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sábado, 28 de septiembre de 2019

PRIMAVERA EN OTOÑO



Por Santi Ortiz
     Brotes verdes en un paisaje de mieses y rastrojos. Septiembre es el mes de la novillería; la época donde se invierte la sequía del resto del año y florecen sobre el color pajizo de los campos la bullanga castiza de los pueblos en feria; pueblos donde decir fiesta es decir toro. Villaseca, Arganda, Cuéllar, Villa del Prado, Moralzarzal, Calasparra, Peralta, Cadalso de los Vidrios,  Arnedo, Algemesí y Guadarrama componen una densa geografía donde los novilleros con caballos pueden calmar su sed de toros, donde el grano del futuro se aventa en los aires de las eras taurinas.
     También la Feria de Otoño de Madrid guarda una fecha para que los novilleros expongan sus armas. Ayer lo hicieron un debutante galo –El Rafi– y otros dos que trenzaban su tercer paseíllo en Las Ventas. De estos últimos, uno –Fernando Plaza– venía avalado por un concepto vertical e imperturbable del toreo; el otro –Tomás Rufo– exhibía el salvoconducto de triunfador de las novilladas nocturnas de verano, donde llevado a la final por la oreja cortada en su debut, cortaría en ésta otra que le valió ser proclamado ganador del certamen y premiado con su inclusión en la feria de Otoño.
     Su terno –verde botella y oro– era una premonición. Del color de la hierba granada de mayo, llevaba toda una primavera de torería pugnando por salir de sus muñecas. Con el capote también exhibió el verde, pero el de la inexperiencia. La verónica y él no se ponen de acuerdo y tendrá que dedicarle un cuidado especial practicándola de salón. Pero con la muleta fue otra cosa. En ella, apareció el temple, la limpieza del trazo, la largura del pase, la ligazón que procura la flámula dejada en la cara de la res entre muletazo y muletazo. Y el alma, y la afición, y las ganas de ser. Todo con la pujanza de la vida nueva, de mañanita de abril, de sol de mayo… ¡Paso al mañana! Ese grito parecía desprenderse de cada natural, de cada redondo, de unos doblones pluriestéticos que pusieron el entusiasmo en el ole de los espectadores al final de su primera faena. Así ocurrió también con una tanda excelsa con la diestra a su segundo, donde, como en toda su labor, al temple se unió el concurso de una magnífica cintura. ¡Y qué manera de ejecutar la suerte suprema! Entró a matar para vivir. Para vivir del toro y del toreo. Dos cañonazos hasta las cintas y dos orejas –una y una, aunque la del segundo pudieron ser dos– que humedecieron sus ojos de emocionadas lágrimas, prólogo de dos vueltas al ruedo y una triunfal y multitudinaria salida en hombros. Se llevó el mejor lote pero a fe que lo aprovechó. Se llama Tomás Rufo y es de Toledo, anoten el nombre y no lo pierdan de vista. Con sus creo que siete novilladas a cuestas ha quedado magníficamente colocado en la parrilla de salida de la temporada venidera. Esperemos que el frío invernal no atrofie la memoria de los empresarios, porque a éste hay que ponerlo.

     No hubo colofón triunfal para sus compañeros de terna, pero ojo con Fernando Plaza. Es seco, serio, sobrio, sin concesiones a la galería y no alarga los pases como debiera, pero tiene un valor estatuario de veinticuatro quilates y dejó un quite por gaoneras de verdadero escalofrío amén de otro por tafalleras de excelsa quietud. El Rafi, por su parte, posee cierto sentido del temple y una frialdad muy francesa. Habrá que verlo con enemigos más a modo.
     Bajo la luz ambarina de septiembre, los brotes verdes de tres novilleros sembraron en el ruedo venteño su semilla de futuro para el toreo por venir: una ya ha germinado; otra, despunta y la tercera pugna por salir. De ellas tendrá que alimentarse la Fiesta. Deseémosles toda la suerte del mundo.

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