Calasparra, una localidad murciana de 10.000 habitantes, y Villaseca
de la Sagra, de la provincia de Toledo, con un censo de 2.000 personas,
son, hoy por hoy, la ‘Galia’ taurina que defiende entre mil dificultades
la esencia de la fiesta de los toros.
En
Calasparra y Villaseca viven los Astérix y Obélix de carne y hueso que,
al igual que en las historietas del conocido cómic francés, soportan el
asedio de los campamentos taurinos actuales, que no es otro que un
impositivo sistema taurino que anula las oportunidades para los
novilleros y rechaza los hierros ganaderos que luchan por la pervivencia
de la casta y la bravura del toro como ingredientes fundamentales de la
lidia..
Y ahí, sin más pócima milagrosa que su desmedida afición, trabajan
los alcaldes, José Vélez (PSOE) (Calasparra) y Jesús Hijosa (PP)
(Villaseca), junto a la Asociación Taurina El Quite y el Club Taurino,
ambos calasparreños, y que agrupan a casi 800 socios, para programar dos
modélicos ciclos de festejos de novilladas con caballos (La Espiga de
Oro y El Alfarero de Oro) que vienen a ser el laboratorio de lo que
debiera ser la tauromaquia del futuro.
Seis espectáculos -del 3 al 8 de septiembre- se han celebrado en
Calasparra, organizados por el joven emprendedor taurino Pedro Pérez
Chicote, y se han lidiado reses de Puerto de San Lorenzo, Valdellán,
Prieto de la Cal, José Escolar, Cuadri y Miura; y cinco en Villaseca,
con el Ayuntamiento a la cabeza, donde se han dado cita novillos de La
Quinta, Jandilla, Baltasar Ibán, Cebada Gago y Monteviejo. Todos ellos
son nombres pocos conocidos para el gran público, porque no figuran en
las ferias de postín ni en las agendas de los toreros que dominan el
escalafón. Ganaderías relevantes por su historia y también porque crían
el toro de verdad, ese que suele plantear dificultades a los toreros, a
los que exigen valor, mando, sacrificio y una ilimitada ambición de
triunfo.
Y en los carteles se ha anunciado un puñado de aguerridos chavales,
novilleros que buscan con escasa fortuna una plaza y un par de utreros
con los que aprender el oficio y conocer sus posibilidades de alcanzar
su sueño.
Todos han descubierto nuevos secretos de la lidia y han sufrido,
también, las asperezas de novillos con trapío, encastados y fieros en su
mayoría.
Ha quedado desierto el trofeo al mejor novillero en Calasparra, lo
que da una idea de las complicaciones que han planteado los novillos, y
Diego San Román, el bravo torero mexicano, se ha alzado con el preciado
Alfarero de Oro de Villaseca, donde también ha brillado Francisco
Montero, que salió a hombros ante la muy compleja novillada de
Monteviejo después de todo un encomiable derroche de ambición, valor,
entrega, pundonor y deseo de ser torero.
La televisión pública de Castilla-La Mancha, ejemplar en la promoción
de la tauromaquia, ha estado presente en la feria de la localidad
toledana y ha alcanzado altas cotas de audiencia. No ha ocurrido así en
Calasparra, que no ha contado con la colaboración de la televisión
murciana.
Al hilo de esta realidad, a la que no se le presta la atención que en
justicia le corresponde, se pueden extraer algunas conclusiones.
- La primera de ellas es que la fiesta de los toros no desaparecerá
mientras existan ‘Galias’ como Calasparra y Villaseca en las que siempre
habrá un grupo de aficionados que se reúna, aunque sea en la
clandestinidad, para asistir a la lidia de un novillo por un chaval con
sueños de figura. Aficionados todos ellos irredentos, resistentes e
insobornables ante la presión de la modernidad del espectáculo taurino.
- Cuando la desilusión, el aburrimiento y, a veces, la desesperación,
atrapan al aficionado, siempre quedarán tesoros como estos para
recuperar el ánimo y la confianza en la fiesta de los toros.
- Calasparra, Villaseca, Arnedo, Cenicientos, entre otras
localidades, y numerosas peñas y asociaciones de aficionados repartidas
por toda España, son ejemplos y referentes de la defensa de la
autenticidad y la integridad de la tauromaquia. Y todos ellos están
permitiendo que esta fiesta siga viva.
- Este espectáculo solo permanecerá en el tiempo si es capaz de mantener su integridad, y ese requisito solo lo cumple el toro.
- Calasparra y Villaseca son ejemplos vivos de la resistencia a la degradación de la tauromaquia que persiguen los taurinos.
- Gracias a ellas, y a otras menos conocidas pero igualmente activas,
persiste la esperanza. Y si algún día el gran público deja de acudir a
las plazas, existirán lugares de peregrinación para emocionarse ante un
toro y un torero.
Quede, finalmente, en estas líneas un homenaje de respeto y
admiración a los alcaldes de Calasparra y Villaseca de la Sagra, a sus
aficiones y a todos aquellos que están comprometidos con la autenticidad
de la fiesta de los toros.
Ser la ‘Galia’ taurina en tiempos de tantas ‘legiones romanas
enemigas’ y tanta zozobra es un honor.
¡Vivan los Astéris y los Obélix
de la fiesta de los toros!
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