Por Vicente
Parra Roldán
La fecha del 29 de junio de 1964 es
imborrable en la memoria del torero onubense Pedro Quintero que, en sus
inicios, se hizo anunciar con el apodo de “Sapolio” y, posteriormente, ser
conocido por “El Gallero”, pues ese día cumplió con la gran ilusión de debutar
en la plaza de toros de su tierra.
Desde su infancia, la vida de Pedro
Quintero ha estado ligada al planeta taurino en el que goza de una bien ganada
reputación y cuyas opiniones son muy respetadas por sus conocimientos y
experiencias.
Desde niño, Pedro ha vivido el mundo del toreo. Sus primeros
juegos, en Viaplana, fue con su amigo Rafael Carbonell, cuya trágica
desaparición dejó un hueco muy importante en el corazón del adolescente que
redobló su afición, compartiéndola con otros jóvenes de la barriada cómo y con
aquellos que frecuentaban la plaza de toros de Huelva hasta donde Pedro se
había acercado para vivir con más ahínco el mundo taurino choquero.
La llama había prendido y Pedro soñaba
con ser torero, dedicándose a prepararse para ello, por lo que dejó sus
estudios y su trabajo. Horas de esfuerzos físicos, de entrenamientos, de toreo
de salón, de búsqueda de oportunidades, etc. jalonaban su vida mientras
aguardaba verse anunciado en un cartel.
Como las oportunidades no llegaban,
Pedro decidió tirarse de espontáneo y analizó pormenorizadamente todos los
detalles. Y, sorprendiendo a todos, saltó al ruedo y se pasó, muy cerca y con
mucha decisión, al novillo en varias ocasiones entre los vítores de los
tendidos. La ovación que escuchó Pedro Quintero cuando era retirado del ruedo
por la Policía Nacional aún le resuena en sus oídos por justa y merecida.
Aquel esfuerzo tuvo su recompensa y,
unos días después, se vio anunciado en una novillada en la que estuvo anunciado
junto al sevillano Juan Benjumea y al comprovinciano Juan Luís Llanes “El
Calañés” para lidiar reses de Juan del Cid. En esta ocasión, Pedro puso mucha
voluntad y ganas pero demostró su inexperiencia y la carencia de fortuna,
especialmente a la hora de matar y su buen quehacer tanto con el capote como
con la muleta no tuvo refrendo con el uso de los aceros y de un posible triunfo
se pasó a la indiferencia de los tendidos que pronto olvidaron lo realizado por
Pedro Quintero.
Pedro no se amilanó tras esta
actuación y siguió en su empeño de querer ser torero, actuando en muchas plazas
de nuestra provincia en las que se anunció bajo los auspicios de su buen amigo
Miguel Báez “Litri”, que se había convertido en su protector y con quien trabajó
en la película “El Litri y su sombra”.
Cuando su carrera taurina empezaba a
emerger llegó el momento de cumplir con los deberes militares y hasta Sidi Ifni
tuvo que marcharse un desilusionado Pedro, consciente de que durante más de dos
años iba a estar alejado del planeta taurino y aquello podría suponer el olvido
de los aficionados.
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