Pero eso no se ha producido y, además, nos encontramos hoy con una panoplia de ofertas electorales que, en la mejor de las hipótesis, nos llenan de dudas.
Pese a todo, resultaría poco responsable que el próximo domingo no acudiéramos a las urnas, para participar en la definición del futuro inmediato que quiere para España, que será el marco en el habrá que continuar trabajando a favor de la Tauromaquia.
Cierto que nuestra clase dirigente no nos ofrece precisamente alicientes especiales, porque dice mucha verdad Sebastián Castella cuando, hablando de la política y de los políticos, afirma en corto y por derecho: “unos y otros lo utilizan a su antojo para ganar votos y cuando llega la hora de la verdad seguimos estando solos”.
Pero pese a todo, frente al compromiso electoral del próximo domingo 20 de diciembre, la peor de las opciones posibles radica en no votar, en desentenderse de esta llamada a la participación ciudadana.
Sea cual fuere el escenario que el domingo dibujen las urnas, esa es la España que entre todos hemos decidido, porque las urnas, al final, no forman más que la imagen real que los ciudadanos quieren libremente para el país, con sus mayorías y sus minorías. En el fondo, es el contexto institucional en el que deberemos movernos. Aunque hoy no podamos saber a ciencia cierta sus ventajas y sus inconvenientes, que de todo habrá, una vez que las urnas hablen, todo quedará claro y cada cuál sabrá a que atenerse.
En las formas de pensar de hace años, que hoy en día han saltado un tanto por los aires, la línea argumental en estas ocasiones pasaba por elegir entre “el bien posible” y “el mal menor”. Hoy, probablemente, los esquemas sean otros, como otros son los intereses de los votantes y otras las circunstancias que definen al siglo XXI. De hecho, ni los más ideologizados encuentran su lugar exacto y preciso entre todas las ofertas que se le presentan para elegir, siempre se encuentra más de un “pero”.
Pero hay dos cuestiones previas que son relevantes y conviene tener en cuenta. La primera: quedarse en casa no conduce a nada, salvo a lamentarse a posteriori de lo que los demás hayan decidido. Nunca ha sido aconsejable desentenderse de las decisiones colectivas: de las urnas sale la voluntad popular, el modelo de país en el que vamos a vivir, guste más o guste menos, durante los próximos años. Y siendo así, volver la espalda a la convocatoria del domingo es tanto como renunciar a ser oídos.
La segunda no es menos evidente: en el marco que definan las urnas es donde vamos a tener que desenvolvernos en los próximos cuatro años; por decirlo de otro modo, ahí se definirán las reglas del juego a las que tendremos que atenernos en lo que se refiere a la Tauromaquia Y de nada valdrá lamentarse que ese marco no es el que hubiéramos deseado unos y otros: es el que habrá querido la ciudadanía, es el que la mayoría ha decidido y en ese contexto tenemos que desenvolvernos en el futuro en pro de la Fiesta de los toros.
Por eso, lo procedente a partir del 21 de diciembre es tomar nota de la nueva realidad y comenzar a trabajar. En unas hipótesis se encontrarán más facilidades y en otras abundarán las dificultades. Pero en las dos situaciones, con todas sus intermedios, tendremos que seguir adelante, si realmente se apuesta por la Tauromaquia, porque de brazos cruzados no debemos ni podemos quedarnos.
Es cierto que todo hubiera sido más sencilla y, sobre todo, jurídicamente más seguro, si el Tribunal Constitucional hubiera tenido a bien entrar en el fondo de la cuestión que plantea el recurso presentado en su día contra la ley prohibicionista de Cataluña. A estos efectos, lo de menos relevancia --aunque la tenga-- es si la Fiesta vuelve o no a la Ciudad Condal; lo verdaderamente relevante es que el alto Tribunal hubiera definido clara y rotundamente el lugar que a la Tauromaquia, como integrante de nuestro patrimonio cultural e histórico, le corresponde en España y en todo su estructura institucional y constitucional.
Pero lamentarse de lo que pudo ser y no fue, no es más que un ejercicio de nostalgia, que a poco práctico conduce. Lo que tenemos por delante es la importante tarea de preservar la Tauromaquia frente a quienes, desconociendo la historia, buscan arrinconarnos y, a ser posible, incluirnos en el cajón de las cosas del pasado. Y en esa tarea lo único que nos está prohibido es la inhibición, el desencanto, la pasividad; o dicho en lenguaje coloquial, “tirar la toalla”.
Cabría recordar ahora que con sus siglos de historia a las espaldas, la Tauromaquia ya está curada frente a todo género de adversidades, desde prohibiciones papales a manifestaciones callejeras. Y de todos se ha ido saliendo, sobre la base del esfuerzo de los ciudadanos, que como bien narran los Anales del toreo no dudaron incluso en desobedecer las decisiones que consideraron injustas. No puede decirse que hoy nos encontremos en esta coyuntura, que la historia ya ha dado muchas vueltas; pero sí sirve de ejemplo de lo que es posible conseguir cuando se genera una conciencia colectiva y se trabaja en común. Por eso, proteger la Tauromaquia constituye un empeño que todos, en la medida que a cada cuál le corresponda, debiéramos compartir y llevar a la práctica. Comenzando por votar libremente el próximo domingo.
Luego, la recién creada Fundación del Toro de Lidia, junto al trabajo que ella misma desempeñe, puede servirnos de guía en esta responsabilidad ineludible para quien ama la Fiesta. Los caminos posibles para el futuro serán muchos y diversos, desde asuntos de ámbito puramente local, a cuestiones de carácter general. En todos debiéramos estar presentes, porque ninguno, con independencia de su entidad objetiva, puede resultarnos indiferentes, en todos se juega el futuro de la Tauromaquia: lo que hoy ocurre en un pequeño Ayuntamiento perdido en la geografía, mañana puede darse en las instituciones nacionales. Experiencias ya tenemos a este respecto.
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