Por Santi
Ortiz
Brotes verdes en un paisaje de mieses y rastrojos. Septiembre es el mes
de la novillería; la época donde se invierte la sequía del resto del año y
florecen sobre el color pajizo de los campos la bullanga castiza de los pueblos
en feria; pueblos donde decir fiesta es decir toro. Villaseca, Arganda,
Cuéllar, Villa del Prado, Moralzarzal, Calasparra, Peralta, Cadalso de los
Vidrios, Arnedo, Algemesí y Guadarrama
componen una densa geografía donde los novilleros con caballos pueden calmar su
sed de toros, donde el grano del futuro se aventa en los aires de las eras
taurinas.
También la Feria de Otoño de Madrid guarda una fecha para que los
novilleros expongan sus armas. Ayer lo hicieron un debutante galo –El Rafi– y
otros dos que trenzaban su tercer paseíllo en Las Ventas. De estos últimos, uno –Fernando Plaza– venía avalado por un concepto
vertical e imperturbable del toreo; el otro –Tomás Rufo– exhibía el salvoconducto
de triunfador de las novilladas nocturnas de verano, donde llevado a la final
por la oreja cortada en su debut, cortaría en ésta otra que le valió ser
proclamado ganador del certamen y premiado con su inclusión en la feria de
Otoño.
Su
terno –verde botella y oro– era una premonición. Del color de la hierba granada
de mayo, llevaba toda una primavera de torería pugnando por salir de sus
muñecas. Con el capote también exhibió el verde, pero el de la inexperiencia.
La verónica y él no se ponen de acuerdo y tendrá que dedicarle un cuidado especial
practicándola de salón. Pero con la muleta fue otra cosa. En ella, apareció el
temple, la limpieza del trazo, la largura del pase, la ligazón que procura la flámula
dejada en la cara de la res entre muletazo y muletazo. Y el alma, y la afición,
y las ganas de ser. Todo con la pujanza de la vida nueva, de mañanita de abril,
de sol de mayo… ¡Paso al mañana! Ese grito parecía desprenderse de cada
natural, de cada redondo, de unos doblones pluriestéticos que pusieron el
entusiasmo en el ole de los espectadores al final de su primera faena. Así
ocurrió también con una tanda excelsa con la diestra a su segundo, donde, como
en toda su labor, al temple se unió el concurso de una magnífica cintura. ¡Y
qué manera de ejecutar la suerte suprema! Entró a matar para vivir. Para vivir
del toro y del toreo. Dos cañonazos hasta las cintas y dos orejas –una y una,
aunque la del segundo pudieron ser dos– que humedecieron sus ojos de
emocionadas lágrimas, prólogo de dos vueltas al ruedo y una triunfal y
multitudinaria salida en hombros. Se llevó el mejor lote pero a fe que lo
aprovechó. Se llama Tomás Rufo y es de Toledo, anoten el nombre y no lo pierdan
de vista. Con sus creo que siete novilladas a cuestas ha quedado magníficamente
colocado en la parrilla de salida de la temporada venidera. Esperemos que el
frío invernal no atrofie la memoria de los empresarios, porque a éste hay que
ponerlo.
No
hubo colofón triunfal para sus compañeros de terna, pero ojo con Fernando
Plaza. Es seco, serio, sobrio, sin concesiones a la galería y no alarga los
pases como debiera, pero tiene un valor estatuario de veinticuatro quilates y
dejó un quite por gaoneras de verdadero escalofrío amén de otro por tafalleras
de excelsa quietud. El Rafi, por su parte, posee cierto sentido del temple y
una frialdad muy francesa. Habrá que verlo con enemigos más a modo.
Bajo la luz ambarina de septiembre, los brotes verdes de tres novilleros
sembraron en el ruedo venteño su semilla de futuro para el toreo por venir: una
ya ha germinado; otra, despunta y la tercera pugna por salir. De ellas tendrá
que alimentarse la Fiesta. Deseémosles toda la suerte del mundo.
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