Arles,
la Camarga de toros y caballos, tiene huella de Césares y un Anfiteatro
de piedras bimilenarias. En él, para Pascua y septiembre, sendas Ferias
son prueba de la vitalidad de la fiesta de los toros en Francia y de su
desacomplejada forma de hacer frente al animalismo rampante y su
influencia político-mediática.
Hace tres décadas, Luc Jalabert (
fallecido hace año y medio), arlesiano, rejoneador, ganadero y
empresario, soñó la Goyesca y la hizo posible, convirtiéndola, poco a
poco, en referente de la temporada taurina, allí y aquí. En estos años,
cada una de ellas ha sido, es (seguirá siendo, claro) un acontecimiento
taurino y - en consecuencia- cultural de primer orden, con la
implicación de toreros, ganaderos, artistas plásticos y músicos.....
...Además,
en sus carteles siempre un argumento, un reclamo. En todas ellas, salvo
en una, ha estado Juan Bautista, hijo de Luc, que
ahora, en sus 20 años de alternativa, ha querido decir adiós.
Y lo ha
hecho en esplendorosa plenitud.
Por eso, cuando lo sacaban a hombros
junto a Enrique Ponce tras brindar ambos una tarde
memorable. Más de uno, entre el gentío que colmó hasta el último rincón
del Anfiteatro, gritó ¡Juan, no te vayas!.
El detalle de lo
sucedido está escrito en portales de lo inmediato pero, en el papel y la
memoria, ahí quedará, en su inmensa magnitud.
Por lo que fue :
seis toros de distintos hierros y el denominador común de la casta,
recompensada con el indulto absolutamente justificado de un Vegahermosa
torrencial y las vueltas al ruedo para el de La Quinta, pura golosina de
brava nobleza e hijo de aquel Golosino que el propio JB inmortalizó en Istres y un juampedro con el que se recreó Ponce.
Por lo que significa la
normalización de la tauromaquia en una sociedad plural, sin dogmatismos
ni uniformidades impuestas por pretendidos salvaguardas de la ética y
la neomoralidad y, a la vez, despojada de cualquier tentación
de apropiación identitaria.
Y, por ello, excluyente - los hechos lo
demuestran- que nada tiene que ver con su historia y razón de ser.
En Arles, la ciudad que Van Gogh eligió como retiro temporal y en la que pintó, entre otras, Los Girasoles
( late motiv de la ornamentación de esta Goyesca, con un enorme sol
pintado encima del toril desde el que una imaginaria sombra proyectaba
sobre el albero, más amarillo que nunca, un ramo de girasoles que, toro a
toro, lidia a lidia, triunfo a triunfo, fue marchitándose mientras
brotaba el milagro del toreo), el alcalde se llama Hervé Schiavetti,
pertenece al PCF y, en primera fila tras el burladero de capotes, no se
pierde una corrida.
Aplaude, pide orejas y hace palmas, junto a miles de
sus conciudadanos, a su derecha y a su izquierda, cuando la Orquesta
Chicuelo toca pasodobles, el Vino griego,himno oficioso de la Francia taurina, Valencia o ese Paquito el Chocolatero que allí- con perdón- suena con otro aire.
En
esa " normalización" de lo normal, el Ayuntamiento de Arles, con su
alcalde (reelegido en sucesivos comicios locales) al frente, se implica a
fondo y la tauromaquia, en sus diferentes expresiones, con la corrida
camarguesa convocando también a miles de aficionados y reconocidos
profesionales, está presente, de forma visible y permanente (hasta seis
exposiciones taurinas estos días, en distintos recintos), en muchos
rincones de la ciudad, que por doquier respira arte con aromas de
lavanda.
Por eso, también, el camarada Schiavetti fue el primero
en ponerse en pie cuando, ya roto el paseillo, la Orquesta Chicuelo
interpretó el Himno de España, seguido con solemne respeto, y La Marsellesa, cantada a pleno pulmón. Himnos nexo de unión, no arma contra el otro. Como el Himno al amor de
Edith Piaf, que Anne Celine , esposa de Juan Bautista, cantó como
sorpresa final, encaramada hasta las alturas de la Orquesta y el Coro.
Himnos,
músicas, canciones, ovaciones, olés roncos y sentidos, banda sonora de
una tarde, la de Arles y su Goyesca del adiós de Juan Bautista, en la
que la bergaminiana música callada del toreo revoloteó en cada lance, en cada muletazo.
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