada de su sentimiento, ese que arranca lágrimas de emoción de los ojos más secos y eriza el vello de los impasibles. A su primero, le formó un alboroto que habrá de pasar a los anales de la plaza jerezana dentro del cuadro de honor de fastos indelebles. 

Le dieron justamente las orejas y el rabo del burel, y hasta la vuelta al ruedo con que éste fue premiado también debe cargársela en su haber, pues en la tarde hubo toros mejores que éste y ni siquiera se le ocurrió al público pedirlas para ellos. También cortaría otra oreja de peso ante los malos modos, la mansedumbre y brusquedad del quinto. Oreja de mayor valía que las cuatro que se repartieron, en lotes de dos, sus compañeros de terna, pues fueron medidas con varas para pasto de olvido, como pronto el tiempo pondrá de manifiesto. Que no nos llamen los números a engaño. Esta vez la aritmética no sirve. Mientras la faena de José Tomás a “Lanudo” resistirá el paso de los años, las de Manzanares y Padilla dentro de tres días no las recuerda nadie.

En resumen: Después de veinte meses de ausencia de los ruedos españoles, José Tomás ha vuelto con fuerza arrolladora para ponernos ante nuestro asombro el misterio insondable del toreo; ese misterio nacido del silencio, que no es más que el inmenso grito de su alma.

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